
Con cierta puntualidad y una impunidad digna del Libro Guinness de los récords, Urtubey y Romero vienen prestándose recíproca asistencia, en forma de traspasos de recursos humanos.
Hablamos de gente que va y que viene, sin importarle demasiado la vereda en la que se coloque, y de alguna gente, algo más avispada que los anteriores, que sabe que en realidad no hay (nunca hubo) dos veredas sino una sola.
Algo de esto ha sucedido con personas como Pablo Kosiner, Manuel Santiago Godoy, Javier David, Guillermo Durand Cornejo, Sonia Escudero, Gustavo Sáenz, y más recientemente con Emmanuel Sierra y Sergio Leavy. De este último convendría decir en su favor que se ha paseado por todo el arco ideológico sin apenas cambiar de apariencia o de discurso, lo cual debe considerarse todo un mérito para los tiempos que corren.
Desde luego, no han sido los señores que acabamos de mencionar los que inventaron el transfuguismo político en Salta, pero tampoco se puede ignorar que sin ellos la historia de los tránsfugas se habría escrito en nuestra provincia de una manera enteramente diferente.
Tanto Romero como Urtubey, Urtubey como Romero, han pescado en las aguas revueltas del supuesto rival, de donde han recogido a una pequeña oligarquía de ángeles caídos. El que inauguró esta metodología fue Urtubey, pues tras conquistar el poder en 2007 y al verse rodeado de inútiles, tuvo que echar mano de ese saco sin fondo que es el romerismo para llenar algunos lugares clave de su administración. El hueco restante lo llenaron sus amigos y antiguos compañeros del Bachillerato Humanista, y algunas amigas.
Pero los préstamos siguen, con independencia de lo que digan las urnas. Poco importa, por ejemplo, que Emmanuel Sierra haya estado metido hasta el cuello en la campaña de Urtubey o que Sergio Leavy haya intentado rascar votos presentándose ante el electorado como un enemigo declarado de las políticas derechistas de Urtubey.
La gran flexibilidad que proporciona ahora la pertenencia a «espacios políticos», y no a partidos, libera a los tránsfugas de la obligación de explicar a los ciudadanos sus continuos saltos. El ciudadano «ya sabe», por así decirlo, que su voluntad expresada mediante el voto le será escamoteada por estafadores políticos profesionales, por gente que no solo carece de partidos sino también de principios y por aquellos que juran por su madre seguir una línea que luego no tienen el menor reparo en abandonar.
Es lamentable que en Salta las estafas electorales no tengan castigo, como sí lo tienen en otros sistemas políticos un poco más transparentes y previsibles. Quien incumple un programa o se pasa al bando contrario no solo se hace acreedor a la desconfianza de los ciudadanos sino que también se coloca en una situación de sospecha que afecta al conjunto de sus promesas electorales.
¿Dijo Leavy antes de ser elegido diputado nacional que quince días después se iba a dar un abrazo «de oso» con Urtubey y que su kirchnerismo era solo una pantalla para conquistar votos? Probablemente si los ciudadanos sabían que Leavy les estaba mintiendo no le habrían votado y hoy no sería diputado nacional electo.
Lo del «bicidiputado» es de una ternura tan conmovedora que casi nadie podría ver mala intención en su traspaso a las filas de Sáenz. Pero si lo hubiera dicho antes, o al menos hubiera insinuado que tal posibilidad -aunque fuese remota- existía, tal vez sus resultados en las urnas habrían sido diferentes. No se puede ir por la vida predicando una cosa y luego hacer la contraria.
Las acciones de Romero y de Urtubey en este terreno se asemejan bastante a la trata de personas, dicho esto con el máximo respeto a quienes son víctima de este horrible delito. Pero en política, el tráfico de personas es detestable porque su finalidad no es otra que confundir a los ciudadanos, impedirles comprender y evaluar las diferencias que separan a unos de otros y, en definitiva, hacer que nuestro voto no sirva para nada.
El transfuguismo no se acabará en Salta fácilmente. No mientras estos dos personajes sigan regenteando una agencia de trabajo político temporal, sigan comprando y vendiendo dirigentes como empanadas tibias y tarifando sus servicios por kilo vivo.