Urtubey: el líder emotivo que quiere pasar por racional

  • Es peligroso para cualquier candidato hablar de los prodigios que sería capaz de obrar si conquistara el poder apetecido, sobre todo cuando en la tierra que se gobierna desde hace doce años no ha conseguido hacer cuajar ninguno de los inventos que promete.
  • Un paso en falso

El Gobernador de Salta se ha dado ayer un rápido y superficial baño de multitudes, al reunir en torno a su desangelada figura a un puñado de fieles seguidores, a los que acompañaron con entusiasmo más bien contenido funcionarios, intendentes y clientes parcialmente satisfechos de su gobierno.


El contacto ha tenido lugar en Salta, escenario elegido no por su conectividad aérea precisamente, sino por ser el lugar más asequible (misteriosamente todo es barato para el Gobernador aquí) y en el que más gente se podía reunir en plenas vacaciones de verano. Haber hecho este acto en Buenos Aires, a finales de enero, habría sido un suicidio en toda regla.

Del acto se puede destacar el abandono -quizá definitivo- de la estética peronista tradicional. Presentar una candidatura presidencial como si se estuviera presentando un nuevo iPhone tiene estas cosas. Pero a decir verdad, salvo la vulgaridad del animador (seguramente sacado de algún festival vallisto) y algunos otros detalles tercermundistas que no viene al caso comentar, el resto de la escenografía puede considerarse incluso un acierto.

El que ha fallado ayer ha sido el producto; es decir, el iPhone.

Hay que recordar que si la raison d’être del narcisista es la necesidad constante de acaparar la atención de los demás, la letra de la canción de ayer ha sido un completo fiasco. Definitivamente, no ha estado a la altura del intérprete, al que le han faltado reflejos y sobrado autoconfianza.

Digo esto porque si su aspiración es la hegemonía (objetivo que está bastante claro), todos los esfuerzos -incluido el del atrezzo- debieron haberse orientado a conseguir una definición propia de la realidad y a asignar una nueva ocupación de los significados políticos para que las nuevas palabras y las nuevas ideas se conviertan en la moneda de uso lingüístico mayoritario.

Pero no hubo nada de eso en el acto de ayer, pues el artista renunció a la creación de nuevos significados en beneficio de conceptos útiles pero recalentados y mayormente vacíos como el de «la grieta» o «la unidad», que pueden servirle en el corto plazo para cimentar un liderazgo populista colectivo, relativamente bien cohesionado, pero que a la larga juega en contra de su íntimo deseo de sustituir transversalidad por jerarquía y de desembocar en el liderazgo unipersonal que realmente busca.

El mayor error dialéctico del candidato -al que de lejos se ve que es muy mal jugador de equipo- fue el haber subestimado los escollos de una sociedad cada vez más compleja y cambiante y no haber tenido en cuenta que los adversarios también disputan el partido. Cambió el escenario, la disposición de los actores, la iluminación y el sonido, pero todas las innovaciones estéticas quedaron rápidamente absorbidas en el magma del discurso político más ordinario y vulgar.

En un segundo escalón de importancia se cuenta el error de haber presentado su aspiración de poder por encima de la virtud de la prudencia. Da la impresión de que el candidato quiere ocupar el sillón de Rivadavia a cualquier precio, aunque ese precio consista en traicionarse a sí mismo mil veces, en falsificar una inexistente pluralidad interior y en jugar peligrosamente con la dicotomía entre realidad y apariencia.

Es peligroso para cualquier candidato hablar de los prodigios que sería capaz de obrar si conquistara el poder apetecido, sobre todo cuando en la tierra que se gobierna desde hace doce años no ha conseguido hacer cuajar ninguno de los inventos que promete.

Políticos como el que ayer ha presentado su candidatura a Presidente no pueden presentarse ante el soberano presumiendo de su inmaculada concepción, sobre todo después de haber apoyado sucesivamente a Menem, a Romero, a Kirchner y a Macri, pero no con simpatías coyunturales sino con actitudes muy concretas y muy visibles. El pecado original es, pues, inocultable.

Es como si el diablo, después de haber regido casi toda su vida las profundidades del infierno, quisiera ahora convencer a las almas en pena que vagan por las cuevas del inframundo de que el es el camino seguro hacia el paraíso.

Bien es verdad que en los últimos tiempos -a pesar de las ilusiones de algunos positivistas- resulta cada vez más complicado evaluar la vida política aplicando un modelo de agencia racional. Vivimos momentos muy especiales en los que la emoción constituye la materia prima principal del discurso político. Pero el candidato hace esfuerzos por esconder las suyas detrás de un discurso racional, que sería útil que alguien le dijera que no convence, más que nada porque su razón es débil y, por tanto, indemostrable.

Cuando alguien no acierta, ni a transmitir emociones ni a convencer con argumentos lógicos, se convierte en un producto, en un aparato, y bastante menos inteligente que un iPhone.

Si el candidato fuese un actor racional o alguien que intentara aportar ideas y claridad al debate (y no simplemente sensaciones atractivas para ciertos espíritus necesitados de urgente sosiego), trataría de no llamar demasiado la atención ni de practicar una política expresiva y emocional en las redes sociales, algo que él -y mucho más que él su esposa- hacen con desaconsejable frecuencia.

En su afán de mostrarse aséptico (a lo que definitivamente no ayudó ayer su casual look), el candidato exageró hasta donde pudo la nota, pues por razones que tienen que ver tanto con el calendario como con su pobre bagaje de logros, ya no es ni tan joven ni tan fresco ni tan saludable como lo fue en algún momento. Y es sabido que juventud y salud forman parte del kit imprescindible del nuevo político. En este punto ha vuelto a equivocarse.

El que aspira a convertirse en Presidente argentino se ve obligado ahora a fingir que cumple con la religión institucional (porque de la otra ha abjurado, inexplicablemente), pero en realidad lo suyo es incumplir con todo lo que se le ponga por delante. Solo ayer parece haber descubierto el candidato que para sobresalir en política no hay que subordinarse necesariamente a la sórdida y disciplinada vida de los partidos. El vendedor de smartphones ha querido ayer escribir una nueva página de la historia, rompiendo los tópicos de la comunicación política al uso, pero ha terminado enredado en su retórica de almacén, en su sociología de taxista. Y de allí no ha conseguido salir.

El acto de ayer ha servido mucho para que sus organizadores se sientan eufóricos y piensen que han derrotado a ese enemigo feroz que los persigue de forma implacable que son las encuestas. Pero también ha servido a los demás, a los opositores, para que se den perfecta cuenta de que a un candidato a Presidente no se lo improvisa; que tal y como están las cosas lo vamos construyendo de formas muy complejas y que para parir a uno no basta ya con el Diktat de una determinada fuerza política.

El mejor favor que se nos ha hecho ayer a muchos -especialmente a los salteños- es el de abrirnos los ojos a una realidad que ya veníamos intuyendo de algún modo: que un candidato es algo más que un cuerpo animado de los mejores propósitos, que se necesita algo más que un charlatán de feria, y que basta con que nos quieran imponer a uno para que nos revolvamos inmediatamente en su contra.