
Medio Salta ha criticado que Nicolás Kripper, funcionario municipal que se hallaba al mando de la Subsecretaría de Tránsito, haya sido cazado conduciendo con una tasa de alcoholemia no permitida por la normativa vigente.
La otra mitad, ha aplaudido a rabiar la decisión del intendente Gustavo Sáenz de cesar a Kripper de su cargo, por este mismo hecho: la alcoholemia positiva, un crimen de lesa humanidad, para algunos.
De lo que muy poca gente se ha dado cuenta es de que Kripper, al mando de la repartición, pudo haber sacado a relucir su chapa y evitado que un agente -subordinado suyo- le obligara a soplar. El solo hecho de que Kripper se hubiera sometido a la prueba sin reparos es un ejemplo que merece ser destacado.
Y mucho más, desde que en la memoria de algunas personas se encuentra todavía la grotesca escena en la que uno de los hijos del Gobernador de la Provincia, requerido por los agentes en circunstancia análogas, opuso al progreso de la diligencia unos argumentos que más vale la pena no recordar.
También retumba doloramente en los oídos de muchas personas decentes, el arrebato de autoritarismo de una ya felizmente dimitida jueza municipal de faltas, que humilló a un agente de tránsito y quiso rebajarlo llamándole «borracho», porque la señora había estacionado su coche donde no debía. Hay que acordarse que a nadie, cuando sucedió aquello, se le ocurrió dar por terminado el cargo de la jueza.
Ni Kripper ni ningún funcionario del gobierno ocupan sus cargos para dar ejemplo de nada. No son el Señor del Milagro, sino seres humanos, como cualesquiera otros.
¿Qué habría ocurrido si el detectado con valores de alcohol en sangre no permitidos, no fuese Kripper sino el propio intendente Sáenz? ¿Habría presentado su renuncia al cargo?
El ejemplo de Kripper es, si se quiere, triple: primero por haberse sometido a una prueba que tranquilamente pudo haber eludido por el cargo que ocupaba al momento de ser requerido; segundo por haber aceptado sin rechistar la decisión de Sáenz de terminar con su cargo; y tercero, por haber pedido disculpas, sin que estas fuesen ni procedentes ni necesarias.
Si realmente Sáenz quiere ganar votos, debería pensar que su papel no es el de presidente de la Liga de Templanza y que a la hora de premiar y castigar conductas, no debe perder de vista lo mejor que ha hecho Kripper: ser responsable de sus propias acciones y no esquivarle al bulto.