Urtubey: Diez años de gobierno y descalabro

  • El ejercicio del poder, sobre todo cuando es largo y sin oposición a la vista, no solo produce rechazo en quienes lo padecen sino hastío en quien lo ejerce. La política es una enorme trituradora de prestigios.
  • Días para hacer balance

Las dictaduras y los gobiernos autocráticos se distinguen, entre otros detalles, por su eficacia creciente a medida que pasa el tiempo. Aun los dictadores más torpes aprenden a gobernar, especialmente cuando su control del poder abarca décadas enteras. Es sabido, incluso, que algunos tiranos llegan a hacerlo francamente bien, lo cual no es muy difícil, por cierto, cuando las libertades no existen.


Las democracias, por el contrario, son largamente menos eficientes; no solo porque los gobiernos duran menos y se renuevan periódicamente (deberían hacerlo) sino porque la existencia de la oposición organizada y de una ciudadanía libre y crítica hace menos posible que la voluntad de un solo hombre o de un grupo reducido de ellos se imponga sistemáticamente sobre las mayorías.

No es el caso de la Provincia de Salta, gobernada desde hace diez años por el mismo hombre. Uno que ha invertido esta regla fundamental de la política y cuya gran aportación a la fervorosa extravagancia de la política lugareña ha consistido en demostrar, con pruebas irrefutables, que el tiempo -unido a la borrachera de poder- puede convertir a un político prometedor en una figura nefasta.

Salta es hoy una Provincia quebrada, y eso es mucho decir para una sociedad cuya economía productiva es marginal y ha sido siempre desbordada por un sector público descomunal y omnipresente. El déficit de las cuentas públicas es en nuestra Provincia, más que una pesadilla pasajera, el síntoma de un descalabro social de escala mayor, de efectos duraderos y consecuencias imprevisibles.

Aunque su capacidad para solucionar los problemas colectivos se ha reducido de una manera escandalosa, el gobierno provincial todavía tiene una importante capacidad de sugestión y de manipulación de la realidad. El discurso oficial reconoce la crisis pero no los errores cometidos, y los funcionarios tienden a reducir a una cuestión de números lo que es una realidad desastrosa que tiene raíces mucho más profundas.

Por más que estos funcionarios se empeñen y nos subrayen con rotulador rojo lo que tenemos que pensar, el verdadero problema de Salta no es el desfase de las cuentas del Estado. Lo que realmente debería preocupar a los salteños es que tras diez años de gobierno ninguna institución sirve para lo que tiene que servir. Han sido destruidas casi todas ellas, o lo que es lo mismo, puestas al servicio de una ambición personal. Esto es mucho más grave que no conseguir que cuadren las cuentas públicas.

Hay que ser realistas y reconocer que aunque las instituciones sanaran mañana, el problema estructural de la economía del sector público provincial no se solucionaría. Pero lo que es realmente irresponsable es creer que sin intentar reformas institucionales de profundo calado se vaya a solucionar la crisis fiscal. Tan temerario como esto es negarse a admitir que, tras diez años de gobierno, Urtubey no dejará a su sucesor prácticamente nada.

En política no hay soluciones mágicas, pero si atendemos a la naturaleza de los problemas que hoy afectan a los salteños, la única solución razonable es cambiar. No solo de gobierno. Hay que cambiar la forma de gobernar, el modo en que los ciudadanos se relacionan con el Estado y la manera en que Salta se inserta en la región, en el país y en el mundo. Se necesita ser valiente para cambiar, desde luego, pero mucho más coraje es necesario para admitir que necesitamos hacerlo.

Un gobierno largo, desgastado, ineficiente, autocomplaciente y negado para la autocrítica ya poco puede hacer por Salta y por los salteños. No basta con quitar a un ministro para poner a otro o con intentar un giro desesperado en determinadas políticas del gobierno. Hace falta bastante más que eso para empezar a pensar en una salida de la crisis que no termine con los pocos espacios de libertad que nos quedan.

El gobierno actual tiene una gran responsabilidad en este aspecto, pues en la medida en que sea capaz de asumir sus errores y de admitir sus fracasos podrá sentar las bases de una transformación duradera y provechosa. Pero, aunque lo hiciera y lo hiciera mañana mismo, nuestros problemas no se solucionarían. Es necesario que las fuerzas políticas de la oposición asuman su responsabilidad de forma inmediata. Una oposición responsable es aquella que ofrece a la sociedad una alternativa de gobierno real, creíble y posible. ¿Tenemos en Salta a una oposición así? ¿Tenemos tiempo para hacer algo como esto?

A diez años del comienzo del gobierno de Urtubey, y a la vista del descalabro que vivimos, es muy fácil echarle todas las culpas al Gobernador de la Provincia. Pero aunque su responsabilidad es máxima no es única ni excluyente. Hay otras personas y grupos, perfectamente identificados, que han contribuido, por acción o por omisión, al aniquilamiento de las instituciones que protegen la libertad ciudadana, que hacen posible el gobierno limitado y que promueven la cooperación entre iguales para la adopción de decisiones colectivas.

Quizá los salteños deberíamos aprovechar estos días en que se suele hacer balance del año que acaba para hacer un repaso de lo que han sido nuestras vidas en los últimos diez años y para proyectar nuestra existencia en los diez años que vienen. Tendríamos que ser capaces de reflexionar y sentarnos a averiguar en qué medida cada uno de nosotros, por egoísmo o por desidia, ha contribuido a que el gobierno fracase y nuestras libertades no encuentren su espacio natural de expresión. El Gobernador pudo haberse equivocado y mucho, pero si sus errores y sus delirios hubieran encontrado a una ciudadanía firme, convencida y organizada -y no una masa sumisa, dispuesta a ser manipulada- es casi seguro que la situación que vivimos hoy sería completamente diferente.

Esta es una crítica muy directa a los jueces que ejercen el Poder Judicial, a los que se sientan en las dos cámaras de la Legislatura provincial, a los partidos políticos, a los medios de comunicación, a la Iglesia, a las organizaciones civiles, a los poderes territoriales y, en fin, a todos aquellos que han dejado que las instituciones que nos ha costado siglos erigir sean permeables a los dictados del gobierno de turno y que han renunciado a cumplir con su misión, sea para aportar a un proyecto personal de poder, sea para cuidar el sustento de los suyos, o sea para ambas cosas.

Nunca es tarde para empezar a hacer lo que se debe. Para comenzar a comportarse como los ciudadanos esperan, siempre hay tiempo. Quizá el único para el que ya sea un poco tarde rectificar sea el gobernador Urtubey, que bien haría en tomar un baño tibio para aplacar su furor presidencialista y en dedicarse a planificar su retiro de la política, antes de que el desastre en que nos ha metido a todos se lo lleve puesto.

El ejercicio del poder, sobre todo cuando es largo y sin oposición a la vista, no solo produce rechazo en quienes lo padecen sino hastío en quien lo ejerce. La política es una enorme trituradora de prestigios.

Solo la sabiduría de cada quien permite evitar que esa máquina de picar carne nos consuma totalmente y nos convierta en albóndigas. Es sabio aquel que sabe dejarlo a tiempo, no el que se empeña en llegar, aunque llegue convertido en albóndiga.

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