Urtubey se bate para volcar a su favor la ignorancia peronista

  • El autor de este artículo sostiene que, frente al reto de su previsible candidatura presidencial por el peronismo, Juan Manuel Urtubey ha optado por el fanatismo y la ignorancia política inducida. El lenguaje pasional y la antigüedad doctrinaria del peronismo le vienen como anillo al dedo para concretar sus designios.
  • Un atajo camino hacia el poder
mt_nothumb

Sorprendentemente, el Gobernador de Salta dice estar deshojando la margarita para tomar una decisión que en realidad -todo el mundo lo sabe- ya ha tomado hace bastante tiempo: ser candidato a Presidente de la Nación en las próximas elecciones.


La verdad es que, para poder hacer el anuncio formal, lo que el inquieto candidato espera con cierta impaciencia es que se produzcan algunas cositas que todavía faltan: 1) que el peronismo más tradicional confíe en él, y 2) que la «gran masa» lo conozca más, lo que significa que los números -que le han sido tan esquivos hasta el momento- le sonrían de una buena vez.

Ninguna de las dos cosas son fáciles, pero para conseguirlas más rápido, el Gobernador de Salta ha optado por inducir el proceso, echando mano de los recursos que mejor sabe manejar y que tienen que ver con la manipulación de la tradicional ignorancia peronista.

Sabido es que el peronista más clásico no piensa, esperando que sus líderes lo hagan por él, lo que siempre es más cómodo y menos riesgoso. No es una cuestión de estupidez sino, en la mayoría de los casos, una decisión perfectamente racional. Urtubey lo sabe, y aunque algunos de sus movimientos dan a entender que es consciente de que la masa a la que se dirige ya no está tan poco informada como antes (sin ser una masa más educada que antaño está por lo menos mejor informada de lo que lo estuvieron sus antepasados), su mensaje es calculadamente plano y sospechosamente superficial.

Porque ya no se trata de impresionar a dirigentes selectos sino más bien de convencer a ese grupo difuso de electores que, aunque en las redes sociales se muestran más críticos y exigentes con los responsables públicos, a la hora de votar son tan conformistas y tan poco innovadores como antes.

Sería injusto pensar o decir que la ignorancia política es una enfermedad que carcome solo las entrañas del peronismo. Otras fuerzas políticas padecen de tres cuartos de lo mismo. Lo que conduce a la fácil conclusión de que la falta de conocimiento del votante común sobre las cuestiones que lo afectan es profunda y generalizada en la Argentina.

Un líder político que quiera mejorar la democracia y uno que simplemente aspire a conquistar el poder se diferencian básicamente en su actitud frente a la ignorancia de la masa.

El primero quiere crear las condiciones para desarrollar en los electores el conocimiento político que necesita la democracia para crecer y para perfeccionarse. El segundo sabe -o teme- que en la medida en que el ignorante consiga escapar de sus moldes y superar sus limitaciones (o su indiferencia) le será más difícil conquistar o mantener el poder, según sea el caso. Una masa de ciudadanos más informada es también una masa capaz de controlar mejor y más estrechamente el desempeño de un responsable político.

Lamentablemente, el conocimiento público sobre la política es inquietantemente bajo. Y por si esto fuera poco, cuando a las personas les toca ejercer como ciudadanos, generalmente no aciertan a hacer un buen trabajo a la hora de evaluar la información política que sí conocen. Este es el río revuelto en el que aspira a pescar el candidato Urtubey.

El Gobernador de Salta, como cualquier otro político que no está especialmente interesado en mejorar la democracia mediante la expansión del conocimiento político, parte del supuesto de que la mayoría de las personas no calcula precisamente las probabilidades que tiene su voto de marcar diferencias. Al contrario, la creencia más extendida en ciertas esferas cercanas al poder es que las personas tienen un sentido intuitivo de la pequeñez de la influencia de su voto y, por ello, obran en consecuencia.

Apuesta por el fanatismo

Si alguna probabilidad tiene Urtubey de llegar al lugar al que aspira, esta requiere necesariamente de una clara apuesta por el fanatismo político, tanto el irracional como el racional.

El Gobernador de Salta trabaja con esquemas antiguos, basados en la creencia de que muchas personas normales adquieren y procesan información por razones muy diferentes al deseo de convertirse en mejores votantes.

En el terreno peronista -sobrecargado de símbolos, de leyendas y de liturgia- sucede lo que en los deportes, un terreno en el que los fanáticos adoran seguir a sus equipos favoritos, incluso aunque se den cuenta de que no pueden influir en el resultado de los partidos. El fanático político sigue los acontecimientos de la vida pública, solo para jalear a sus candidatos favoritos, a sus partidos o a sus ideologías. Las redes sociales les han proporcionado un formidable megáfono para hacer escuchar con fuerza los bramidos de la hinchada.

Como los hinchas de un equipo de fútbol, los seguidores de un partido o de un candidato tienden a evaluar la nueva información de una forma muy sesgada. Generalmente sobrevaloran cualquier dato de la realidad que apoya o confirma sus puntos de vista preexistentes, y minimizan o ignoran los nuevos datos que los ponen en entredicho. Las redes sociales han puesto de relieve también, quizá como nunca antes, esa tendencia de las personas más interesadas en la política a discutir sus puntos de vista solo con quienes coinciden con ellos y la preferencia de los activistas por seguir a los políticos solo a través de redes o de medios que sintonicen con su forma de pensar.

En las redes sociales, y cada vez más fuera de ellas, el disenso político no se traduce en discusiones constructivas sino directamente en agresiones. De ello también pretende sacar partido el gobernador Urtubey.

Esto tendría poco sentido si entendemos que la meta de la actividad política es el hallazgo de la verdad. Quien busca la verdad busca también activamente encontrarse con defensores de puntos de vista opuestos a los suyos. Son estos los únicos capaces de presentar argumentos y evidencia que el buscador de la verdad no había advertido previamente. Pero esta deriva fanática sí cobra sentido cuando se entiende que la meta no es la verdad, sino -como pretende Urtubey- es el enriquecimiento y la expansión de la experiencia de los fanáticos, pues si alguien es capaz de colocarnos en el sillón al que aspiramos, son ellos y no los otros.

El economista Bryan CAPLAN denomina a esta forma de utilización de la información «irracionalidad racional»: cuando nuestro propósito es diferente a la búsqueda de la verdad, a menudo es racional evaluar de forma sesgada la nueva información o seleccionar de igual forma nuestras fuentes de información.

Esto es lo que pretende hacer Urtubey, a la vista de que la hora de la verdad se acerca. Entre mejorar la democracia, favorecer la difusión más amplia de la información política y conseguir que los votantes acudan a las urnas con un mejor conocimiento de los procesos políticos en curso y de las diferentes alternativas para conducirlos, ha elegido la vía del fanatismo, el oscurantismo y la ignorancia inducida, que si bien no son extrañas al peronismo, parecen opciones incompatibles con un peronismo «renovado», «amable» o «capaz de enamorar», como él pretende hacernos creer.

De lo que se trata, en definitiva, es de aprovechar al máximo la tendencia del elector peronista a seleccionar a sus líderes por su fidelidad al ideario tradicional y no por sus aciertos a la hora de descodificar la complejidad del mundo circundante, y de alejar en consecuencia a los ciudadanos de la información política, para que sean sus sentimientos o sus pasiones las que agiten la discusión y se traduzcan en las urnas en votos útiles y controlables.

{articles tags="current" limit="3" ordering="random"}
  • {Antetitulo}
    {link}{title limit="58"}{/link}
    {created} - {cat_name} - {created_by_alias} {hits}
{/articles}