
Mientras el obispo de Humahuaca, en medio de una solemne misa a la que asistía el mismísimo Presidente de la Nación, ha pedido a este, sin pelos en la lengua, que 'deje de gobernar para los ricos' y que 'no persiga a los pobres', el Arzobispo de Salta, antes de recordarle al gobierno provincial sus obligaciones frente a la catástrofe provocada por el río Pilcomayo, ha apelado a la caridad cristiana como forma de paliar las consecuencias de las graves inundaciones.
El Arzobispo salteño, a diferencia del prelado de Humahuaca, piensa que la suerte de los pobres depende de los otros pobres y no del gobierno. Si hubiera sido al revés, esta es la hora que monseñor Olmedo, en vez de criticar al Presidente por castigar con sus políticas a los pobres, habría convocado también a la feligresía a ayudar a sus hermanos necesitados, pero no lo ha hecho.
Por esta razón es que, a la hora de poner en marcha su innegable autoridad, Mario Antonio Cargnello ha renunciado a exigir al gobierno provincial que cumpla su papel como organizador y garante de la solidaridad colectiva y ha pedido que sean los cristianos los que se movilicen para ayudar a los que sufren.
La parte positiva del asunto es que la Iglesia salteña, refugiada en su secular comodidad, bien podría haber guardado silencio frente al drama que viven las poblaciones ribereñas del río Pilcomayo. Pero la parte negativa, sin dudas, es que antes de tocar la conciencia de los gobernantes -que son los primeros llamados a mitigar las consecuencias de las catástrofes- el Arzobispo ha preferido hacer un llamamiento a la caridad cristiana, pidiendo donaciones y trabajo a favor de las personas necesitadas.
¿Por qué no ha pedido Cargnello lo mismo al gobierno? ¿Por qué no le ha dirigido también a los gobernantes un mensaje crítico para recordarles su responsabilidad, como gobernantes pero también como cristianos?
La respuesta es sencilla. Porque el Arzobispo de Salta -que no es ningún improvisado- sabe, como el menos enterado de los salteños, que el gobierno de Juan Manuel Urtubey no tiene medios ni remotamente suficientes para hacer frente a un desafío de semejante magnitud. Es decir, que si no se movilizan los cristianos con su alma caritativa y si los pobladores afectados por la crecida del Pilcomayo dependen exclusivamente de lo que el gobierno provincial puede hacer por ellos, es que están perdidos.
Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de que Cargnello haya apelado a sus «bases», sin insinuar la más mínima crítica al gobierno, porque la Iglesia cogobierna en Salta y una crítica a las decisiones políticas equivale a admitir errores propios. Un buen socio se guarda las críticas públicas, como hizo el obispo humahuaqueño Pedro Olmedo, que consciente de que desde el vértice de la Iglesia no se simpatiza con las políticas de Macri, no tuvo ningún problema en abofetear (metafóricamente hablando) al Presidente de la Nación con la alevosía que proporcionan el púlpito y el monopolio del uso de la palabra de los sacerdotes en las misas.
Los salteños, sean cristianos o no, se movilizan por estas horas para ayudar sus comprovincianos en apuros, incluyendo a sus perros y a sus gatos, según se ha visto recientemente. Está muy bien que el Arzobispo se encargue de excitar la conciencia caritativa de los cristianos, pero muy mal que ignore que la primera línea de combate en las catástrofes está ocupada por los funcionarios del gobierno y que la caridad solo tiene lugar y sentido cuando todo lo demás ha fracasado.
El día en que Cargnello, sin refugiarse en la caridad del alma cristiana, se anime a decirle cuatro verdades a Urtubey, probablemente retumben en los cerros las trompetas del Apocalipsis.