
Para algunos individuos que, como Juan Manuel Urtubey, han construido su personalidad a salto de mata, animado por los aplausos fingidos de sus maestros primero, y jaleado por las multitudes condescendientes después, la madurez intelectual es un camino sembrado de minas antipersona.
Si en 2007, Urtubey se ofrecía a Salta como un político inexperto pero ambicioso, en 2018 la misma persona, sin mejoras apreciables ni en su formación ni en sus habilidades, intenta ahora cautivar a una audiencia un poco más exigente con su experiencia como gobernante. Pero, por el momento, solo los salteños saben que esa experiencia oculta en realidad un rostro siniestro: el que conforman el conjunto de víctimas anónimas -entre mortales y vivientes- de los desvaríos políticos y de la falta de acierto administrativo del Gobernador.
Pero el mundo sigue andando y Urtubey, como si la cosa no fuera con él y como si la sede de su trabajo no se encontrara en Salta, se ha plantado en la ciudad de Paraná para intentar demostrar a alguna gente que vive lejos y permanece ignorante de la lacerante realidad salteña que su inmadurez política (la personal de él) es un poco menos grave de lo que realmente es.
En la capital de la Provincia de Entre Ríos, un lugar que se podría decir es emblemático para el constitucionalismo nacional, Urtubey se ha salido del guión trivial del Bailando y ha lanzado al ruedo dos propuestas de hondo calado político, que no se pueden dejar de comentar:
1) El «viraje» de la República Argentina hacia lo que él llama «semiparlamentarismo», y
2) la conformación de un gobierno de unidad o de concentración nacional.
El profesor de Derecho Constitucional -el mismo que admite que enseña a sus alumnos «la verdad de la milanesa», porque, a su juicio, los textos fundamentaltes van por un lado y la realidad por otro- sostiene ahora que la Argentina avanzaría hacia el semiparlamentarismo si en vez de que sea el Presidente de la Nación el que designe por su sola y exclusiva voluntad al Jefe de Gabinete, tal designación se efectúa a propuesta del Congreso de la Nación.
Un semiparlamentarismo falso y efectista
En principio, si tenemos en cuenta lo que establece el artículo 101 de la Constitución Nacional, el actual Jefe de Gabinete puede ser cesado por el voto de la mayoría absoluta de los miembros de cada una de las cámaras del Congreso, de modo que su previa designación a propuesta de estas, no supondría un gran avance respecto del régimen actualmente vigente. Se podría decir que casi ninguno.Si este es el alcance de la reforma que nos propone Urtubey, llamar a esta mínima innovación con el pomposo nombre de semiparlamentarismo es algo exagerado, pues en la medida en que solo se trata de sustraerle al Presidente de la Nación la facultad de nombrar por sí solo (esto es, sin la voluntad integradora del Congreso) al Jefe de Gabinete (un Jefe de Gabinete responsable políticamente pero solo de forma parcial, como veremos luego), quizá más apropiado en este caso sea hablar de un presidencialismo atenuado.
Para convertir a la Argentina en una república semiparlamentaria, el Presidente de la Nación, solo o con el concurso del Jefe de Gabinete, debería ser capaz de (1) disolver el Congreso Nacional (en este caso, a las dos cámaras, si es que las dos son las que proponen el nombre del Jefe de Gabinete), de (2) poner fin de forma anticipada al mandato de los diputados y senadores y de (3) convocar inmediatamente a elecciones legislativas, para que una nueva mayoría decida otorgar su confianza a un nuevo Jefe de Gabinete o a un nuevo programa de gobierno.
Evidentemente, no habría ni atisbo de parlamentarismo si el Jefe de Gabinete, con o sin deliberación previa de los ministros, no pudiera plantear una cuestión de confianza a las cámaras legislativas y pedir la aprobación de su programa de gobierno (o de una declaración política de carácter general), para que los parlamentarios la votasen, como sucede por ejemplo en Francia (Art. 49 de la Constitución) o en España (Art. 112 CE). Huelga decir que nada de esto es posible con el diseño institucional de la Constitución argentina, y que tampoco está previsto en el precario proyecto de Urtubey.
Decía que la actual responsabilidad política del Jefe de Gabinete es parcial por cuanto en caso de ser removido por una moción de censura exitosa, quien cae es solamente él y no el resto del gobierno, que permanece firme, por cuanto la continuidad de los demás ministros depende de la exclusiva confianza del Presidente y en ese terreno el Poder Legislativo no tiene nada que decir.
Avanzar hacia el semiparlamentarismo supondría, además, que los ministros del gobierno tendrían que ser designados por el Presidente de la Nación, a propuesta del Jefe de Gabinete, y no como sucede actualmente, es decir, que todos los ministros -incluido el Jefe de Gabinete- dependen directamente del Presidente y no hay un Gobierno (con mayúsculas), colegiado y unificado, a cargo de la dirección política del Estado y del despacho de los asuntos ordinarios de la Administración, sino un gobierno con minúsculas que toma su nombre solo de la yuxtaposición más o menos afortunada de las facultades de cada uno de los designados como secretarios o auxiliares del Presidente.
Pero no es mi intención diseccionar el sistema parlamentario de gobierno, sino denunciar ante la opinión pública nacional que Urtubey no es sincero al proponer cambiar el sistema de gobierno del país. Me siento obligado a decir, y lo hago con la mayor claridad de que soy capaz, que cuando a finales del año 2017 Juan Manuel Urtubey envió a la Legislatura de Salta el proyecto de lo que luego sería sancionado como ley provincial 8053, introdujo en el articulado de la ley la figura del Jefe de Gabinete de Ministros (Art. 19.1), pero ni se le pasó por la cabeza que el nombre de este funcionario le fuese a él propuesto por la Legislatura provincial, así como tampoco se le ocurrió establecer que el Jefe de Gabinete de Ministros sea políticamente responsable ante el órgano legislativo.
No quiso Urtubey en 2017 crear un Jefe de Gabinete con autonomía, responsabilidad política y respaldo parlamentario, simplemente porque de haber hecho una cosa semejante, su poder personal como Gobernador habría sufrido un apreciable menoscabo. Su idea fue simplemente la de delegar, para poder tener así las manos libres y campar a sus anchas fuera de Salta y desarrollar su campaña proselitista allende nuestras fronteras, sin abandonar formalmente la responsabilidad de gobernar, cosa que sí ha hecho en sustancia.
Que ahora nos venga a proponer un Jefe de Gabinete cuya investidura dependa de una propuesta previa del Congreso al Presidente de la Nación es simplemente un propósito no sincero. Uno de sus innumerables giros en materia política, dictado por las urgencias electorales y el descenso de sus cifras de intención de voto.
Reforma de la Constitución ¿sí o no?
El segundo asunto que considero importante tratar para poder aclarar un poco este tema es el de la reforma de la Constitución, que el gobernador Urtubey piensa que no es necesaria, porque seguramente alguien que muy bien no le quiere se lo ha dicho.El asunto es muy simple: la atribución al Congreso Nacional (el máximo órgano de representación de la soberanía nacional) de una sola facultad más (así sea la de hacer barrer las calles) requiere de su explícita inclusión en el articulado de la Constitución. Solo basta para llegar a esta conclusión recordar que los poderes federales (el Congreso Nacional, en la medida en que es titular del Poder Legislativo federal, ejerce este tipo de poder sin lugar a ninguna duda) son excepcionales y tasados, y que no hay en ninguna parcela de la federación poderes implícitos. Es decir, que si queremos que el Congreso añada a sus facultades regladas la de proponer el nombre del futuro Jefe de Gabinete, no bastará nunca una ley y será preciso una enmienda constitucional en toda regla.
Gobierno de unidad nacional
El tercer y último asunto está relacionado con el gobierno de «unidad» o de «concentración nacional» que propone Urtubey como solución a los históricos desencuentros que padecen los argentinos y que terminan haciendo inútil la mayoría de los esfuerzos políticos.Si la razón de esta invocación a la «unidad» es la crisis de confianza en los políticos o las tribulaciones y tropiezos de la democracia representativa, amenazada por la creciente inmediatez de las demandas ciudadanas, estos dos fenómenos ya estaban presentes en 2007, cuando Urtubey asumió por primera vez como Gobernador de Salta. Y si así fue, corresponde preguntarse ahora si en algún momento, frente a la aguda crisis política que afectó y afecta a la gobernabilidad de la Provincia de Salta, Urtubey propuso en su Provincia un gobierno de «unidad» o de «concentración». Sencillamente, no lo hizo. Y casi todo el mundo en Salta sabe por qué.
La verdad es que para arribar a un resultado como este, se necesita una diversidad real de fuerzas políticas (de alternativas políticas diferentes, con programas creíbles y capacidad para gobernar en cualquier momento) y de una voluntad real de sacrificar las legítimas expectativas de gobernar en solitario en aras de la consecución de un objetivo superior. Pero en Salta tales alternativas y tal diversidad no existen, porque su Gobernador se encargó personalmente de aniquilarlas, comprando y vendiendo hombres y mujeres como si fuesen empanadas. ¿Con qué derecho o autoridad propone ahora un gobierno de unidad para la Argentina cuando en Salta, y durante once años, se dedicó solo a acumular poder y a pasarle el rodillo a los pocos que levantaron la voz para oponérsele?
Conclusión
En resumen, que las dos propuestas de Urtubey son interesantes, si las miramos con frialdad y una cierta distancia.Una de ellas es manifiestamente incompleta (o ha sido muy mal comunicada) y la otra es casi un sarcasmo. Las dos tienen en común que son poco sinceras, desde que su autor ha dedicado no poco esfuerzo a hacer todo lo contrario en su Provincia; pero no un contrario simplemente aparente, sino una voluntad férrea y constante, demostrada sin prueba en contrario durante once años, de hacer exactamente lo inverso.
El que quiera creer en su sinceridad, puede tranquilamente hacerlo. Quien estas líneas suscribe no solo no lo hará sino que pondrá toda su energía a trabajar para que los argentinos se den cuenta de la falacia que encierran estas propuestas y del peligro que supone que dos asuntos serios como estos sean tratados con tanta ligereza por un cantamañanas, que lo único que pretende es enroscarle la víbora a quienes no han detectado aún al gran simulador que lleva dentro, oculto tras ese discurso aparentemente vanguardista al que basta con rascarlo un poco para que se le vea el cartón.