El mundo va para un lado y Urtubey va para el otro

  • Es un error -especialmente para un gobernante- sacar conclusiones globales a partir de cuatro o cinco tuits o un número parecido de titulares. La superficialidad revela una imperdonable pereza y una renuncia más o menos explícita a la reflexión pausada, al estudio riguroso, a la sensatez y a la responsabilidad.
  • Una actitud arrogante que ensombrece el futuro de Salta

Muchas veces hemos escuchado al Gobernador de Salta justificar sus decisiones -las pocas que en realidad adopta- y sus juicios -los muchos que a menudo vierte- en las cosas que suceden «en el mundo».


Así, es muy frecuente escuchar a nuestro mandatario decir que tales cosas suceden en Francia, en el Reino Unido, en España, en Canadá o en los Estados Unidos. Solo cabe pensar que hay personas en estos países que le cuentan por Whatsapp qué es lo que está ocurriendo en ellos, ya que el Gobernador demuestra que no conoce de aquellos países más que lo que alguien le pueda haber contado.

Las veces que el Gobernador ha hecho este tipo de cosas, quien estas líneas suscribe ha sentido la irresistible tentación de comprobar -como si fuera chequeado.com- si esos sucesos del mundo que el Gobernador dice percibir y de los que extrae unas determinadas conclusiones, son reales o si solo existen en la imaginación de quien los invoca.

Esta comprobación arroja, al día de hoy, unas conclusiones muy interesantes.

La primera -que es buena- es la de que el Gobernador de Salta se preocupa realmente por lo que sucede en el mundo. La segunda -ya no tan buena- es la de que a pesar del esfuerzo, no lo comprende.

Pero no por falta de inteligencia ni de recursos para informarse como es debido, sino por una cierta superficialidad (que es consustancial con su personalidad), agravada por el hecho de emplear en la interpretación de aquellos sucesos unas herramientas muy rudimentarias.

Lo malo de todo esto no es tanto que el Gobernador se equivoque en las decisiones que toma y en los juicios que emite, sino que al mismo tiempo utilice su capacidad de sugestión para convencer a una gran cantidad de salteños de que el mundo es como él lo ve y no como realmente es.

Si ya es peligroso que el gobierno vea e interprete lo que sucede a su alrededor de una forma equivocada, piénsese en lo grave que es que la sociedad -los salteños «normales», por decirlo de algún modo- se dejen llevar alegremente por las opiniones de una persona influyente pero equivocada, cuya única virtud en este aspecto consiste en perseverar en el error.

Porque es un error -no ya para un gobernante, sino para cualquier persona- sacar conclusiones globales a partir de cuatro o cinco tuits o un número parecido de titulares. La superficialidad, en este caso, revela una imperdonable pereza y una renuncia más o menos explícita a la reflexión pausada, al estudio riguroso, a la sensatez y a la responsabilidad.

¿En qué puntos se equivoca Urtubey cuando intenta descodificar el mundo circundante?

Son muchos para enumerarlos en un breve comentario de estas características. Pero entre los más importantes figuran, por ejemplo, la violencia contra las mujeres, la respuesta del Estado frente al aborto, el papel de las minorías en la democracia, la exposición pública de los responsables políticos, los desafíos medioambientales, la solidaridad intergeneracional y el reparto del poder en el seno de las sociedades democráticas.

Sobre todas estas cuestiones, el Gobernador de Salta ha construido un discurso alambicado, supuestamente basado en las grandes tendencias mundiales, pero que en realidad ignora lo que sucede en el mundo. Lo que ha hecho en realidad es lo que hacen muchos de los que experimentan una especial incomodidad frente a la vertiginosa evolución de las sociedades modernas: recortar y pegar partes poco significativas del discurso global con la intención de acomodar -siempre dificultosamente- aquella diversidad a las propias preferencias ideológicas. No es difícil hacerlo, pues para una cosa como esta no se necesita una gran habilidad dialéctica ni una capacidad superlativa de manipulación. El resultado es siempre el mismo: «¿No ven? El mundo piensa igual que pienso yo».

Para que un discurso egocentrista y tallado a hachazos como este pueda tener cierto éxito, es necesaria, diríamos que imprescindible, la concurrencia de ciertos factores externos, como una sociedad poco exigente con sus líderes, que se conforma fácilmente con la incoherencia y la superficialidad y cuyos individuos no acostumbran a contrastar el discurso de los gobernantes con el de sus homólogos de otras partes del mundo.

El Gobernador se equivoca con su objeto, es cierto, pero peor aún es su equivocación con el método y, sobre todo, con la actitud subjetiva frente a un desafío que normalmente excede las capacidades de cualquier persona. En mi opinión, para intentar comprender lo que sucede en un mundo tan complejo y cambiante como el que vivimos es necesario aproximarse a él con asombro, con ingenuidad, con desconfianza y con una duda permanente.

Al contrario, las actitudes de suficiencia, de anticipación, de optimismo desbordante o las que van presumiendo de una inteligencia omnicomprensiva son la mejor forma de no entender nada de lo que pasa.

La apuesta del Gobernador de Salta es muy inteligente, pues a él le consta que la mayoría de sus gobernados son aun más superficiales e irreflexivos que él, de modo que con solo adornar su discurso con palabras un poco complicadas y de pronunciarlo con un tono entre pomposo y plañidero, tiene asegurada unas cotas de convicción muy altas. Pero en este, como en otros casos, el Gobernador se olvida de agradecer a quienes son tan benevolentes con él. Quizá porque no sepa que una de las reglas fundamentales de la vida es que la gratitud es un atajo hacia la felicidad.

Como alguna vez escribió la insigne Jane Austen, el egoísmo debe ser siempre perdonado, porque no tiene cura. La ignorancia, por el contrario, no se puede perdonar, sobre todo en aquellos que tienen la obligación de saber.

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