
Hoy me entero -y espero que no sea una noticia falsa- que Uber trabaja con la NASA en el proyecto de los coches voladores que en poco tiempo poblarán el cielo de las ciudades colapsadas por el tráfico de superficie.
Al leer esta noticia inmediatamente pensé en dos cosas: la primera, en los que todavía creen que blindando los privilegios de los viejos taxis van a conseguir hundir a Uber; la segunda: que los que sumieron a Salta en el más penoso atraso institucional de su historia son los que ahora quieren reformar la Constitución, con el argumento de que se ha quedado «un poco antigua».
Pienso en concreto en quien presidió la convención que reformó la Constitución en 1998 y tuvo activa participación en la de 2003, y que ahora vuelve como salvador de la patria, para decirnos, entre otras cosas, que el taxi nunca podrá con Uber, que Starbucks no tiene nada que hacer con el Bar Los Tribunales, que hay que educar a los salteños para que fabriquen botas para los gauchos y no sistemas operativos para coches autónomos, y, en definitiva, que el termo y el yerbero (como la bolsita de coca y el tubito de bica) tienen más futuro que las tablets.
No es una cuestión de edad, porque hay jóvenes con la mitad de sus años que son más antiguos y conservadores que él, y, a la inversa, veteranos indomables que todavía piensan que así como el futuro está preñado de grandes amenazas, también nos proporciona enormes espacios de oportunidad para mejorar nuestra vida y la de nuestros semejantes.
El problema -según veo- que es el primer grupo y no el segundo el que está dispuesto a reformar la Constitución de Salta. Y no tanto porque ella necesite de una reforma sino porque sus regulaciones parece que ya no se adecuan a sus preferencias personales y porque, bien aplicada, la Constitución que todavía nos rige los podría dejar en el futuro «con el culo al aire».
Pero exactamente como sucede con Uber, los taxis y la NASA, pensar que la Constitución de Salta puede servir como una especie de seguro refugio de unos privilegios cada vez más insostenibles, o que puede garantizar la impunidad de quienes han convertido a Salta en un páramo institucional e intelectual, es querer tapar el sol con un dedo.
Desconozco sinceramente hasta dónde serán capaces de resistir esta impresentable operación los jóvenes entusiastas del futuro y los «viejitos piolas», pero sé con bastante aproximación qué recursos están dispuestos a mover los partidarios del «acullico patrio» para tener bajo su bota a varias generaciones de salteños durante los próximos treinta y cinco años.
Cuando los flying cars de Uber y la NASA sobrevuelen como abejas en celo las autopistas bloqueadas en las ciudades que se preocupan por otras cosas, en Salta todavía seguiremos discutiendo si los caballos carreros tienen que circular por la derecha o por la izquierda. Eso es lo que me preocupa del protagonismo que reclaman en esta reforma los que tienen dos pies y medio hundidos en el pasado.
Si usted, amable lector, piensa como yo que Salta se merece una oportunidad de crecer y de aproximarse al futuro, piensa que sus habitantes deben disfrutar de su libertad por encima de cualquier privilegio de clase o de secta, y que las instituciones, en vez de bloquear y resistir, deben acompañar las transformaciones para hacerlas más justas y provechosas para todos, sepa que ha llegado el tiempo de alzar la voz y de pedir que la futura Constitución de Salta sea elaborada por la mayor cantidad de ciudadanos posible, previa consulta y debate en una plataforma digital abierta, plural, transparente y verificable.
Ahora que si usted piensa -y no lo juzgo por ello- que es mejor «volver a las esencias», endiosando a los gauchos sin gloria, y levantando monumentos en las esquinas a los que destruyeron lo poco de bueno que le quedaba a nuestro sistema institucional, pues habrá llegado el momento de escribirle una carta al Papa Francisco, no solo para que pronuncie un feroz anatema contra Uber y los coches voladores, sino también para que inicie de inmediato el expediente canónico de beatificación de San Julio Argentino, mártir.