¿Qué fue del gabinete galáctico de Urtubey?

  • Finalizado el proceso de recambio, no se puede hablar de un gobierno nuevo, ni siquiera renovado, sino de un gabinete de continuidad en el que los nombres diferentes no alcanzan para ocultar que las políticas del gobierno seguirán por la misma senda de ineficiencia y dispersión que comenzó en 2007.
  • Al final no eran tan buenos

Pese a haber insinuado días atrás que su nuevo equipo de gobierno integraría a «todos los sectores», el gobernador Urtubey ha finalizado la remodelación de su gabinete con la sola integración del romerismo y de un puñado de admiradores de su propia figura, cuya competencia técnica está muy lejos de lo que sería deseable.


Es decir, que finalizado el proceso de recambio, no se puede hablar de un gobierno nuevo, ni siquiera renovado, sino de un gabinete de continuidad en el que los nombres diferentes no alcanzan para ocultar que las políticas del gobierno seguirán por la misma senda de ineficiencia y dispersión que comenzó su andadura allá por 2007.

Curiosos son sin dudas los argumentos con los que el Gobernador ha justificado el cambio: la idoneidad de los designados, por un lado, y su capacidad de interlocución con la administración federal, por el otro.

Obsérvese que el Gobernador en ningún momento ha hablado de «ciclos cumplidos» ni de «cambios en la orientación política».

Semejantes razones conducen inmediatamente a preguntarse dos cosas: 1) por qué si los ministros desplazados no eran lo suficientemente capaces para desempeñar sus cargos no se los desplazó antes y 2) Si con anterioridad a estos cambios el gobierno de Salta se entendía con el gobierno nacional por señas o jugando al juego del oficio mudo.

Solo unas semanas antes de la derrota electoral del 22 de octubre, el gobierno de Urtubey (el de Parodi, Rodríguez, Calletti y compañía) era el mejor del mundo. ¿Qué pudo haber pasado para que solo unos días después esos ministros tan excelentes pasaran a ser mano de obra prescindible? ¿Descubrió acaso el Gobernador de golpe su inutilidad?

La verdadera respuesta a estas preguntas es que ni los que se van son tan buenos como Urtubey decía que eran ni los nuevos son tan capaces como el Gobernador ahora presupone. Es decir, se ha cambiado a unos ministros discutidos por otros a discutir.

El cambio tampoco ha supuesto devolver el protagonismo a la política o el abandono del personalismo egocéntrico que pone a la figura del Gobernador por encima de cualquier otra consideración. Al contrario, los nuevos ministros -excepto quizá el amortizado y macilento Marcelo López Arias- solo ocuparán sus cargos para contribuir con ganas al endiosamiento del jefe. López Arias hará eso pero también intentará dar una batalla tardía por su dignidad personal, algo que por supuesto tiene bastante difícil.

Situación aún más particular es la del ya cesado Ministro de Gobierno, Juan Pablo Rodríguez Messina, de quien se dice se pasará a ocupar «importantes funciones» en la campaña presidencial de Urtubey (ya no para 2019, sino para 2023). Es de suponer que si estas importantes funciones realmente existen, no formen parte del gobierno y que los salteños no paguen el sueldo del señor Rodríguez para que se dedique a promocionar la figura de su jefe. Es decir, lo que sería de esperar es que Rodríguez cobre por sus servicios de otra caja y no de caja común de los salteños, como lo ha venido haciendo hasta ahora.

Al menos se espera que Rodríguez no cometa el mismo error de la señora Liliana Mazzone, que admitió públicamente que cobraba un alto sueldo como funcionaria de la Casa de Salta en Buenos Aires para promocionar la candidatura presidencial del gobernador Urtubey.

Finalmente hay que decir que para entenderse mejor con el gobierno nacional, Salta no necesita otros ministros sino otro Gobernador. Los ministros -tanto los nuevos como los viejos- no harán la diferencia, pues en tanto Salta no cambie de Gobernador seguirá yendo a remolque del poder federal.

En resumen, que el Gobernador lo que ha intentado es maquillar un poco su declive, engañar al respetable dando la impresión de que su estrella no se ha apagado, y ambas cosas las ha hecho echando sombras -justas pero tardías- sobre la capacidad de los que han sido hasta hoy sus colaboradores más inmediatos.

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