
Salta es una provincia ingobernada, lo que no quiere decir que sea una provincia ingobernable, o que no se merezca tener un gobierno serio.
Durante los últimos años hemos asistido al espectáculo de un gobierno sin programa, con mucho poder y pocas ideas, y con una capacidad muy limitada de transformar la realidad en que vivimos.
Conquistar el poder sin un programa de gobierno se ha vuelto en Salta la cosa más normal del mundo, cuando en realidad es lo que debería encender todas las luces de alarma.
Más de diez dirigentes -casi todos ellos peronistas- han anunciado su propósito de competir el año que viene por el sillón de Gobernador de Salta. Ninguno sin embargo se ha preocupado por hacer conocer a sus potenciales electores cuál será su programa de gobierno, en caso de conseguir ganar las elecciones.
No estoy hablando de ocurrencias ni de ideas aisladas, como las que en épocas de elecciones llenan los huecos y animan los debates más absurdos entre personas que tienen mucho más en común de lo que ellos mismos creen. Tampoco hablo de ideas muy generales acerca del mundo. No necesitamos a teóricos de la república ni expertos en populismo; tampoco a críticos de Trump, de Merkel o de Macron. Hablo de un programa coherente y estructurado con auténtico calado político e interés social, con medidas concretas y potencialmente evaluables. Una hoja de ruta para los próximos cuatro años, que en Salta, hoy por hoy, nadie parece dispuesto a dibujar.
Las cabezas de los candidatos lanzados se utilizan en Salta para embestir, no para pensar. Por eso salen candidatos disfrazados de gladiadores en las revistas, porque en vez de una confrontación sosegada de ideas lo que se plantea para el año que viene es una especie de circo romano en el que los más fuertes se enfrentarán a las bestias. Y a ver quién gana. Eso anima a la popular.
Pero si los salteños y las salteñas no se dejan atrapar en esta tela de araña urdida por quienes no tienen ninguna capacidad para pensar el futuro y mucha para imaginarse cuán ricos y poderosos serán ellos mismos y sus familias en los años que vienen, exigirán a los políticos que se jueguen con un programa electoral sólido y creíble, y elegirán a quienes mejor sepan defenderlo. En Salta no hay un debate programático preelectoral probablemente desde las elecciones de 1963.
Se podrá decir que la mía es una visión ingenua del combate político y sin dudas lo es. No tengo el menor inconveniente en reconocerlo. Pero es que si nos dejamos desbordar por el hiperrealismo político y si la viveza criolla consigue imponerse a la reflexión y al diálogo constructivo, la única salida posible es la resignación, o lo que es lo mismo, la entrega paciente y vencida de nuestras ilusiones en las manos y la voluntad de un pequeño grupo de personas: los nacidos para mandar.
Ahora mismo lo que necesitamos es saber qué se proponen hacer con el poder los que se creen investidos del derecho divino a gobernar Salta, porque aún no lo sabemos. Y como digo, todo apunta a que no lo sabremos de una forma que nos permita, en su momento, tomar decisiones racionales. A lo más que podemos aspirar es a que estos iluminados nos cuenten algo de sus locuras más delirantes (corredores bioceánicos fantásticos, lamentos federales eternamente insatisfechos, sueños absurdos de reducción de la pobreza, fantasías hidrocarburíferas y un largo etcétera de aspiraciones postergadas por generaciones) pero muy poco de lo que al ciudadano común y corriente interesa (la cohesión del territorio, la reducción de las desigualdades sociales, la calidad de la educación común, la superación de nuestro destino periférico, la moralización de la vida pública, la cultura del esfuerzo o el rescate de la democracia para que sirva a quienes debe servir).
No es cierto que todo el mundo sepa hoy en Salta hacia dónde vamos o hacia dónde debemos ir. La incertidumbre es casi total. Muchos no saben qué hacer y hacia dónde tirar si llegan a conquistar el poder. A lo sumo, lo que harán los más inteligentes será experimentar irresponsablemente, como lo ha hecho Urtubey en los últimos once años. Debemos impedirlo. Y solo lo podremos hacer si exigimos a los políticos que hoy alardean de su capacidad para embestir que y se pongan frente a una pantalla a pensar en lo que es necesario hacer para que los sdejen de disfrazarse de superhéroesalteños de hoy y los de mañana no lamenten todavía más de lo que se lamentan hoy el tener que vivir en una provincia atravesada por la desigualdad y desgobernada por una camarilla que solo puede subsistir profundizando las desigualdades, nunca superándolas.
Quienes presenten su candidatura a legislador provincial deberán formular un programa legislativo razonable, y no llenar las calles con afiches que digan: «seré el diputado de fulano o de mengano», que además de antidemocrático suena humillante. Necesitamos legisladores sensibles y creativos, estudiosos y trabajadores. Los ciudadanos ya no toleramos más una Legislatura aguantadero y todavía menos una Legislatura toldería, como la que tenemos desde hace casi veinte años, al mando de un personaje que ha hecho de la dispersión mental su principal cualidad política. La función legislativa deberá ser seria y rigurosamente planificada, o no será.
Que los políticos se avengan a elaborar y sostener programas de gobierno no depende tanto de ellos como de nosotros, los ciudadanos. Si no nos ponemos firmes y exigentes, y si volvemos a morder el anzuelo de las pasiones electorales, agitadas sin vergüenza para obligarnos a votar con el hígado y no con el cerebro, nos aseguraremos de que Salta seguirá siendo un páramo democrático, con instituciones débiles, inútiles y manipulables, con políticos extremadamente ricos y ciudadanos mayormente pobres, por lo menos unos veinticinco años más.
Los que no quieran que una cosa como esto suceda ya pueden empezar por compartir y difundir este artículo.