
Casi ningún argentino habría visto con buenos ojos que su Presidente decidiera un buen día embarcarse a Europa, con su mujer y con su hija; ausentarse dos semanas de su puesto de trabajo, salir de compras con la Primera Dama por la "milla de oro" madrileña, alardear de vacaciones de verano en pleno invierno austral y salir en el programa de Marley dándole el biberón a la pequeña e hiperactiva Antonia.
La razón es que los ciudadanos no aprueban, generalmente, que quienes han sido elegidos para gobernar y resolver los grandes problemas que afligen al conjunto social abandonen sus responsabilidades durante un tiempo tan prolongado y por motivos tan frívolos y tan poco consistentes.
La Argentina atraviesa serias dificultades en materia económica, social y política, que demandan de sus dirigentes una gran responsabilidad, en elevado sentido de Estado, que son incompatibles con la frivolidad y con el ocio seguido de ostentación. Si el viaje al extranjero de un mandatario no está justificado en la búsqueda de soluciones a los problemas comunes, si no sirve para que las cosas mejoren en el país, el viaje carece de sentido y debe ser interpretado por todos como el abandono de una responsabilidad ineludible.
Las dificultades que enfrenta el país, por su gravedad y trascendencia, requieren del concurso coordinado y esforzado de todas las personas que han sido investidas de una responsabilidad pública. No es admisible que mientras unos se esfuerzan por resolver problemas complicadísimos, otros con responsabilidades similares se acojan al estatuto de las estrellas de cine y se paseen por las alfombras rojas y por las zonas de compras más caras del viejo continente, como si la cosa no fuera con ellos, como si en la Argentina los problemas se pudieran solucionar con el piloto automático.
Si hubiese sido Macri el que decidía hacer su vida mediática en Europa, llevándose a su mujer y a su hija a darse la gran vida durante dos semanas, el país hubiera ardido en llamas. ¿Por qué entonces los ciudadanos le permiten a Urtubey que abandone sus responsabilidades sin ninguna consecuencia política?
¿Es que Urtubey tiene una responsabilidad diferente a la de Macri? ¿Es que si lo hace Macri es motivo de repudio generalizado y lo hace Urtubey merece el aplauso de todos? ¿Qué forma de entender la democracia es esta?
Si el Gobernador de Salta se presenta en casi todos los lugares como un futuro candidato a Presidente de la Argentina, lo lógico es que comience por demostrar que los problemas que afectan al país y entorpecen seriamente su buena marcha le interesan y le preocupan, y que no demuestre con sus gestos frívolos y sus gustos caros que no siente la más mínima empatía con las cientos de miles de personas que sufren a diario problemas como el desempleo, la inseguridad, la violencia, la falta de salud, la inflación o la ineficiencia generalizada de las instituciones.
Nadie pretende que el Gobernador no salga del país o que se sumerja obsesivamente en los problemas que son de todos. Lo que se le pide, simplemente, es que no haga alarde de recursos personales cuando estos no sirven para mejor cosa que para agigantar su figura. Porque de nada vale mostrarse ante los demás como exitoso, genial, enamorado o activo, si con ello no se promueve la efectiva solución de los problemas comunes. Solo en Salta sucede que se eleva a la categoría de héroes a quienes huyen del trabajo, del esfuerzo solidario y de la responsabilidad.
Que sepa el gobernador Urtubey que no solo la Argentina que aspira a presidir tiene problemas muy serios. Que también los tiene la provincia que él gobierna desde hace once años y medio. Y que sepa que a muchos de esos problemas los ha creado él y que a los que no, él ha contribuido a agravarlos hasta hacerlos prácticamente irresolubles. Que puede que los salteños le aplaudan sus apariciones en la tele, su familia de Sarah Kay, sus viajes de ensueño, su nuevo oficio de histrión y su tardía dedicación parental. Pero que de él se esperan otras cosas un poco más consistentes y serias.
Es muy llamativo que mientras Urtubey demuestra con sus actitudes -especialmente sus repetidos desplazamientos geográficos- un desprecio cada vez mayor hacia Salta, los salteños respondan con algarabía cada vez más jubilosa a sus excesos y abusos.
Casi todo el mundo sabe que Salta ya no le sirve a Urtubey, quien se considera a sí mismo como una persona políticamente amortizada en su Provincia. Si jamás antes ha rendido cuentas de sus actos, para él ya no tiene sentido hacerlo ahora. El bien y el mal se encuentran ahora por debajo de sus pies, de modo que sabe o intuye que los salteños le van a perdonar cualquier cosa que haga, incluso si se hace en contra de los intereses del conjunto.
El silencio de muchas personas frente a la dañina frivolidad del Gobernador probablemente sea el indicador más fiable de la enorme liviandad de nuestra existencia ciudadana y la prueba más efectiva de nuestro fracaso colectivo.