
Hasta hace algunas semanas la gran incógnita que debían despejar los salteños era si el peronismo sería capaz de organizar una candidatura que pudiera enfrentar de verdad a los millonarios y poderosos, de deshacer la tenaza que mantiene atrapada a la democracia desde hace casi treinta años y de reconquistar las instituciones, rendidas al servicio de una oligarquía minúscula.
Las esperanzas estaban depositadas en lo que podría llegar a hacer el Intendente de Salta, Gustavo Sáenz, cuya figura ascendente despertaba tanta ilusión que a algún bárbaro se le ocurrió que había que bajarla de un hondazo.
Pero Sáenz -víctima de la calumnia corrosiva- buscó refugio en ese peronismo cerril al que él mismo estaba llamado a derrotar. Se cobijó bajo el ala de Romero y Urtubey, a quienes no solo aspira a suceder sino -según algunos- a liquidar políticamente hablando.
Se podría decir que en el momento en que Sáenz (por inexperiencia o por debilidad) buscó el amparo de aquellos que podrían arruinar su futuro gobierno llenándole de piedras el camino, la oposición política en Salta comenzó a frotarse las manos, y con un entusiasmo que no se veía desde hace tiempo.
La foto de Cafayate, que ilustra estas líneas (agradecemos a El Acople Informativo) revela lo que muchos calculaban y otros no querían admitir: que el peronismo más oligárquico ha vuelto a converger y a unirse en un punto. Quizá los una el miedo a perder los privilegios, quizá los una otro tipo de intereses, pero lo que aquí y ahora importa es que lo que parecía deshilachado ayer, hoy está firme y tirante.
A decir verdad, el peronismo, hacia adentro, precisa de muy pocos mensajes. Cuando se acercan las elecciones y planea sobre el imaginario colectivo la sombra de esa gigantesca ave que se llama la derrota, el peronismo se vuelve frentista y abre su corazón al mundo, creyendo que así -como viene haciéndolo desde hace 70 años- engañará sobre su verdadera esencia.
Pero la oposición, en guardia, sí necesitaba un mensaje como el de Cafayate para organizarse y enfrentar la falsa hegemonía peronista.
Seguramente, al ver la fotografía del aquelarre (realzada por las magníficas extremidades inferiores de la primera dama), dirigentes de tan variado perfil como Miguel Nanni, Sonia Escudero, Héctor Chibán, Edmundo Falú, Sergio Leavy, Alfredo Olmedo, Javier David, Oscar Rocha Alfaro o Álvaro Ulloa han hecho sus propios cálculos. Y, créanme, estos cálculos no son nada pesimistas.
Si, contra todo pronóstico, Urtubey, Romero, Isa y Sáenz se han dado la mano por debajo del mantel y se presentan hoy ante la sociedad como un solo bloque (macrista o federal, qué más da), lo peor que podrían hacer quienes no están de acuerdo con ellos es dispersarse y montar candidaturas separadas. Deben unirse. Para desgracia del poder absoluto, esta unión no solo es deseable sino que es también posible.
Eso de que «en Salta no existe la grieta» es una verdad a medias, que nos quieren colocar quienes niegan nuestra pluralidad y nos ven a todos como gauchos coqueros, cureros y conservadores.
En Salta hay muchas grietas, la mayoría de las cuales se ha abierto en la rocosa estructura del poder, un poder que por mucho que junte a sus cabezas en bodegas encantadas y en hoteles mágicos, no ha podido ni podrá evitar ciertas fracturas como las que hoy tienen lugar en el colectivo de los jueces y en el de los abogados, ambos hartos del «pensamiento único».
Hay quien dice que para enfrentar al diablo todo vale. Pero en democracia las cosas no son tan tajantes. Lo que deben tener en cuenta quienes van a protagonizar la próxima contienda electoral es que hay dos bandos y solo dos posibles: el que se mueve en los confines del reino de la oscuridad y aquel en el que militan los hijos de la luz.
La elección parece fácil, pero nunca lo es en esa tierra bendita en la que el mayor orgullo lo provocan unos señores que, ataviados íntegramente de rojo, se hacen llamar Los Infernales.