
El Gobernador de la Provincia de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha dado un paso en falso en su campaña para situarse como candidato presidencial al dejar involuntariamente retratado su desprecio por la pobreza que sufren sus comprovincianos.
Sucedió durante la entrevista que el mandatario salteño concedió al programa de televisión Los Leuco, que se emite por la señal de TN.
Durante un pasaje de su alocución y en medio de un notable esfuerzo por demostrar que su gobierno había conseguido superar el duro desafío de las inundaciones provocadas por el río Pilcomayo, Urtubey dijo: “Es paradójico ver que perdieron todo y a la vez no perdieron casi nada, porque no tenían casi nada”.
La desafortunada frase ha levantado una oleada de indignación a lo largo del país, puesto que hasta la fecha ningún responsable político se había atrevido a tanto.
Algunos lo han interpretado como un arrebato de sinceridad brutal, pero la mayoría piensa que esta forma de ver y entender la pobreza guarda una correspondencia exacta con el pensamiento político más íntimo del Gobernador de Salta, quien ha demostrado tener un corazón de piedra con ocasión de otras desgracias que han ocurrido durante su gobierno (algunas, a causa de su gobierno), como el asesinato de mujeres jóvenes y pobres.
Quienes critican a Urtubey por su deshumanizada caricatura de los pobres de su Provincia recuerdan que el Gobernador reaccionó de un modo parecido cuando se supo que una joven madre de diecinueve años había sido apuñalada hasta la muerte en el interior de una celda carcelaria mal custodiada por su gobierno. En aquella ocasión Urtubey calificó el asesinato de la joven como una «cuestión cultural», dando a entender, entre otras cosas, que la vida de un pobre vale menos, porque menos tiene, y que la cultura de Salta manda que las mujeres jóvenes y pobres mueran violentamente.
La sorprendente respuesta a Los Leuco se explica por el deseo de mostrar, por un lado, que las pérdidas provocadas por las inundaciones han sido «totales», pero que al mismo tiempo, en cómputo global, no han sido tan graves (para su gobierno, no para los afectados) porque las personas inundadas perdieron lo poco que tenían. Es decir, que para el gobierno no importa tanto la dimensión humana de la tragedia (como en el caso de la joven asesinada en la cárcel) cuanto la extensión de los daños materiales globales, que son los que se reflejan en la contabilidad del Estado.
Así pues, restituir a los pobres a los lugares en donde vivían es tarea relativamente sencilla. Al gobierno de Urtubey le costará bastante poco devolver a familias enteras a los ranchos de palo que fueron arrasados por las aguas, porque su compromiso de reconstrucción llega hasta el límite de volver a levantar ranchos infames, que serán construidos calculando científicamente cuándo una nueva crecida del río los volverá a convertir en un inútil amasijo de ramas y de chapas.
El cálculo económico es asombrosamente conveniente para el gobierno, porque aunque el río se lleve los ranchos diez veces más en los próximos veinte años, las pérdidas materiales globales seguirán siendo de baja intensidad, pues Urtubey parece decidido a eternizar la paradoja: «cuanto menos tengan, menos van a sufrir cuando el agua se lo lleve todo».
Y si los pobres sufrirán lo mínimo, porque son pobres, ni hablar de lo poco que sufrirá el gobierno, al que evidentemente le conviene, por razones que son hasta obvias, que la gente pobre no tenga nada.
Otra cosa bien distinta es que esta especie de desprecio antropológico por los pobres, esta aporofobia disfrazada de caridad cristiana, esta victimización gubernamental que ha convertido al Pilcomayo en un hospicio miserable de Calcuta, le sirva a Juan Manuel Urtubey para presentar sus credenciales a la Presidencia de la Nación en 2019. Si ya es difícil que los pobres le hagan caso, después de lo que le dijo a Los Leuco sobre los pobres de su Provincia, bastante difícil será que las personas que no son pobres y que no toleran a los políticos irrespetuosos y derrotados hagan causa común con él.