Rodolfo Urtubey: El senador troglodita que aborrece a Groucho Marx

  • Urtubey se equivocó con las palabras en un accidente verbal sin mayor trascendencia, pero fue muy preciso en otros puntos de su exposición que revelan sin mayor esfuerzo que la suya es una postura arrancada de otro siglo. Merece ser tenido en cuenta.
  • Aborto con causa vs aborto libre
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Pocas veces se ha visto a una persona, sea en la política o fuera de ella, arruinar su carrera en tan pocos segundos, como lo ha hecho ayer el senador nacional electo por la Provincia de Salta (es una exageración llamarlo senador salteño) Rodolfo Julio Urtubey.


El hermano del actual Gobernador de Salta y candidato a Presidente de la Argentina ha demostrado con su intervención en el hemiciclo que la fama de jurista de altos vuelos que en algún momento justificó su extraña elección para el cargo es tan exagerada como su nunca bien demostrada (y peor ejercida) condición de salteño de pura cepa.

Medio país -y casi medio mundo- le han saltado a la yugular por haberse animado a hacer -con las palabras inadecuadas- una distinción teórica entre las violaciones de mujeres, hablando de que algunos de estos delitos pueden ser perpetrados sin violencia sobre el cuerpo de las víctimas.

Sin embargo, esta absurda distinción -que podría haber efectuado incluso con mayor precisión un taxista o una verdulera- ocultaba un error imperdonable para quien ocupa un escaño en el Senado argentino por su acrisolada fama de jurista y su brillante pasado de juez penal de la Nación.

El error consistió en distinguir entre «violaciones» e identificar a una inverosímil y fantasiosa «violación clásica», cuando estos delitos ya no existen -al menos con tal nombre- en el Código Penal argentino desde la reforma de 1999, aunque a ellos se refiera todavía el no reformado artículo 86.2 del mismo código, precepto que, al establecer los supuestos limitados de abortos no punibles, también habla de otro delito que ya no existe como tal: el de atentado al pudor.

A pesar de su desastrosa redacción, en el actual artículo 119 del Código Penal argentino se pueden reconocer todavía a las violaciones, injustamente englobadas en el concepto de «abuso sexual». Para poder reconocerlas se debe poner en contacto el primer párrafo del artículo con el tercero, que se refiere al abuso sexual con acceso carnal.

En lo que no ha estado fino el señor Rodolfo Urtubey y se le reprocha razonablemente es en no haberse dado cuenta de que las amenazas, los abusos coactivos o intimidatorios de una relación de dependencia, de autoridad, o de poder y los aprovechamientos de la víctima incapaz de consentir libremente la acción son todas formas de violencia y, en especial, de violencia contra la mujer, que es quien menos puede resistirla.

En su minuto fatídico de máximo rating, Urtubey olvidó que la violencia no solo consiste en el empleo de la fuerza física y moral, sino que también alude a todo aquello que se encuentra fuera de su natural estado, situación o modo, abarcando sin dudas a las llamadas situaciones embarazosas.

Por tanto, en la silenciosa violación periódica de la hijastra por su padrastro -la violación intrafamiliar no violenta que arbitrariamente dibujó el senador- hay tanta violencia como en las que Urtubey, vergonzosamente, llamó «violaciones clásicas», que probablemente sean los crímenes sexuales que se cometen con música de Brahms o de Mahler de fondo.

Esta estupidez verbal recuerda mucho a un célebre desliz de su hermano, que dijo que la violencia machista contra las mujeres forma parte del «acervo» cultural salteño, sin reparar en el significado de la palabra «acervo».

Groucho Marx

Pero mientras medio mundo se dedicó a hacer sangre del senador y pintarlo como un troglodita, muy pocos repararon en el verdadero sentido de sus palabras, que no era otro que el de dar a entender que se podría reformar el Código Penal argentino para expandir el ámbito de aplicación del artículo 86.2 y permitir más casos de abortos no punibles.

¿Una buena intención? Veamos.

La generosa oferta de Urtubey tenía como puntos de llegada su negativa a admitir lo que él llamó el «aborto libre» (al que equivocadamente definió como un «derecho absoluto») y su gran disposición de espíritu para acoger en el seno de la ley a los «abortos causados» (quiso decir «con causa»).

Pero al utilizar esta expresión, se topó de pecho con el peso de la figura de ese insigne pensador que fue Groucho Marx, para quien la principal causa de divorcio era el matrimonio (“Marriage is the chief cause of divorce”).

Del mismo modo, hoy apenas si caben dudas de que la principal causa del aborto es el embarazo.

Pretende el señor Urtubey distinguir entre abortos justificados (con causa) y abortos injustificados (sin causa), anulando así la posibilidad de que la libre decisión de la mujer (su sufrimiento, sus padecimientos físicos, psicológicos o sociales) sean considerados como causa.

En otras palabras, que si no hay o no sucede algo exterior y ajeno a la mujer (una violación, una malformación, una inviabilidad vital, o cosas así), para Urtubey no hay causa jurídicamente admisible y el aborto, en tales circunstancias, debe seguir siendo castigado como un crimen.

El divorcio... y sus causas

Es por todos sabido, que tanto el señor Rodolfo Urtubey como su hermano Juan Manuel han superado, por así decirlo, su primer matrimonio, pues se han divorciado de sus originales esposas y se han vuelto a casar con otras.

Lo han hecho, como no podría ser de otro modo, al amparo de una ley que, con los mismos argumentos que ayer ha empleado el senador, ni él ni su hermano -católicos de pro- hubieran votado en su día, pero que años después no tuvieron inconveniente en usar en provecho de sus intereses personales y familiares.

Aquella ley -lo sabe todo el mundo- evolucionó desde un divorcio causal (para romper el vínculo matrimonial era necesario alegar y probar en juicio una causa, generalmente grave) hacia un divorcio no causal (o divorcio libre, para emplear la terminología del senador) que no requiere ya la invocación de ninguna causa, ni grave ni menos grave, y para cuya declaración solo basta con que uno de los cónyuges lo pida.

Sería muy interesante saber si alguno de los hermanos Urtubey, en sus procesos judiciales de divorcio, han aducido causas para extinguir el vínculo o si, más discretos y razonables como se les supone, prefirieron no mencionar ninguna.

Si así fueron las cosas, que el senador o su hermano vengan ahora a exigirles a las mujeres que tengan una causa para interrumpir su embarazo (una causa que no sea su propia, firme y decidida voluntad) es realmente sarcástico, ya que de haberse divorciado sin invocar causa habrían caído también -según ellos- en el horrible vicio del derecho absoluto.

Tampoco por cierto se debe invocar causa alguna para que alguien cambie de sexo en el registro civil, sin que a nadie hasta el momento se le haya ocurrido decir que la rectificación de la anotación registral tenga la consideración de derecho absoluto.

A la luz de esta ley tan particular -que beneficia de modo especial a los hombres- pareciera que la autopercepción vale para hacer un ovillo la seguridad jurídica pero jamás para permitir a una mujer decidir sobre su cuerpo.

Y la llamada ley de identidad de género fue votada solo unos meses antes de que el senador Urtubey resultara electo para el cargo y votada afirmativamente por su colega Juan Carlos Romero, quien sin embargo se había opuesto a la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo.

En resumen

Que como suele pasar en las exposiciones mediáticas, en los debates maratonianos y en los discursos con los que algunos pretenden lucirse, el gran público ha agarrado para el lado de los tomates y crucificado al senador Urtubey por unas afirmaciones imprecisas que sin embargo no tienen tanta gravedad como la tesis final de su desafortunado alegato.

Urtubey no ha querido negar la existencia de violencia contra la mujer en las violaciones sino que ha querido caracterizar como violenta la conducta de una mujer que quiere decidir sobre su cuerpo, ya que si por el senador fuera, las que lo hicieran sin causa (sin las causas que él cree atendibles y razonables) serán castigadas igual que ahora.

Y esto último es mucho más grave que simplemente equivocarse al juzgar la violencia en las violaciones.

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