
No por ser conocidos, los problemas que afronta la Provincia de Salta han dejado de ser numerosos y graves. Alguien con autoridad se tiene que ocupar de ellos en nombre de todos.
Pero sucede que quien tiene el deber de hacerlo -el Gobernador de la Provincia- ha delegado el mando en Yarade y en su sobrino, que piensan que con un poco de «magia» contable y otro poco de plañido federalista los problemas dejan de asomar por el horizonte y en los corazones (y los estómagos) de los salteños estalla «la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación».
Si algo como esto ocurriera y el Gobernador se ausentara de la Provincia para ir a hacer scuba diving en las aguas de la Florida o para jugar al polo con el sultán de Brunei, seguramente los ciudadanos arderían en indignación. Pero si el motivo de la ausencia es que el mandatario se ha ido a rosquear a Buenos Aires, parece que todo se le perdona, pues la «rosca» es valorada por muchos como una parte inevitable del trabajo de un político, y, en algunos casos, como una «misión superior» del poder.
Nada más lejos de la realidad, pues conviene no perder de vista que las veces que Urtubey ha ido a rosquear a Buenos Aires -que han sido muchas- jamás ha obtenido nada bueno para Salta y para los salteños. De hecho, buena parte de los problemas que tenemos se debe a la tremenda ineficiencia de nuestro Gobernador para defender los intereses de los salteños fuera de nuestras fronteras.
Esta constatación, que es muy simple y no requiere de una instrucción sumaria, obliga inmediatamente a pensar que cuando se montan estas roscas en la gran capital, no son los intereses de los gobernados sino los del propio Urtubey los que salen reforzados. Y si juzgamos por los números de las encuestas, esa parte de la rosca tampoco se le da bien a nuestro Gobernador.
A pesar de que hay poquísimas evidencias en contrario, los salteños aplaudimos que el Gobernador se vaya de Salta durante varias semanas seguidas y, cuando por casualidad aparece por el lugar en que debe hacer su trabajo, celebramos que elija dos o tres inauguraciones intrascendentes para hacerse la foto y volver a desaparecer por donde vino. El circuito ya está hecho.
La estrategia recuerda mucho a la de George Costanza, que eligió desaparecer de los lugares que solía frecuentar para evitar que una novia que tenía rompiese con él y así poder prolongar artificialmente el noviazgo. Si no lo encontraba, la ruptura sería imposible. En su locura, Costanza llegó a grabar un mensaje de respuesta en su contestador automático para que los intentos de su insatisfecha compañera naufragaran una y otra vez.
Urtubey no solo tiene puesto el contestador automático, sino también el piloto automático. Ya no gobierna Salta, porque Salta no le interesa. Algunos dicen que ha dejado de interesarle; otros, que no le ha interesado nunca. Pero es posible que Salta vuelva al tope de sus preocupaciones cuando el malévolo peronismo del Gran Buenos Aires termine, por fin, de darle la espalda y nuestro Gobernador deba regresar a toda prisa a Salta para ver cómo van los trabajos previos de la reforma constitucional. Cualquier similitud con el clima previo a la reforma de 2003 es pura coincidencia.
A estas altura de su carrera, Urtubey ya ha rosqueado con todos: con los menemistas, con los kirchneristas, con los bilardistas, los menottistas y los sampaolistas; con Macri, con los radicales, con Massa, con los peronistas «republicanos», con los abortistas y con los antiabortistas. No se ha dejado a nadie en el tintero. De todos ha sacado un poco. Siempre para sí. Jamás para Salta.
Convertido en estrella de televisión, su carrera política tiene toda la pinta que va a terminar en la marquesina de los principales teatros de revistas de Buenos Aires, en cuyos escenarios lucirá un saco de lentejuelas junto a vedettes de plumas, boas al cuello y medias de red. No está mal para alguien que se dice «fanáticamente peronista». Al final, el sentimiento todo lo mezcla.