
Las últimas declaraciones de Juan Carlos Romero a favor de la precaria candidatura presidencial de Juan Manuel Urtubey no han dejado apenas resquicio a la duda sobre la fina sintonía que de modo sutil conecta a quienes, solo en apariencia, han jugado hasta aquí su papel de líderes de dos facciones enfrentadas del peronismo provincial.
La realidad desmiente la premisa mayor; es decir, que Romero y Urtubey puedan ser considerado líderes (todo indica que se han comportado más bien como auténticos caciques wichi), y, desde luego, desmiente también la premisa menor, en la medida en que cada uno por su lado, pero también en secreta coordinación, han sacado y siguen sacando el máximo provecho personal de una división imaginaria del peronismo lugareño.
Son pocas en realidad las diferencias sustantivas entre los gobiernos de uno y de otro. Con pocos años de diferencia, los dos se han propuesto alcanzar objetivos personales idénticos (instrumentalizar a la política, copar el Partido Justicialista de Salta, acaparar todo el poder posible, hacer negocios para sí y para sus amigos y hacer bailar a la sociedad al ritmo de su música), pero uno y otro han enfrentado circunstancias históricas cuyas diferencias son bastante bien conocidas. Si el contexto histórico, nacional e internacional en que se desenvolvieron sus mandatos hubiera sido el mismo o parecido, nadie podría distinguir hoy entre Romero y Urtubey más que por lo poblado de sus cejas.
A comienzos de 2019, cuando todavía Salta no ha despertado de la siesta estival que entre sofocos y tormentas parece dejarla medio atontada, y las candidaturas a Gobernador se asemejan a la paleta de un pintor loco (por lo variado de su rango cromático y su falta de consistencia), los más ingenuos apuestan a que habrá un candidato a Gobernador bendecido por Romero y otro bendecido por Urtubey.
¿Pero alguien se imagina que dos personas que se han declarado mutuamente su amor en público, que están tan convencidas de la necesidad de que el próximo Presidente de la Nación sea salteño y que tienen tantos intereses comunes ocultos por cuidar se arriesguen a enfrentarse por la gobernación de Salta en un duelo fratricida?
Evidentemente, Romero y Urtubey ya tienen un candidato en común que les cubra las espaldas a los dos, que no revuelva el pasado en contra de ellos y que dé por buenas todas las barbaridades y los excesos que han cometido tanto el uno como el otro. El elegido probablemente aún no lo sepa, y si lo sabe y lo está ocultando es porque está siguiendo el guión impuesto por los dos grandes patrones de la política de Salta y el que se propone como nuevo no es otra cosa que «más de lo mismo».
Es decir, que la próxima elección a Gobernador de Salta que se celebrará en 2019, aunque Urtubey no pueda presentarse a ella por que se lo impide la Constitución y Romero probablemente tampoco lo haga, por otras razones, será protagonizada tanto por uno como por otro, en una medida en que la ciudadanía ahora es incapaz de calcular.
Romero y Urtubey controlan una cantidad de recursos, entre materiales y políticos, que hoy por hoy son suficientes para decantar unos comicios casi a voluntad, cualesquiera sean los candidatos. Solo el control de la Corte de Justicia y el voto electrónico aseguran que cualquiera sea la voluntad de los electores salteños en las urnas, ellos jamás perderán.
Entre los dos parece estar todo arreglado para que las elecciones se conviertan en un paripé, en un simple acto formal cuyo resultado, a no dudarlo, asegurará la impunidad de quienes han gobernado Salta durante 24 años.
El resto de fuerzas políticas asiste atónito a este espectáculo reñido con la democracia.
Aunque valientes y bien fundamentadas, son todavía pocas las voces que se animan a denunciar esta operación dañina para las libertades de los salteños y para sus instituciones republicanas. Hay todavía una mayoría temerosa del poder exorbitante de los sultanes, que durante su larguísimo periodo de gobierno han exigido y obtenido vasallajes humillantes, y conseguido domesticar a la disidencia política mediante el férreo control del empleo público y de otras prebendas que concede el Estado.
A poco menos de diez meses de la celebración de las elecciones no se advierte en Salta la posibilidad de que una fuerza política pueda aglutinar a quienes recelan de los gobiernos peronistas largos, personalistas y descontrolados y creen que la llave del progreso de Salta se halla en la abolición de esta especie de tenaza que ahoga la libertad de pensar, la libertad de actuar, de sentir y de producir.
Salta es pobre en muchos sentidos, pero, en el peor de todos ellos, su pobreza tiene que ver directamente con esta forma casposa de controlar el poder político por parte de los patrones peronistas, que ahora, ante la amenaza de un crepúsculo más o menos inminente, intentan una maniobra de distracción para polarizar unas elecciones en donde no asoma una alternativa seria y así prolongar su dominio ancestral sobre una sociedad especialmente dócil y casi rendida a un poder que muchos, lamentablemente, consideran irresistible.
Frente a esta alianza opaca y mentirosa, Salta necesita levantarse y reaccionar con prontitud y eficacia. No basta con una reacción declamativa de la dirigencia política tradicional ni con un par de tímidos documentos de los observadores institucionales más agudos: es necesaria una reacción ciudadana en cadena capaz de sacar a la luz lo peor de los últimos 24 años de nuestra historia institucional, debatir seriamente sobre el futuro de Salta y alumbrar nuevos liderazgos.
Romero y Urtubey son hoy por hoy el principal obstáculo para que las aspiraciones democráticas de las nuevas generaciones de salteños se conviertan en realidad. Queda poco tiempo para darse cuenta de ello.
Si los salteños se equivocan y ven en estos caciques lo que ninguno de los dos puede ofrecer, es casi seguro que en los próximos treinta años Salta será un erial de libertades democráticas, mucho peor de lo que es ahora. Lo que sucederá fatalmente aun en el caso de que los diez próximos Presidentes de la Nación sean salteños, vistan poncho rojo o se dediquen compulsivamente a comer empanadas fritas en grasa.