
Entre ayer y hoy mi timeline se ha visto desbordado por una importante cantidad de lamentaciones de salteños que, entre sorprendidos e indignados, han comentado el resultado de las elecciones presidenciales en el Brasil, y llorado con pesados lagrimones el triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro.
De estas opiniones me ha llamado la atención su claridad y la seguridad con que han sido expuestas. Sinceramente, no imaginaba que en mi Provincia natal hubiera tanta cantidad de gente progresista, capaz de distinguir -y condenar- a un personaje homófobo, misógino, xenófobo, nacionalista y potencialmente violento, así como de lamentar su elección como presidente de un país vecino y amigo como si se tratara del Apocalipsis.
Me ha sorprendido de verdad esta actitud, porque en Salta, desde hace más de un cuarto de siglo, nos gobierna la homofobia, la misoginia, la xenofobia y el nacionalismo; y si aquí no se ejerce la violencia desembozada y directa hacia los disidentes es porque el poder se ha aliado a los gauchos y a los clérigos, que silenciosamente y con modernas herramientas de neuromarketing, dominan las costumbres y las creencias, respectivamente.
En realidad, los salteños saben muy bien de qué hablan cuando se refieren a las cualidades del recién electo presidente del Brasil. Conocen estos comportamientos de primerísima mano, porque en Salta los bolsonarios (partidarios inconscientes de Bolsonaro) existen desde hace muchísimos años. Estos personajes ejercen un poder inmenso e ilimitado y se acurrucan en los pliegues de una sociedad un poco hipócrita, que ayuda a que los tics autoritarios y las actitudes filofascistas de ciertos líderes pasen desapercibidas debajo del disfraz que les sirve para ocultar su verdadero rostro.
Es realmente curioso que esa misma sociedad protectora de animales se haya rasgado las vestiduras esta mañana por la elección del ultra Bolsonaro y que apenas levante la voz frente a los bolsonarios de poncho y sotana que caminan por nuestras veredas agitando los brazos como remos y levantando orgullosos la barbilla del integrismo clerical. Y que no reaccionen frente al único bolsonario salteño que ventila sus ideas ultras sin esconderse debajo de un disfraz y de varias capas de maquillaje.
Así, lo que en Salta son friendly pets en Brasil son monstruos de varias cabezas a los que hay que decapitar y exterminar, incluso por medio de la resistencia civil violenta. Insisto en que me sorprende lo claro que lo tienen algunos salteños.
Tras los resultados de ayer en Brasil, hay quien en Salta hoy lamenta no haber elegido el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Porque de haberlo hecho a tiempo y con los aliados adecuados, hoy el fascismo del cono sur americano podría soñar con un eje filonazi entre Buenos Aires y Brasilia, como en su momento conformaron Berlín y Roma.
Pero el mesías se equivocó de bando, se traicionó a sí mismo (porque sus merchandisers le dijeron que tenía que calzarse el disfraz de populista moderado) y hoy paga su error buscando en los rincones más insólitos del universo de la rosca política un hueco desde donde poder convencer al soberano de que su disfraz es realmente el bueno.
Nadie imagina cuán satisfecho me siento hoy; no por la elección de Bolsonaro, que no me hace gracia ninguna, como muchos pueden imaginar, sino porque los fundamentalistas de la democracia (a los que vengo denunciando desde hace décadas) están de capa caída. Evidentemente, la democracia ha pronunciado su sentencia y por la fuerza mayoritaria de los votos, el ultra Bolsonaro es hoy presidente de uno de los países más grandes y más poderosos del mundo.
También me alegra la vida saber que un pequeño grupito de «jóvenes idealistas» de Salta, que rompieron la Unión Cívica Radical para fundar un partido marginal, aliadófilo y pseudoizquierdista, y que alguna vez -hace mucho ya- intentaron burlarse de mí diciendo que «tenía mala info» (por simplemente intuir la estrecha relación de poder que une a Urtubey con Romero), andan alborotados por el corral como gallinas sin cabeza. Hoy ya no los escucho insultar a Romero. Han borrado de sus tuits aquel hashtag #ElTribunoMiente; ya no mandan drones a fotografiar las mansiones del exgobernador, ni pinchan a los fiscales para que pidan su desafuero. Hoy, aquellos «jóvenes idealistas» (bolsonarios, casi todos ellos), desfilan de a uno, sin miedo al escarnio, detrás del vergonzoso escaparate del transfuguismo político, haciendo cola para ofrecerse como futuros aliados del macrismo, del romerismo y de sus variantes vernáculas.
Como no soy tan malo como ellos, me alegro sinceramente de que su rectificación se haya producido ahora, ya que me han dado la oportunidad de verlos enfundar sus venenosos aguijones y perdonarle a Romero sus viejos y nuevos pecados. Sé que nunca me darán la razón, pero lo que no me pueden negar es que yo se los dije, mucho antes de que ellos se dieran cuenta.
Y como la política siempre da revancha, hoy tienen al Brasil -que bien ancho que es- para volcar toda su furia progresista en la condena del presidente Bolsonaro. Quizá si entre todos ellos hacen demasiado ruido, el resto de los salteños consiga olvidarse o no darse cuenta de que ellos vienen apoyando y sosteniendo a la ultraderecha gobernante en Salta desde hace mucho tiempo.