Urtubey, o el arte de rascar votos de donde sea

  • La campaña presidencial de Urtubey pesa como una mochila cargada de mercurio sobre las castigadas espaldas de los salteños, que ignoran que con su esfuerzo cotidiano están contribuyendo a criar un monstruo, que los utiliza como muñecos de plastilina en los programas de televisión de Buenos Aires.
  • Camino de la ambigüedad total
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Aunque él lo niega, con esa cara inocente de perro que acaba de voltear la olla, millones de argentinos saben que Juan Manuel Urtubey está en plena campaña para intentar apuntalar su candidatura a Presidente de la Nación en 2019, y que no emplea su valioso tiempo en otra cosa que no sea esa obsesión que lo persigue -según él- desde que era un crío.


Tal vez, cuando el joven Urtubey comenzó a notar la emergencia de cierto vello corporal, se sometió a un «reconocidísimo» software que le sopló al oído que estaba «predestinado» a alcanzar la primera magistratura del país.

Pero frisando ya la cincuentena, el sillón de Rivadavia se le muestra cada vez más esquivo.

A pesar de ello, el hombre sigue aferrado a su campaña. Un raid de incoherencias que pesa sobre la espalda de casi un millón y medio de salteños, pues los recursos de los que se nutre -y no hablamos necesariamente de dinero- están siendo aportados, de forma silenciosa e involuntaria, por aquellas personas que en vano esperan que su Gobernador ejerza en el territorio que lo eligió, que se arremangue y se dedique a resolver problemas «de proximidad», y no que pasee su imagen por los diarios, las radios y los canales de televisión de otras partes del país.

En su alocada carrera hacia el estrellato, Urtubey se ha dado cuenta de que si sale al ruedo exhibiendo los entresijos de su ADN va a tener pocas posibilidades de ser votado masivamente, para lo cual se ha propuesto ensayar cada semana un disfraz ideológico diferente, para ver cuál de ellos le cae mejor a su dispersa legión de admiradores.

Mirando con un ojo las encuestas y con el otro el espejo que le devuelve su acicalada imagen de pretencioso y engrupido «niño bien», Urtubey va probando ideologías como quien se prueba pantalones en una tienda. Y lo hace sin límites, como si quienes lo escucharan fueran criaturas recién salidas de un huevo o personas que, hasta minutos antes de encender el televisor, vivían dentro de un frasco.

Y ya no es cosa de tratar de conciliar en el mismo discurso las posiciones de la izquierda y de la derecha. Al fin y al cabo, otros personajes políticos -como Hitler- lo intentaron con un éxito bastante considerable. A Urtubey se le ha metido en la cabeza «ser peronista» y «ser antiperonista» al mismo tiempo. Es decir, una síntesis de lo que no se puede sintetizar, ni siendo Hitler.

Urtubey es gaucho y antigaucho al mismo tiempo, por no decir que es clerical a las once y anticlerical a las doce, según cuánto le pique el bagre. Y así, con estas cartas de presentación, va peregrinando por las televisiones para llevar su mensaje de «yo estoy por encima de las ideologías». Alguien le debe haber dicho que intentando contentar a todos y diciendo a cada uno lo que desea escuchar obtendrá más votos.

Allá él con sus cálculos, pero la democracia desde que es democracia exige a los políticos una mínima coherencia personal, una línea que permita identificar sin lugar a confusión su pensamiento y sus principios, si es que los tiene. Los políticos -los de hoy como los de ayer- deben ser evaluados por los ciudadanos, por sus actos, por sus ideas y por sus palabras. Y si los ciudadanos utilizan en sus teléfonos un software de inteligencia artificial para hacerlo, a poco de que alguien ponga que uno se declara partidario de la despenalización del aborto y que al mismo tiempo en su provincia ha implantado un «protocolo» para hacer virtualmente imposibles los abortos no punibles, el teléfono se bloquea. Es que es demasiada inteligencia humana para tan poca inteligencia artificial.

Hoy puedo ser kirchnerista y mañana dejar de serlo, como pasado defender al Gobernador de una provincia vecina detenido por «chorro» (como él alguna vez llamó a la expresidenta Kirchner), solo porque al preso lo defiende «un amigo». Puedo viajar con Macri hasta el fin del mundo y alabar sus políticas en Buenos Aires, pero también sentarme a comer imperiales con el Oso Leavy, quien adora también a Macri, pero en escabeche.

También puedo declararme partidario de la reforma de la Constitución por las vías que correspondan y por debajo del mantel alentar con empáticos whatsapps a esos amigos de la vida que quieren reformarla, en su provecho, mediante una sentencia judicial redactada entre gallos y medianoche.

Y si me apuran, puedo decir en Buenos Aires que en mi Provincia se cumplen las sentencias de la Corte Suprema de Justicia de la Nación como si fueran las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, y en Salta decirle a Analía que mande nomás a los chicos a la Catedral y a la Pachamama, con tal...

Puedo tener a las mejores sectas católicas metidas hasta el cuello en los pliegues de la administración, pero declararme partidario de la despenalización del aborto o encabezar las procesiones como divorciado vuelto a casar. Es decir, he descubierto, por fin, la cuadratura del círculo.

En síntesis, que Urtubey, en esta pendiente descendiente en la que ha entrado su carrera, parece un hombre en busca de una ideología que lo deje bien cerca de la parada del 29. Pruebo de todo. En una de esas acierto con una y me paro para toda la cosecha.

La gente es en su mayoría es muy tonta, pero no a esos niveles. Aunque haya quien frente a una foto suya arrodillado junto a su mujer ante el Señor del Milagro escriba en Facebook que son «mazones» (como si fueran parientes del encartado Chicho y de su sagaz prima), hay gente que no se traga estas píldoras de ambiguolina. Prefieren políticos, con menos inteligencia artificial, pero que no sean tan veletas.

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