Urtubey reclama previsibilidad pero es el primero en cambiar de opinión

  • La apelación a la previsibilidad es, en los tiempos que corren, un recurso de los políticos conservadores para evitar enfrentarse a la complejidad creciente del mundo que nos rodea. Pero predicar la necesidad de políticas previsibles requiere de una sinceridad que el Gobernador de Salta no es capaz de demostrar con sus actitudes calculadoras y oportunistas.
  • La falta de sinceridad de un político inconsistente
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Hace poco menos de dos meses, en un seminario organizado en Buenos Aires para analizar las perspectivas de ingreso de la Argentina a la OCDE, el Gobernador de la Provincia de Salta, Juan Manuel Urtubey, habló de la «importancia de trabajar para que la Argentina sea un país previsible».


Bien es verdad que nada más hacer esta razonable afirmación, el Gobernador salteño agregó a su discurso un toque de frivolidad muy propio de él, al decir que se necesita también «trazabilidad en las políticas públicas», una idea considerada rebuscada e incomprensible por la mayoría del auditorio.

En el contexto de su exposición, pareció bastante justificada la apelación a la previsibilidad, pero una vez más prisionero de esa superficialidad que le persigue como una sombra, el mandatario salteño se olvidó de mencionar algunos detalles de su propia experiencia como Gobernador que seguramente habrían contribuido a aclarar mucho más sus ideas.

Para empezar, se olvidó de invocar a Max WEBER, para quien el horizonte de previsibilidad -que el ilustre pensador alemán consideraba condición indispensable para el desarrollo moderno del capitalismo occidental- es producto de la existencia de las leyes. Unas leyes que -tal vez habría sido prudente recordar- en la provincia que el señor Urtubey gobierna brillan por su ausencia, ya que la Legislatura provincial, de hecho, ha dejado en manos del Gobernador y de sus decretos la configuración y la definición concreta del orden jurídico.

Quiere esto decir que, al menos desde la particular forma de entender la política que tiene el Gobernador de Salta, la «previsibilidad» a la que él se refiere como un valor superior de la vida democrática de un país no es algo objetivo, externo y preexistente a su persona sino que es él mismo y las circunstancias que le toca vivir.

De allí que resulte obligado indagar un poco sobre el efecto que sus continuos cambios de parecer en materias delicadas proyectan sobre la tan declamada previsibilidad y, al mismo tiempo, se haga necesario reflexionar sobre el valor intrínseco de este concepto, referido a un país, pero también a las acciones humanas en general.

Para comenzar a aproximarnos un poco a esta problemática tenemos que admitir que vivimos en un mundo sustancialmente imprevisible y que la doble pretensión de los políticos de ser ellos mismos previsibles y de convertir a sus países en entidades previsibles es un poco complicada, por no decir vana y casi inútil.

El sueño de vivir en un mundo previsible (una aspiración largamente acariciada por el pensamiento conservador) normalmente nos expone a depender de mecanismos de alerta y de control cada vez más invasivos, cuando no a la consagración de una responsabilidad ilimitada que tiende a ignorar la finitud del ser humano.

Como «visión insensata» calificó el filósofo Paul RICŒUR a esta forma de entender el mundo. El pensador a cuya sombra se formó el presidente Emmanuel MACRON fue bastante contundente al decir que «nuestras capacidades cognitivas son insuficientes para garantizar que la diferencia entre los efectos previstos y la incontable totalidad de las consecuencias de la acción sea controlable».

Pero los conservadores convencidos, como Urtubey, piensan en la previsibilidad como en un factor de eliminación total de riesgos, lo cual en un mundo turbulento como el que vivimos es no solo una visión insensata sino hasta cierto punto también suicida.

Pero para ser consistente con la propia inconsistencia, el Gobernador de Salta ha demostrado durante sus más de diez años de ejercicio cómodo del poder que los cambios de la sociedad han podido con él y que su sueño de la responsabilidad como paralizadora eterna de la acción se ha hecho trizas al contacto con la realidad. Casi sin esfuerzo ha demostrado que él mismo es un ser imprevisible y voluble, cuyos criterios cambian según van cambiando los resultados de las encuestas, y que la provincia que gobierna es aun más imprevisible que él, lo cual es mucho decir.

No hace falta aportar muchos ejemplos de esta imprevisibilidad, porque la sola mención de su rapidísimo cambio de postura en relación con la despenalización del aborto es suficiente para dejar retratado al personaje, a sus tensiones interiores y a la forma alocada e irresponsable con que responde a los estímulos del entorno.

Bastaría con acordarse que en el año 2012, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación decidió que el supuesto de interrupción del embarazo previsto en el inciso 2º, primera parte del artículo 86 del Código Penal es compatible con las normas constitucionales y del ordenamiento internacional vigentes en la Argentina, Juan Manuel Urtubey se apresuró a decir que el alto tribunal solo pronuncia sus sentencias «para el caso concreto» y que su doctrina no es aplicable con carácter general a otros casos. «Los jueces de la Corte Suprema no son legisladores», dijo algunos minutos antes de firmar el decreto 1170/2012 que desfiguró el criterio judicial y creó en Salta una maraña de obstáculos burocráticos para que las mujeres de su provincia no pudieran ejercer sus derechos.

Poco después, y apremiado por unas encuestas que le estaban gritando que su perfil de católico ultramontano no conseguía otra cosa que despertar recelo y desconfianza en una amplia franja de ciudadanos, dijo que, con independencia de lo que había señalado la Corte Suprema, se debía considerar los abortos «caso por caso». Y un poco más tarde, rendido a la arrolladora potencia de la opinión contraria, fue incluso más allá del mismo criterio judicial que antes desautorizó para proclamar, ya con carácter general, la necesidad de eliminar totalmente los castigos penales previstos para la práctica de los abortos.

Por razones como estas, y otras muchas que en favor de la brevedad no vamos a mencionar, es que llama la atención que Urtubey le reclame ahora al presidente Macri una «previsibilidad» en sus acciones que él mismo no está dispuesto a ofrecer ni a practicar.

En Salta no solo el Gobernador cambia como el tiempo sino que ese «orden legal racional» que se supone debe apuntalar la tan ansiada previsibilidad y que debería depender de normas objetivas elaboradas por la representación popular, pivota sobre la muy personal interpretación de la realidad de un solo hombre. De un hombre voluble y casi indescifrable, que con su inconsistencia política y su relativismo moral pretende hacer creer a sus comprovincianos que viven y experimentan la «cultura del superhombre», cuando en realidad lo que padecen los salteños es una muestra inconfundible de lo que podemos considerar la «cultura de la catástrofe».

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