
La confrontación es una parte esencial de la política, como lo son también el consenso y la cooperación. Sin estos elementos, la política no podría existir.
Si oponemos la confrontación al consenso y miramos la realidad desde una óptica reduccionista que nos permita decir que la confrontación es «mala» y el consenso es «bueno», deberíamos concluir que quien huye de la confrontación o la rechaza es un ferviente partidario del consenso.
No es el caso del gobernador Juan Manuel Urtubey, quien a pesar de declararse enemigo frontal de la confrontación (una contradicción en sus propios términos) jamás ha practicado el consenso, como fácilmente se puede comprobar en la Provincia de Salta, en donde las políticas del Gobernador han estado orientadas a laminar a la oposición.
La desaparición de la oposición no significa el fin de la confrontación, pero normalmente sí es el fin del consenso, que es reemplazado en casos como este por la hegemonía.
Conquistar la hegemonía es lo que se ha propuesto Juan Manuel Urtubey desde que empezó a soñar con la política hasta un minuto antes de que sus sueños infantiles se trocaran por una aspiración de figuración cinematográfica.
Y el tiro le ha salido bien, no solo porque la oposición en su Provincia permanece acostada, dócil e inmóvil, sino porque su perversa estrategia le ha permitido aparecer como un enemigo de la confrontación, cuando ha sido el enfrentamiento lo que lo ha llevado a donde ahora está.
Es muy fácil decir que tanto Cristina Kirchner como Mauricio Macri se han nutrido de la confrontación cuando se ha estado con ellos, apoyando sus políticas, aunque fuesen entre sí contradictorias. Esto es Urtubey: una contradicción que camina.
Si el Gobernador de Salta, durante el tiempo que duró su férrea alianza con los Kirchner y la no menos sólida alianza con Macri y los cambiemitas, hubiera practicado el consenso (incluida la llamada cooperación conflictiva), con los dos últimos presidentes del país, esta es la hora que habría tendido una mano a la oposición en su Provincia o de algún modo habría intentado asociarla y cooperar con ella.
Pero, como todo el mundo sabe, se ha dedicado a destruir a la oposición, sin confrontación, porque para una pelea se necesita que el otro tenga ganas de pelear. Y en Salta, de lo que tiene ganas la oposición no es de pelear sino de esperar a que todo se pudra para luego poder hacer ellos lo mismo que hizo el que se pudrió.
En suma, que el discurso sobre la confrontación que hoy a estrenado Urtubey es un canto al populismo, porque aunque él rechace la confrontación (porque a él no le conviene), de lo que podemos estar seguros es de que desprecia igualmente al consenso, que es una especie de lujo democrático que no se puede permitir, porque en términos de poder es lo menos recomendable que hay.
Que se podría concluir sin riesgo a equivocarse que el principal beneficiario de la confrontación ha sido Urtubey, que ha pretendido mantenerse al margen de ella, por puro cálculo y no por convicción, porque si por esta fuera, ya habría puesto en marcha la cooperación con sus opositores en Salta.
El que vivió de las rentas de los Kirchner y ahora sobrevive gracias a sus acercamientos esporádicos a Macri, es el rey de la confrontación, aunque por supuesto queda mucho más chic decir que está en la vereda del frente. Lo cual es muy fácil cuando se ha estado en todas las veredas posibles.