La productividad, según el catecismo burgués de Juan Manuel Urtubey

  • ¿Cómo explica en Buenos Aires lo que es la productividad un Gobernador que lo máximo que ha logrado en su Provincia es crear una cooperativa para que mujeres fabriquen trapos de piso de fieltro?
  • Un discurso falaz que apenas se sostiene

En los últimos meses de su ya larga, costosa y aburrida campaña presidencial, el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha hecho un esfuerzo bastante visible por darle un contenido económico a su discurso. El esfuerzo es de agradecer, sin duda, pues representa un salto de calidad respecto a su limitada cartilla de lamentos federales y de amor desgarrado por los más desfavorecidos de su Provincia, argumentos que, a decir verdad, ya no convencían a nadie.


Se ve que al Gobernador le han cundido los viajes, las conversaciones, las lecturas, pero sobre todo han ejercido una enorme influencia sobre él los consejos de sus asesores de imagen. Porque sin dudas es difícil plantarse en los canales de televisión de Buenos Aires sin decir allí lo que uno piensa hacer con la moneda nacional, con el tipo de cambio, la tasa de interés y todas las variables que se mueven en torno a la economía financiero-especulativa, que es la única que le interesa a los porteños.

Advertido de esa deformación, Urtubey ha querido añadir un nuevo número a su repertorio y para ello ha introducido en su discurso el concepto de productividad, al rebufo de sus padrinos, los empresarios de la Unión Industrial Argentina.

El desafío es enorme, sin dudas. ¿Cómo explica en Buenos Aires lo que es la productividad un Gobernador que lo máximo que ha logrado en su Provincia es crear una cooperativa para que mujeres fabriquen trapos de piso de fieltro?

La solución a este problema es ignorar la productividad del trabajo (de la mano de obra humana) y centrarse en otros factores de la producción que no sean el trabajo, como por ejemplo la tecnología o la organización.

Pero como al perro flaco todo son pulgas, aun en esta versión recortada de la productividad asoman los problemas, pues en Salta -la Provincia que orgullosamente Urtubey gobierna- se fabrican cocinas a leña para los aborígenes (el hombre blanco quema el aristocrático gas) y se venden anafes chinos de dos hornallas, al precio de vitrocerámicas de inducción.

El caso es que el discurso de la productividad de Urtubey ignora a los trabajadores, que podrían contribuir mucho al relanzamiento de la productividad total de los factores, que, como se sabe, incluye no solo al trabajo humano sino también al capital y la técnica.

Cualquiera sea el caso, si para valorar la sinceridad del discurso de Urtubey sobre la productividad hubiera que tomar como referencia las medidas que ha adoptado su gobierno (al gobierno de Salta, nos referimos), lo único que se podría hacer es dudar y mucho.

Para empezar, en Salta no hay ganancias por productividad en prácticamente ningún sector de la economía. La negociación colectiva es plana y las empresas no premian de ningún modo la mayor productividad de sus trabajadores, así como el gobierno tampoco tiene políticas de estímulo de la productividad total. Lo peor de todo es que en Salta no hay necesidad de nada de eso, porque en realidad la competitividad de las empresas locales se cimenta en la evasión prácticamente total de las normas laborales (forma extrema de flexibilidad), tolerada con generosidad por el gobierno. El día en que el gobierno haga cumplir las normas y cada trabajador reciba lo que se le debe y que se respeten los derechos que se han ganado, la competitividad de las empresas salteñas desaparecerá (si es que hay alguna) y a la productividad habrá que buscarla en otros horizontes.

Por tanto, si aplicamos el molde provincial al aparato productivo nacional, se puede deducir con facilidad y casi sin margen de error que Urtubey, con suerte, logrará convertir a la Argentina en una gran fábrica de trapos de piso, con trabajadores cuanto más desprotegidos mejor, con una formación de segundo año de escuela técnica (ajuste de tuercas I y II) y con una tecnología que provocaría la envidia de los que revolucionaron la industria al introducir el vapor en el siglo XIX.

Lo más estimulante de todo es que ningún sindicato ha levantado la voz. Ni en Salta, ni en el resto del país, por lo que a todas luces es una bofetada al movimiento obrero. Urtubey -aliado estructural de los empresarios más ineficientes que haya conocido la industria nacional- cree que va a sacar el país del pozo, tratando a los trabajadores como la «rama obrera» del movimiento peronista; es decir, explotando su sentimentalismo patriótico mientras se los condena a la pobreza, a la mala formación y a la desconexión con el mundo.

Desde que ha lanzado su campaña presidencial, Urtubey solo se ha reunido con sindicatos peronistas, y ello ha ocurrido diez o veinte veces menos que sus reuniones con los empresarios. Según parece, al país del futuro lo harán solamente los industriales y Urtubey.

Los trabajadores serán los convidados de piedra en la gran fiesta de la productividad que se avecina en un país semidestruido por políticas voluntaristas y fantasiosas como las que durante 11 años Urtubey ha aplicado en Salta.