José Urtubey, el candidato 'de síntesis' del pacto Urtubey-Romero

  • Una vez que se ha estrellado contra la realidad el sueño de acercar a Urtubey a la Presidencia de la Nación, el imperativo de la hora para los amantes del poder perpetuo es no perder la centralidad del escenario en Salta.
  • Escenario poselectoral
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Por estas horas son muy pocos los que reconocen en Salta una realidad clamorosa: la de que los apetitos de control perpetuo del poder político mantienen a nuestra democracia anclada en los niveles más bajos de calidad, en el país y en la región.


A ese quantum de poder se le debe añadir el quid, pues el control total y eterno de los mecanismos institucionalizados de dominación no está planeado para beneficiar a las grandes masas, ni a una clase social, ni menos a un partido político, sino solamente para saciar la ambición de dos familias, en las que convergen la mayor parte de las pulsiones políticas de los salteños.

Las señales de desestructuración, en particular las grietas que se han abierto en los gruesos muros de la casa común después del pequeño terremoto que enloqueció a los sismógrafos del poder la noche de las pasadas elecciones, han hecho necesario un cambio de estrategia. Pero no se trata de un cambio sorpresivo, pues el giro ya venía insinuándose con anterioridad, a medida de que el gobierno dirigido por Urtubey iba perdiendo la poca eficacia que le quedaba y un buen bocado de su sustento popular.

Dicho en otros términos, que ya desde antes el Gobernador de Salta venía preparando su acercamiento al macrismo (el pacto con Romero a finales de 2015 fue solo el primer paso) y ahora lo que toca es buscar una figura que «sintetice» en un solo cuerpo la silenciosa convergencia entre lo que en Salta -todavía- aparentan ser dos corrientes de pensamiento y acción inconciliables.

Pero no hay nada que acerque más a los tiranos que su experiencia común con el poder, así uno hubiera tirado para un lado y otro para el contrario, y su deseo compartido de que su mando sea mínimamente contestado. Empantanado el intento de acercar a Urtubey a la Presidencia de la Nación, el imperativo de la hora es el de no perder la centralidad del escenario en Salta, para lo que se necesita ahora no solamente fundirse con el macrismo victorioso, sino encontrar a alguien que asuma el papel de resumen o sumario, capaz de encarnar lo fundamental o lo más importante de la causa.

Ese «alguien» es sin dudas, José Urtubey, dirigente de la patronal más importante del país y ultraconservador con «rostro humano», que alcanzó el rango de celebridad menor al criticar con entusiasmo de principiante las políticas del gobierno de Macri. Pero como las cualidades del elegido son más bien espartanas (o esperpénticas, según se prefiera), había que buscarle también una muleta, un apoyo, un aliado para el caso de que las cosas vengan torcidas en los próximos años.

Ese aliado también está señalado de antemano. O, en este caso, señalada, porque hablamos de Bettina Romero, la hija del exgobernador, que nunca ha sido mal vista por el urtubeysmo como candidata natural a ocupar el escaño vitalicio que en el Congreso Nacional tiene asegurado desde hace 34 años el holding de Limache.

Quienes sean o no partes de este pacto semisecreto, fraguado de espaldas a los ciudadanos y que aspira a seguir viviendo por largas décadas a costillas del esforzado salteño medio, está todavía por determinar. Algunos lo tienen más claro que otros, pero de lo que no hay dudas es de que la operación «poder perpetuo» incuba en Salta a sus más feroces contradictores. Gente que está dispuesta a romper el círculo de las oligarquías familiares y a devolver el poder democrático a los ciudadanos.

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