Urtubey frente al peso de la mala imagen del peronismo en Europa

  • Es difícil, por no decir imposible, sacudirse en poco tiempo el estigma del peronismo. Hacerlo en Europa y que resulte creíble al mismo tiempo es mucho más difícil todavía.
  • Chanchos para las margaritas
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Después de una década de autarquía aderezada con pellizcos del populismo kirchnerista, que ha llevado a la Argentina (y a Salta en particular), a alejarse cada vez más de Europa, de su magnetismo intelectual y político y de su espacio económico, el Gobernador de la Provincia, Juan Manuel Urtubey, acaba de anunciar que acompañará al presidente Macri en su viaje a Davos, Suiza, para participar en uno de los foros económicos más importantes del mundo.


La llegada de Urtubey a Davos se produce en un momento en que el intercambio cultural y económico entre los países europeos (incluidos los que no pertenecen a la UE) y la Provincia de Salta atraviesa por unos de los momentos más bajos de toda su historia. Y tiene lugar también en medio de una particular coyuntura política que encuentra al Gobernador de Salta a mitad de camino entre el peronismo (del que nunca renegó) y el macrismo, al que parece haber abrazado con una pasión digna de encomio.

La presencia de Urtubey en Davos es tan auspiciosa y coherente como podría ser la de Donald Trump en un congreso internacional de buenos modales.

El problema no es la explicación que Urtubey deba darle a sus socios más anticapitalistas en el gobierno de Salta de por qué ha decidido plantar su figura en una de las catedrales del pensamiento económico del libre mercado sino la que debe a sus interlocutores extranjeros del largo periodo de encierro de Salta, de su desprecio por Europa (al influjo del pensamiento y la acción de Cristina Kirchner) y, sobre todo, de su condición de peronista.

Cualquiera que haya pasado más de dos semanas seguidas en Europa (en el caso de quien esto suscribe ya son casi treinta años) puede asegurar sin temor a equivocarse que el adjetivo «peronista» se utiliza en este continente (y no solo en España) para calificar a las peores prácticas políticas; o, en su versión más dulcificada, para referirse a aquella forma de entender y practicar el poder diametralmente opuesta a las formas democráticas.

Cuando el Gobernador de Salta aparezca por Davos, más que el peso de la nieve sobre los tejados cisalpinos, tendrá que soportar el desmedido peso del sobretodo peronista, que no lo abandonará en ningún sitio, por más que quiera aparecer en todas las fotos del brazo de Macri.

La única utilidad posible del viaje de Urtubey a Davos es la de venderse como candidato a presidir la Argentina y lo que parece claro es que quienes se encargan de hacer los papeles y los chanchullos para que esta candidatura pueda alguna vez convertirse en realidad, no tienen en mente (no han tenido jamás) más que la imagen de un líder comarcal, sin ninguna proyección hacia al mundo. El cálculo es bastante razonable, porque el líder no necesita ahora al mundo, como no lo necesitó antes durante la época de los Kirchner en la que se lo veía tan contento con la autarquía y el aislamiento, que hicieron que le diera la espalda a todo lo que hoy parece afanosamente buscar.

Claro que es perfectamente posible que Urtubey se venda aquí en Europa como un no-peronista, pero esto de decir una cosa en un lugar y hacer la contraria en otro se ha demostrado que no resiste una superficial búsqueda en Google. En otras palabras, que a los peces más gordos de la economía mundial solo les puede llevar unos pocos segundos enterarse tanto de las «ideas» de Urtubey (en el supuesto de que tuviera alguna) como del pobre resultado de sus políticas.

Ni en Davos ni en el Peñón de Gibraltar a Urtubey le valdrá (como no le valió en Madrid en mayo de 2017) decir que está casado con una actriz, ni presumir de embarazo avanzado. Las «susanasgimenez» y las «mirthaslegrand» que hay por aquí (que son realmente pocas) no se detendrían a examinar los planos más frívolos de su personalidad sino que se dedicarían a diseccionar su discurso y analizarlo hasta en sus componentes más minúsculos. Y, claro, estas profundidades dejarían a Urtubey fuera de juego y sin ninguna chance en Europa.

El peronismo y la superficialidad del discurso (que son dos cosas que no tienen por qué ir unidas) no son defectos que puedan corregir los consejos de los asesores de marketing político españoles que dicen que Urtubey ha contratado para mejorar sus posibilidades de disputar la Presidencia de la Nación. Es indudable que si el Gobernador de Salta no le imprime a su campaña un sesgo «macronista», y no lo hace de forma urgente, sus posibilidades de prosperar (no ya en la Argentina sino en el mundo) son bastante limitadas.

Es difícil, por no decir imposible, sacudirse en poco tiempo el estigma del peronismo. Hacerlo en Europa y que resulte creíble al mismo tiempo es mucho más difícil todavía. Lo dice quien ha vivido esta tortuosa experiencia en carne propia. La cercanía con el macrismo puede ser un camino, pero a condición de que el converso se muestre dispuesto a comprar todo el paquete, incluidas aquellas cosas que no parecen sentar muy bien en Europa, como por ejemplo el desprecio continuo hacia el papa Francisco o la feroz ofensiva judicial contra los funcionarios kirchneristas, incluida la reclusión de Milagro Sala.

Mientras Urtubey siga alardeando de peronismo, aunque se presente ante los suyos como un renovador de las ideas (el peronismo no ha acometido una renovación doctrinaria desde 1969); mientras su compromiso con Macri sea del Portezuelo para afuera y dentro de Salta se siga practicando ese populismo fascistoide tan caro a los sentimientos del Gobernador, será bastante complicado convertir a Davos en una oportunidad para lanzar o relanzar una candidatura presidencial.

Una buena señal sería que, antes de viajar, Urtubey presentara su renuncia como presidente del Partido Justicialista de Salta y solicitara la cancelación definitiva de su ficha de afiliado. Tal vez en Davos nadie le crea si lo hace, pero algún que otro salteño puede ver en este insignificante gesto el comienzo del fin del oscuro periodo en el que el peronismo controló todos los resortes del poder a través de dos familias que -dicho sea con el máximo respeto- ni son las mejores ni han sido nunca las exponentes más destacadas del peronismo de Salta.

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