
El Gobernador de Salta es un político de dos caras: una que mira esperanzada hacia la escena política nacional, y otra que con desdén y, si acaso, con impotencia, contempla lo poco que sucede en la tierra que todavía gobierna.
Al cabo de 126 meses de cómodo gobierno y superado largamente ya el ecuador de su tercer mandato al frente de la Provincia de Salta, a Juan Manuel Urtubey se le están agotando los recursos para gobernar, que nunca han sido muchos. Este agotamiento coincide con el esfuerzo del mandatario por concentrar sus energías en una empresa nacional que solo tiene a Salta como excusa y como caja, pero no como centro de sus desvelos.
Omnipresente en los medios nacionales, que le han abierto sus puertas tras su casamiento con una conocida actriz de telenovelas, Urtubey es cada vez menos eficiente en Salta, en donde se aprecia desde hace tiempo su falta de dedicación a las tareas de un gobernante, así como su confianza -cada vez más ciega y, por ello, cada vez más inexplicable- en unos funcionarios que conforman el equipo más deficiente de todos los que ha conseguido armar desde 2007.
La situación, por supuesto, no pasa desapercibida para sus opositores, quienes, a pesar de algunas pomposas declaraciones en clave «patriótica», no consiguen sin embargo disimular el júbilo que les produce el hecho de que Urtubey emita todos los días señales de una clara fatiga política y de una acusada debilidad. De forma irresponsable, algunos se frotan las manos con el declive del Gobernador porque creen que ahora les toca emerger a ellos.
Pero la debilidad de Urtubey, lejos de ser un problema personal, es algo que afecta de modo muy intenso a los intereses de la Provincia de Salta o, para mejor decir, a los intereses de sus habitantes. Es un hecho muy negativo, no solo para él, sino para el conjunto de quienes habitan esta tierra, sin distinción de banderías políticas.
Es notable cómo el aumento de la visibilidad de Urtubey en ciertos medios de comunicación nacionales coincide con una también muy visible retracción de la influencia de la Provincia de Salta en los asuntos comunes del país y con la pérdida de peso de Salta en los foros en donde se discute el reparto de los recursos federales.
La cara desdeñosa e impotente que mira hacia el interior de su propia Provincia sigue mostrando a un mandatario anclado en moldes ideológicos cercanos a la extrema derecha, mientras que la cara esperanzada que intenta congraciarse con el electorado nacional muestra a un hombre cada vez más ambiguo en sus acciones, que un día aparece como sostén de Macri y al día siguiente vuela de incógnito a Cochabamba para darse la mano con un acerbo crítico del presidente argentino, como lo es el boliviano Evo Morales.
Urtubey, que nunca ha asistido al velatorio de las mujeres asesinadas en Salta y que ha ofendido gravemente a sus familias atribuyendo a atavismos culturales el hecho de su muerte, ha visitado la semana pasada a una mujer que fue agredida en su lugar de trabajo, en un gesto que muchos interpretan como «poco sincero», dictado si acaso por sus urgencias electorales y ciertamente revelador de su aguda debilidad.
Cegado por las luces de la gran ciudad y jaleado por sus incondicionales, que todavía creen ver en él a un líder de cualidades extraordinarias, el Gobernador de Salta no es consciente sin embargo de su creciente flaqueza ni de la probada inanidad de sus políticas, que en Salta se limitan a darle alas y subsidios a curas y a gauchos, para que entre ambos manipulen a su antojo a la infancia salteña, mientras él hace tibias concesiones al feminismo vernáculo y a otros sectores minúsculos de la izquierda más dócil.
Mientras tanto, Salta sigue perdiendo espacios de influencia en la arena nacional. Es llamativo y a la vez preocupante que, salvo Urtubey, ningún otro dirigente político o intelectual salteño sea escuchado o valorado fuera de nuestras fronteras. Esto es un claro retroceso para Salta, aunque pueda ser un avance para Urtubey.
Los representantes parlamentarios de Salta (diez personas de las cuales una sola es mujer) se comportan como títeres en las manos del Gobernador de Salta y solo han demostrado, hasta aquí, una capacidad limitada para servir de procuradores de los intereses minúsculos del Gobernador y no como representantes del conjunto del pueblo de la Nación.
Urtubey se esfuerza por maquillar una realidad que le es cada vez más esquiva. A despecho de la opinión ya mayoritaria de sus comprovincianos, el Gobernador de Salta se empeña en mostrar los «buenos resultados» de un gobierno que hace agua por los cuatro lados de la nave; lo cual se hace más evidente cuanto más se insiste en mostrar unos resultados que no existen.
Sin dirección política, su gobierno no solo es débil e ineficiente, sino que es también cada vez más impopular, aunque ellos no sean capaces de percibirlo. Sus ministros se debaten entre la grandilocuencia y la completa inutilidad, y no hay ya quien pueda ocultarlo. Los inútiles de hoy han terminado por hacer buenos a sus predecesores, que abandonaron el gobierno por la puerta falsa.
A Urtubey le quedan 18 meses por delante de gobierno en Salta. En ese tiempo, si él no se decide a tomar las riendas del asunto, o si, en un gesto de sensatez política, no reconfigura su gobierno para incorporar al gabinete a figuras independientes o a opositores, en este año y medio que queda para que termine su tercer mandato la situación de la Provincia de Salta, su democracia y su vida pública pueden alcanzar mínimos históricos.
Con el empleo en caída libre, las cuentas públicas al límite de la asfixia, el diálogo político clausurado, las cifras de mujeres asesinadas por las nubes y la creciente erosión de la mayoría gobernante, el que Urtubey se empeñe en seguir telegobernando con ministros poco preparados y despreciando continuamente a la oposición, significa que Salta retrocederá hasta lugares nunca antes conocidos.
Los intereses de los salteños están en juego y no es razonable que una ambición personal, por muy razonable que sea, haga que se los ignore o se los postergue.