
A contrario de lo que muchos suponen, el resultado de las elecciones del pasado domingo en Salta no permite albergar la esperanza de que se produzcan grandes cambios políticos o institucionales en nuestra Provincia. Al menos, cambios en la buena dirección.
Sí se atisba en el horizonte la posibilidad de que el grupo (cada vez más reducido, felizmente) que controla el gobierno provincial, pero que ha sido claramente derrotado en las urnas, utilice de forma intensiva su todavía desmedida influencia sobre las instituciones para dar un golpe que le permita blindar su poder a muy largo plazo y asegurarse la impunidad.
Hay ciertos gobernantes que cuando ven amenazada su hegemonía, por diversas razones, en lugar de resignar sus privilegios y de negociar sinceramente con quienes los amenazan, se vuelven sobre sí mismos, refuerzan sus mecanismos de defensa y profundizan los rasgos autoritarios o autistas de su gobierno.
Este parece ser el caso del gobierno de Salta, al que todo indica que no le termina de «cerrar» el que una sólida mayoría de ciudadanos le haya castigado severamente en las urnas. Para ellos no se trata de un traspié político, como el que podría experimentar cualquier demócrata, sino más bien de una aberración sociológica, y como tal se disponen a tratar el claro mensaje emitido por los ciudadanos el pasado domingo.
No les cuadra que el pronunciamiento popular le haya dicho un no rotundo a las aspiraciones presidenciales del Gobernador de la Provincia, o que hayan dejado claro que los salteños no apoyarán una aventura de semejante nivel de insensatez. Pero el señor Urtubey -como era lógico suponer- sigue pensando que gobierna con el respaldo de un 54 por ciento de los electores salteños, cuando la verdad es que si ese apoyo llega al 25 por ciento debería sentirse más que satisfecho.
Cuando el Gobernador -aparentemente golpeado por el resultado electoral- llama a «peronizar» su gobierno es realmente para echarse a temblar. No tanto por lo que significa el peronismo para una provincia pobre y desvertebrada como lo es Salta sino por lo que el Gobernador entiende por peronismo.
Para decirlo pronto, lo que se propone Juan Manuel Urtubey no solo es ignorar el resultado de las urnas sino especialmente llevar a un escalón superior el principio básico de que es el peronismo (sus mitos, sus temores, su xenofobia y sus limitaciones intelectuales) el que organiza de arriba a abajo la sociedad, sin dejar resquicio ni a la libertad ni a otras opciones políticas.
Cree el Gobernador que «peronizando» todo aquello que le parece que es «peronizable» él mismo será percibido al día siguiente como más peronista y, por tanto, como más apto para «conducir» el país. En suma, de lo que se trata es de «peronizar» para que sea él el principal y el único beneficiario de la «operación retorno».
De ser así las cosas, no hay dudas de que Salta necesita ayuda. La pregunta que habremos de formularnos es si la ayuda que a gritos piden los ciudadanos y las instituciones de Salta, para no caer en las garras de un poder desesperado por seguir encontrándose a sí mismo y disfrutando de su propia belleza, puede provenir de las fuerzas políticas que han ganado las elecciones o si, por el contrario, no podemos contar con ella.
La respuesta solo puede ser negativa, pues aunque entre los ganadores hay algunas personalidades que despiertan alguna ilusión, la mayoría de ellos son gente que solo aspira a subrogarse; es decir, a «ponerse en el lugar» de los desplazados y a ejercer el poder de la misma manera asfixiante, mayestática e irresponsable.
Es la rueda de la fortuna la que dice en cada momento quiénes están arriba y a quiénes les toca estar abajo. Pero la rueda sigue girando, y aunque algunos pretenden pararla para quedar ellos siempre arriba, ninguno se anima a romperla, porque el giro, los highs and lows de la política, los up and down de la democracia que hemos conseguido forjar, constituyen su particular modus vivendi, su livelihood, si insistimos con el inglés.
Casi ninguno de ellos sabe vivir fuera de la rueda y por eso nadie quiere salir de ella. El gobierno, el primero.
A Salta le pasa como a esos bebedores empedernidos que van por la vida pidiendo a gritos silenciosos y ahogados una ayuda que se les niega o que ellos mismos, llegado el caso, van a rechazar.
Hoy, después de las elecciones del 22-O, los salteños saben perfectamente quién los venderá, pero no quién acudirá a su rescate y desafiará el statu quo para intentar que nuestra convivencia no quede en manos de irresponsables perpetuamente enamorados de sí mismos, y para que el poder político, que es una paciente y trabajosa construcción colectiva y no un producto surgido de la imaginación del señor Urtubey, no sea un botín de guerra sino un elemento de cohesión, que nos permita solucionar problemas y reducir desigualdades.
Salta, en suma, necesita ayuda urgente.