
Si por «fin de ciclo» debemos entender la clausura definitiva de un periodo histórico marcado por el nepotismo, la instrumentalización del peronismo a manos de una oligarquía cerrada o el hedonismo (más todos los ismos que se quiera agregar), la foto del pasado 15 de febrero en el ventoso portal de Limache, que muestra a los principales responsables del atraso en que vive sumida Salta unidos en íntima comunión, es una clara demostración de que aquí no se va a clausurar nada. Que el proyecto original de reinar durante medio siglo como príncipes encantados sobre una Salta miserable y sumisa goza todavía de una envidiable lozanía.
Sería bueno no dejarse engañar por los fuegos artificiales (algunos sonoros y otros no tanto) que lanzan al cielo los que aparentan estar divididos por altísimos muros trumpianos pero que en realidad tienen más en común de lo que ellos mismos piensan que tienen.
No hace falta ser un experto en sinergología para darse cuenta que estos señores no van a renunciar jamás a todo aquello que han conseguido en las últimas décadas: poder, influencia, riqueza y un número variable pero no desdeñable de seguidores incondicionales que les hacen creer todos los días que ellos mandan y que sus caprichos son órdenes. El poder intenso y escasamente constructivo es, sin embargo, altamente adictivo.
En frente suyo se halla una amplia franja de ciudadanos que representa a la Salta no-romerista, la que no comulga con ese modelo de progreso conservador y casposo que todavía piensa que reparte infraestructuras, salud o educación de alta calidad, cuando en realidad, gracias a sus brillantes ideas, casi toda la ciudad y su espacio vital se han convertido en un gigantesco templo del atraso y el mal gusto.
A causa de ellos y de su apetito de poder incontenible, Salta es hoy un territorio arrinconado contra las montañas, indefenso frente a los fenómenos naturales, pero también débil en la región y en el mundo. Los salteños, individualmente y con independencia de nuestra valía personal, valemos mucho menos ahora que hace cuarenta años.
Pero, a pesar de nuestra devaluación (que no solo es intelectual y cultural sino también cívica), ellos siguen viviendo y reinando como príncipes austrohúngaros. Y como le sucedía a Sissi, la Emperatriz, no son felices sino desdichados. Porque el aumento exponencial de su poder personal y su millaje aéreo no es suficiente para otorgarles, como ellos quisieran, el rango de auténticos líderes políticos. Para la mayoría del mundo -incluida una mayoría de salteños- ellos son solo caciques, aunque si los comparásemos con otros caciques del mundo, nos daríamos cuenta de que, además, son pequeños caciques.
Ahora bien; que ellos se merezcan su inclusión en una categoría sociológica tan mezquina y tan pequeña, no quiere decir que Salta -los casi un millón y medio de salteños- se merezcan un destino tan pobre y unos líderes tan incapaces como los que tenemos. Los salteños tienen, sin dudas, la inteligencia y las herramientas necesarias para encontrar a mejor gente para que los dirijan y los gobiernen. Lo que no está tan claro es que quieran hacerlo.
La falta de compromiso político y el desapego que algunos salteños probos y capaces sienten por los asuntos públicos está en la raíz de todos nuestros problemas.
Para muchos de aquellos ciudadanos ejemplares, «ser político» es pertenecer a una clase de ciudadanos manchada por el pecado original de la corrupción y la sospecha. En realidad, lo que más quieren es parecerse a los príncipes, en gustos y estilos de vida, y desean ocupar sus lugares. Pero quieren hacerlo sin bajar al fango ni copiar sus procedimientos, que consideran mayormente pecaminosos. Sueñan con hallar la cuadratura del círculo.
Esta forma de ver las cosas comunes desde la distancia (algunas veces propiciada por la camaradería social y otras por consejo de los confesores) es la que asegura que el romerismo florezca y perviva, casi cuatro décadas después de que su invención provocara un pequeño terremoto en el peronismo de Salta. Los que dan por muerto al invento no saben ni remotamente de lo que hablan.
El romerismo es una variación privilegiada de la hidra de Lerna, que -conviene aclarar desde ya- no es un sistema de desagües pluviales para el Valle de Lerma, sino un antiguo y despiadado monstruo acuático ctónico con forma de serpiente policéfala y aliento venenoso, al que Hércules mató en el segundo de sus doce trabajos.
Lamentablemente, en Salta, Hércules es solo la marca de una bolsa de portland, no el nombre de un héroe mítico, valiente y osado, capaz de derrotar al monstruo y de cambiar el sistema de raíz, para que los salteños recuperen, junto a su libertad perdida, la dignidad que dice la historia que alguna vez tuvimos.