No hay nada de inevitable en el poder de Urtubey

  • Cualquiera con un poco de memoria se acuerda que cuando al gobernador Romero le faltaban menos de dos años para dejar su cargo, Urtubey y un puñado de insatisfechos con el sultanato luchaban por acabar con el cerrado monopolio de la política que había impuesto su antecesor y hacían esfuerzos notables por romper lo que el por entonces joven opositor llamaba 'el cerco informativo'.
  • Cuando querer es no poder

Los salteños más inquietos se enfrentan desde hace tiempo a la amenaza del desaliento por causa de lo que ellos consideran la ineluctabilidad del poder.


La capacidad y el talento creativo de un grupo bastante extenso de ciudadanos comprometidos se ven disminuidos por la creencia, ampliamente difundida, de que muy poco se puede hacer para desalojar del poder a quien lo ejerce sin límite ninguno desde hace más de diez años y que es inútil combatir algo que se considera inevitable.

Se trata, a mi entender, de una prematura renuncia, a la política y la Constitución, por ese orden.

Aunque el actual Gobernador de Salta haya desactivado pacientemente a la política -a la que considera una amenaza a su hegemonía- y se disponga a hacer lo mismo con la Constitución, la retirada de quienes podrían haber evitado la concentración abusiva del poder se explica más por falta de valentía que de recursos intelectuales o, lo que es lo mismo, de capacidad para percibir el uso desviado del poder.

Resultado: nadie en Salta le tose al Gobernador.

Pero en la comodidad del ejercicio del poder se ocultan buena parte de las tentaciones que contribuyen a su abuso.

Basta ver lo inquieto que se pone el primer mandatario salteño cuando algún suceso lo saca de su zona de confort; sea que se trate de un fenómeno natural, de un crimen o de la protesta más o menos espontánea de un grupo de estudiantes insatisfechos.

No pretendo sugerir o insinuar que más fenómenos naturales, más crímenes o más protestas sociales sean el camino para lograr bajarle los humos al poder. Todo lo contrario. Lo que demuestran estos acontecimientos es que nuestro Gobernador, en su ensimismamiento tiene una baja tolerancia a la frustración y que, cuando algo se sale del guión que controla, su registro emocional es limitado, como pobres son sus respuestas a los desafíos desconocidos.

Sin embargo, la oposición política, los sectores sociales e intelectuales que a primera vista son incompatibles con el estilo de mando del Gobernador no parecen haber tomado buena nota de este detalle, que más que una debilidad propia del personaje debe ser percibida como una oportunidad para construir un discurso coherente que ofrezca a la sociedad una alternativa de gobierno seria y viable.

Las razones por las cuales todo discurre de este modo en Salta son variadas y entre ellas sobresale, por su gravedad, el control que detenta el Gobernador sobre la vida y la subsistencia de personas que podrían estar ahora mismo contribuyendo a enriquecer nuestra democracia, pero que sin embargo se ven atenazadas por el miedo a perder el sustento diario y a no poder mantener a su familia.

Otros factores que influyen decisivamente son el control por el gobierno de la mayoría de los canales por los que se expresa la opinión pública, la pereza mental de muchos de los que están llamados a dinamizar el estrecho mercado local de las ideas y la comprobada decrepitud de las que fueron las mentes más brillantes de las pasadas décadas.

Todo ello, junto, ha permitido que el Gobernador de la Provincia se haya forjado en estos años una imagen equivocada de sí mismo, más cercana a la omnipotencia y la infalibilidad divina que a la fugacidad perecedera del devenir humano.

Cualquiera con un poco de memoria se acuerda que cuando al gobernador Romero le faltaban menos de dos años para dejar su cargo, Urtubey -entre otros- luchaba por acabar con el cerrado monopolio de la política que había impuesto su antecesor y hacía esfuerzos notables por romper lo que el por entonces joven opositor llamaba «el cerco informativo».

Trece años después, la situación política en Salta es mucho peor que la que instauró Romero con su famoso sultanato. Y es peor porque si en 2005 había un Urtubey dispuesto a saltarse las reglas para acabar con los abusos, ahora no hay ninguno. El propio Urtubey se ha confundido con las reglas y él encarna el abuso y los excesos, sin nadie que le haga sombra.

Sin dudas, el actual Gobernador ha aprendido bien la lección de aquellos años y no quiere «brotes verdes» debajo de sus pies. El problema para la convivencia democrática es que lo está consiguiendo, no tanto por sus innegables méritos (si se puede considerar como tal el apetito descompuesto por el poder desnudo), sino por la creciente complacencia de muchos de los que, pudiendo hacer algo por darle al futuro de Salta una nueva mirada y nuevos contenidos, se han conformado y se siguen conformando con actitudes condescendientes, que van desde el silencio cómplice, al afectado y empalagoso «¡Estuviste brillante, Juan Manuel».

Podría aquí hacer nombres, pero si usted, amable lector, se considera inteligente y comprueba al mismo tiempo que no está haciendo nada para salvar a Salta de la trituradora del poder absoluto, seguramente su nombre ya está impreso al pie de este artículo.

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