
Ha sido sin dudas una casualidad que el mismo día en que el presidente Emmanuel Macron señaló a «la traición de los clérigos» como la principal causa del retroceso de las libertades democráticas en Europa, se conociera en nuestra ciudad la noticia de que un grupo de abogados dirigió un escrito a la Corte de Justicia de Salta para que se le reconozca como «amicus curiæ» en los procedimientos de acción popular de inconstitucionalidad que tramitan en estos momentos ante aquel tribunal.
Ignoro realmente si el escrito en cuestión va a tener el efecto que sus firmantes pretenden, pero lo que está muy claro, a la vista de cualquiera (incluso de alguien como yo, que contempla los acontecimientos a miles de kilómetros de distancia), es que la «curiæ» en cuestión ya tiene sus propios «amici» y probablemente ya no necesite otros.
Quiero decir que a nadie se le escapa que son «amici dell'anima» los que han promovido las dos acciones de inconstitucionalidad; del mismo modo que son «amici del cuore» quienes, en vez de honrar su juramento y defender la Constitución atacada, se negaron pronunciar a en su día la inadmisión «a limine litis» de los escritos iniciales y convocaron a un sospechoso sorteo para que los reemplacen.
Esta última actitud, incomprensible donde las haya, es la explicación más directa del enorme e inmerecido deterioro de la imagen del Poder Judicial de Salta, que como todo el mundo sabe, está integrado -también- por ciudadanos decentes y con un compromiso indiscutido con la democracia constitucional.
He de decir también, que entre los nuevos «amici» que se proponen al tribunal como filosos espadachines de la calidad institucional hay algunos que bien podrían haber sido cazados por el periscopio de Macron cuando éste denunció ante los europarlamentarios la traición de los clérigos. Cuando veo algunos apellidos entre los ocasionales defensores del orden constitucional se me ponen los pelos como escarpias y no tengo más remedio que pensar que si la calidad institucional de Salta, el equilibrio de los poderes y la intangibilidad del orden constitucional depende de estos «usamicus curiæ», nuestra suerte está echada.
Me pregunto dónde estaban estos buenos señores cuando el Gobernador de la Provincia envió a la Legislatura su proyecto de ley para atornillar a los jueces que él designó en la Corte de Justicia. Porque si consideramos un acto «insurreccional» el que uno de los poderes constituidos abrogue la Constitución por un procedimiento no previsto en ella, ¿qué adjetivo habría que emplear cuándo el poder invitado por el propio ejecutivo a modificar la Constitución por vías no permitidas no es el judicial sino el legislativo?
Honestamente, no recuerdo que algunos de los que han dirigido a la Corte este escrito tan profunda y conmovedoramente republicano haya dicho una sola palabra cuando el ataque a la Constitución era perpetrado por el primer ciudadano con obligación de defenderla, con la complicidad abierta de unos legisladores que llegaron hasta el ridículo extremo de aprobar el despropósito, sin -felizmente- haber llegado a convertirlo en ley.
Para comprender a la democracia, defender la Constitución, promover la transparencia y luchar contra los excesos y abusos del poder, nunca es tarde, por supuesto. Y además, las inscripciones siguen abiertas. Si alguien ha llegado a la función más tarde que uno, no hay por razón para molestarse, aunque -ya se sabe- en Salta, hasta el menos pintado porta los galones de «la primera hora». El problema que veo es que para que alguien crea que nuestros desvelos son sinceros y no un arrebato oportunista, lo menos que se necesita es mostrar un historial coherente de compromiso con los valores que encarna la Constitución. Y el de algunos de estos ilustres caballeros es cualquier cosa menos eso.
Cuando digo esto, no me refiero a respetar los mecanismos procedimentales para su reforma -lo cual, por cierto, no es muy difícil de hacer y menos aún de defender- sino a un compromiso intenso y sincero con la limitación del poder y el refuerzo de los controles, entre otros muchos objetivos del constitucionalismo moderno. En otras palabras, que quienes han estado, de una manera u otra, vinculados a aquellas descaradas operaciones de acumulación de poder que adoptaron una vergonzosa forma jurídica en las enmiendas de 1998 y 2003, carecen de la autoridad moral y política necesaria para presentarse ahora ante sus conciudadanos como defensores de la inmaculada virginidad de una norma a la que han contribuido a desfigurar, las veces que ha convenido a sus intereses.
Quizá si alguno de ellos reconociera abiertamente haberse equivocado antes, probablemente su postura de ahora sería más creíble. Pero mientras no llegue la disculpa, siempre habrá motivos para pensar que quien ahora defiende la Constitución con el argumento de la calidad institucional simplemente lo hace porque no le simpatiza la figura de aquel que pretende reformarla por la vía que no corresponde, y que, si por ellos fuese, harían una reforma a su gusto, y «en 24 o 48 horas», como ha dicho recientemente alguno de estos respetables señores.
A actitudes como esta, Macron las denomina «la traición de los clérigos», evocando el título de una vieja obra de Julien Benda, publicada en 1927, en un momento de la vida política francesa en que numerosos intelectuales se volcaron a la política y renunciaron -según el filósofo- a los «valeurs cléricales»; es decir, a la búsqueda de la belleza, de la verdad y de la justicia, unos valores que para Benda eran «estáticos y racionales».