Isabel Macedo: entre Eleanor Roosevelt y Niní Marshall

  • Macedo es jovial, femenina, alocada, exagerada, prestidigitadora, acróbata y funambulista. Puede -disfrazada o no- interpretar cualquier papel que divierta al público. Para eso está y su marido lo que quiere es que se note mucho.
  • La primera dama del stand up

Hace pocos días, cuando un periodista se interesó por el futuro político de la esposa del Gobernador de Salta, quien tomó la palabra fue su marido, que, para sorpresa de todos, dijo que su mujer era una actriz exitosa, que tenía su vida fuera de la política y que no tenía interés en ejercer cargos ni responsabilidades públicas.


Hoy, el Gobernador de Salta lo ha dejado más claro todavía, al anunciar que su mujer -la actriz Isabel Macedo- se dedicará a divertir al soberano, porque a ella no le tira mucho el acartonamiento del poder y prefiere más bien las actitudes desenfadadas. Vamos, que si le toca escuchar el himno estadounidense en compañía de Melania Trump, en vez de quedarse quietita junto a su esposo, mirando hacia la nada, ensayará unos pasos de baile o imitará al finado Bozo (The Clown) con alguna pirueta para que los niños se la pasen bomba.

Isabel no caerá pues en la vulgaridad aristocrática de Eleanor Roosevelt y no se hará un selfie sosteniendo una enorme página de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Su desmitificación del poder la alejará seguramente del activismo por los derechos civiles, de la solidaridad social, del altruismo, de las luchas femeninas y de todas esas cosas tan aburridas que acompañan al poder. Según la hoja de ruta que le ha trazado su marido (un TomTom analógico), a Macedo como Primera Dama le espera un escenario de stand up comedy sobre el cual puede contar cuentos como Luis Landriscina o reinventar a la mordaz Catita, el inmortal personaje creado por Niní Marshall.

La nueva Funny Girl, surgida de las entrañas de los valles subandinos, no estará acompañada de Omar Shariff, como lo estuvo Barbra Streisand en aquella película, sino por su marido, que cuando se lo propone también puede ejercer de adorable farsante, como en aquel recordado sketch de Tinelli en el que interpretó a un machista y castrador vendedor de pisos de madera por metro.

Urtubey no viene precisamente de una familia de histriones, ni el humor ha sido nunca su fuerte. Pero ella, con el tiempo, se ha convertido en la versión femenina de Jerry Seinfeld, o quizá mejor de George Burns (solo le falta el habano y los anteojos enormes). Macedo es jovial, femenina, alocada, exagerada, prestidigitadora, acróbata (think of the flexibility Juanma) y funambulista. Puede -disfrazada o no- interpretar cualquier papel que divierta al público. Para eso está y su marido lo que quiere es que se note mucho.

Aunque el patio no esté para bromas en la Argentina, la fórmula Urtubey-Macedo se presenta en sociedad como «la couple décontracté», la pareja del look fashion y del verbo cool. Pocos maridos han conseguido presentar a su esposa como si fuese un complemento caro, como un bolso de Gucci o un reloj de Cartier (vistoso, stylish y sumamente preciso). ¿De qué habría servido que el marido dijera que su esposa iba a revolucionar la política social o los derechos de las mujeres de su país? Nadie le hubiera creído, sobre todo después de ver aquel infeliz vídeo del no menos desgraciado pasillo del hospital de Orán, cuando en el otoño de 2016 pasó al lado de un hombre enfermo de chikungunya que se retorcía de dolor en el suelo, sin siquiera mirarlo y sin hacer el más mínimo gesto de querer auxiliarlo.

La futura primera dama, con sus dos pies hundidos en el mundo del entretenimiento, tiene que hacer lo que sabe, que es entretener, reírse del boato, hacer pasar un buen rato a la gente, con dichos agudos, con chascarrillos, con salidas ingeniosas, con publicidad de los regalos que recibe, con esa niñita tan adorable (antes de que el abuso político de su tierna imagen termine ajando su infantil inocencia), y sabe Dios con cuántos recursos que añaden a los que vienen del ancho mundo de la interpretación aquellos que nuestra heroína ha aprendido junto al maestro zen del engaño político.

La seriedad, ¿de qué sirve? El poder es lo que es: algo que no se puede tomar demasiado en serio; porque si lo hacemos se nos va a avinagrar el rostro (como a Netanyahu), nos van a salir canas (como a Obama), arrugas alrededor de la boca (como a Merkel) o van a aflorar las venas hinchadas en nuestra frente (como a Macron). Mejor tomarse todo a la ligera, que la joda y el pitorreo sean «políticas de Estado», como ya lo son y desde hace años en Salta, en donde la gente, a pesar de ser recontrapobre, vive feliz y contenta porque el buen humor y la diversión se derraman cual lluvia de pétalos de rosa sobre el pueblo llano desde la cima del poder.

Vamos, que el tiempo de Eleanor Roosevelt (esa vieja dientuda) con su almidonada aristocracia ya pasó. Ahora se llevan las minas laburadoras, las self-made women, las buenas cebadoras de mates tempraneros, que no temen a los excesos machistas ni al ridículo y que son capaces de calzarse el traje de payaso cuando las circunstancias políticas así lo aconsejan.