
Pocas horas después de que el diputado provincial Andrés Suriani le brindara su beatífica protección al presidente de la Corte de Justicia, votando en contra del pedido de juicio político que contra el magistrado presentaron seis colegas suyos -entre ellos tres compañeros de partido-, el mismo legislador dispuso, por sus santas narices, que no conviene, ni a él ni a la cultura de la Provincia de Salta, obedecer la sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que puso fin a las manifestaciones religiosas compulsivas en las escuelas públicas.
Para hacer lo primero -es decir, cubrir con el santo manto de la Virgen a un juez sospechado de atacar los principios constitucionales- el diputado Suriani se agarró a la letra de la Constitución como a un clavo ardiendo, pero para decir que la Corte Suprema avasalla la bicentenaria historia de las misas de escolares, la Constitución (así como las sentencias de la Corte que la interpretan) ya carece de valor jurídico alguno.
Con objeto de convencer a sus pares de que respalden su pedido de que los niños que acuden a las escuelas asistan con estas a las misas del Milagro, Suriani recordó que «la mayoría» de sus colegas habían jurado sus cargos por Dios, pero olvidó mencionar que lo que juraron ante Dios no es ser buenos chicos y huir de las tentaciones, sino respetar y hacer cumplir la Constitución.
Si el señor Suriani o quienes como él piensan consideran que su juramento por Dios le impide cumplir con las normas que rigen en un Estado de Derecho, la solución no es pasarse las sentencias de la Corte de Justicia por el arco del triunfo, sino renunciar a sus cargos. En democracia, los conflictos entre la ley y la conciencia personal se resuelven de este modo, y no a favor de la conciencia propia.
Así se ha terminado de pintar un cuadro más bien grotesco: el mismo hombre que desprecia las libertades que establece nuestra Constitución y convoca a una abierta desobediencia civil al intentar forzar al gobierno para que incumpla una sentencia judicial pronunciada por la máxima autoridad constitucional del país, es el que ha exculpado, en quince minutos, al presidente de la Corte de Justicia de Salta acusado de las más graves faltas que puede cometer un magistrado en ejercicio de su cargo.
Aunque el señor Suriani no ha fundamentado su voto exculpatorio de manera pública, debe entenderse entonces que ha votado de esa manera porque también en este caso considera que el avasallamiento de la Constitución provincial, en nombre de los apetitos de poder y la duración eterna de los mandatos, es «una inveterada cuestión cultural». La arbitrariedad, el desparpajo, el amiguismo y la violación de las normas también tienen una historia bicentenaria en Salta. Solo que a veces no nos damos cuenta; salvo el diputado Suriani, que es un lince.
Con patriotas como estos, que ponen por delante lo que más les conviene, según el momento, los intereses en juego o el cuadrante del que sopla el viento (un día es Dios, al siguiente la Constitución y pasado mañana el club Central Norte), es imposible soñar con una sociedad en la que imperen la Ley, la igualdad y la justicia.
Probablemente lo que el señor Suriani pretende es que sean las maestras -a las que pagan el sueldo todos los salteños- las que se encarguen de llevar a misa a sus hijos (a los del señor Suriani), mientras que él se queda en casa, con la salamandra ardiendo, viendo el tenis, o jugando al parchís del poder con jueces que incumplen la Constitución, que en Salta hay unos cuantos.
Al ilustre diputado habría que recordarle entonces que ninguna ley, ninguna sentencia, le prohíben a él, o a cualquier padre o madre residente en estas tierras, llevar a sus hijos a la Catedral a visitar al Señor del Milagro. En agosto o en cualquier mes del año que le plazca, porque el Señor del Milagro, aunque a veces descansa en su camarín, no se toma vacaciones constitucionales.
Y animarlo también a que abandone la comodidad y se decida a tomar a sus hijos de la mano (si es que los tiene) y llevarlos al templo como buen padre cristiano encargado de la educación religiosa de sus hijos. Porque a nuestro Santo Patrono le gusta más ver a los padres cumpliendo con su tarea que al Estado obligando a las maestras y a los alumnos a hacer algo que lesiona nuestras libertades en nombre de una cultura en la que no todos se sienten reconocidos.
Le recomendamos vivamente, pues, que acuda a la Catedral, ya que una visita piadosa, aunque no servirá para expiar el brutal pecado de perdonar en la comisión de juicio político a un pecador confeso, sin dudas será para mayor honra y gloria suya y bien de su alma. AMÉN.