
En agosto de 2011, Juan Manuel Urtubey publicitó con grandes aspavientos su reunión con Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del planeta, a quien la ingenua comunicación oficial del gobierno de Salta definió entonces como un «exitoso empresario».
Lo cierto es que el encuentro entre el «exitoso gobernador» y el «exitoso empresario» fue presentado en Salta como un cónclave entre dioses, en el curso del cual el primero invitó al segundo a invertir en nuestra Provincia.
A más de seis años de aquel encuentro «en la cumbre», no se sabe con exactitud si don Slim ha invertido algo en Salta o si se ha limitado a guardar como recuerdo el poncho rojo que Urtubey le obsequió durante aquel encuentro.
Lo que se ha sabido estos días es que el poncho no ha producido los resultados taumatúrgicos que se esperaban, pues al final el magnate mexicano no desembolsó casi nada de lo que originalmente se había previsto. Lo poco que pudimos sacarle llegó a Salta tarde y mal.
Hablamos del fallido negocio de las cámaras de vigilancia de Telmex y del no menos fallido proyecto de la «conectividad entre organismos y territorios». Las primeras deberán ser sustituidas, poco tiempo después de su instalación. La conectividad a la velocidad del rayo con la que algunos soñaban inundar la Provincia de voz, datos y streaming, ha sido reemplazada por la cruel realidad de las comunicaciones por chasqui entre ministerios, y por el tenedor clavado en una papa como antena receptora para intentar ver Netflix.
Cualquiera sea el futuro de nuestra vídeovigilancia y de nuestras comunicaciones, hay una sola verdad incuestionable: En los nuevos negocios ya no estará el señor Slim, porque su empresas han caído en un serio descrédito ante los ojos de la Administración pública salteña. Según informa el diario El Tribuno de Salta, el gobierno les ha aplicado sin piedad todas las cláusulas penales previstas en el fallido y falluto contrato de las cámaras.
La situación que vivimos conduce a pensar que si Slim no reacciona a tiempo y no subasta el poncho regalado en algún mercadillo de Zacatecas, su «inversión» en Salta habrá sido ruinosa, como ruinosos parecen ser los resultados de las cámaras de vigilancia, tanto en términos de seguridad urbana como de criminalidad desarticulada.
No será esta la primera vez que uno de los ungidos por el Gobernador como caballero de la orden del poncho resulta nefasto para Salta. Ya sucedió antes con otros que ni siquiera vale la pena mencionar aquí por sus nombres.
Lo que queda para la memoria -además de los millones que Slim dejó de embolsar- son los faraónicos anuncios de Urtubey y de su entonces ministro Cornejo D'Andrea sobre las maravillas que traerían las cámaras para Salta y para sus habitantes: Software de reconocimiento facial, identificación de patentes de coches, inteligencia policial (algo que en Salta es una contradicción en los términos), seguridad del turismo, acceso desde cualquier parte del mundo, y otras prestaciones realmente tan alucinantes como amenazadoras de las libertades públicas, no llegaron a concretarse nunca. Hoy, muchas de las cámaras instaladas sirven como nidos de quitupíes y otras especies que antes anidaban en los árboles.
No por culpa de Slim ni de Urtubey, sino por la del maldito poncho, el mismo que nos trae una espantosa mala suerte desde aquel artero perdigón de Barbarucho, que atravesó el hueso sacro de nuestro máximo héroe aquella gélida y confusa noche de junio de 1821. Un suceso que podría haberse evitado, si Slim hubiera colocado una cámara «dome» en la fatídica esquina de Belgrano y Balcarce.