Peor que ser inteligente para robar es dejarse robar la inteligencia

  • La política en Salta ha tergiversado tanto los valores, hasta el punto de que la honradez personal ha dejado de ser un componente central de la vida pública para pasar a ser un adorno, en algunos casos, y en otros, una carga de la que algunos desean desprenderse rápidamente. Proclamarse honrado, y más todavía parecerlo, tiene entre nosotros el efecto similar al de portar un cartel bajo la barbilla que diga: «soy un imbécil».
  • Los escándalos equivocados

Evidentemente, como el ejercicio de la política todavía requiere de una cierta dosis de astucia (en Salta, no mucha en realidad), la inteligencia o la picardía siguen ocupando un lugar preponderante, pero solo cuando a través de ella se persigue el éxito en operaciones más o menos inmorales. Fuera de este ámbito, la inteligencia en la política es despreciada y arrinconada.


Por eso es que no debe causarnos una indignación descontrolada el hecho de que un intendente municipal reconozca su cualidad de experto en la ingeniería del latrocinio, sino pensar que lo verdaderamente indignante es que las personas con capacidad de razonar y aportar positivamente a sus semejantes hayan sido despojadas miserablemente de su inteligencia.

Muchos se disfrazan de estúpidos para poder atravesar indemnes una reunión social, otros prefieren emplear su inteligencia en aventuras inútiles, egoístas o insolidarias. Pero entre ambas clases de seres existe una característica común: se han dejado robar por otros la inteligencia y son incapaces de defender la honradez y la rectitud como activos fundamentales de la vida humana.

La brutal sinceridad de «Natacha» no es para armar ningún escándalo; ni para mandarle los perros de la AFIP ni para sacudírselo de encima como Intendente. Antes de hacer cosas como esas -que no serían ejemplarizadoras en el buen sentido moral, pues otros seguirán robando la inteligencia y despreciando la honradez en la política con la misma alegría con que lo hacen ahora- habría que empezar por juzgar a los que antes que aquél y desde posiciones políticas incluso más prominentes, han expropiado el intelecto ajeno, han impedido que la inteligencia colectiva trabaje en una dirección provechosa para resolver los problemas ciudadanos y se han dado el lujo -también- de llenarse los bolsillos y de apropiarse de lo que no es suyo, con «inteligencia».

El robo inteligente está sobrevalorado en Salta. «Natacha» no es Ronald Biggs ni el erario de Pichanal es el tren postal entre Glasgow y Londres, que para robarlo había que correr unos ciertos riesgos. El robo organizado de los recursos públicos o el que se apoya en la poliédrica muleta de la política es un robo con alevosía. Es como la «caza» de osos del dictador Nicolae Ceaucescu, que disparaba a los enormes plantígrados de los Cárpatos detrás de una especie de casilla de protección, desde donde era casi imposible no encontrar la mollera de unos animales que previamente habían sido dopados por la Securitate.

Robar, lo que se dice con inteligencia es lo que hacen a diario un puñado de ilustres que se cuidan bien de no andar pavonéandose de sus chanchullos ante su Concejo Deliberante.

Contra ellos y contra los que bloquean la posibilidad de que la inteligencia sirva a los ciudadanos es que debemos luchar sin tregua.