¿De qué proyecto nacional hablamos?

  • Urtubey, que solo habla vaguedades y suele hacer gala de un discurso confuso y permanentemente cambiante, tiene aspiraciones presidenciales, sí, pero no un proyecto en sentido estricto.
  • La ambición descontrolada

La discusión que debemos plantear en este momento no es si el «proyecto» presidencial de Urtubey ha muerto, está tocado o goza de una envidiable lozanía. Más bien tenemos que discutir si tal proyecto existe en realidad.


Desde que el Gobernador de Salta -animado por quienes ven en él a una especie de deidad, a despecho de sus notables defectos- figura en las quinielas de presidenciables, no se ha conocido de su boca ni una sola idea que permita atisbar, detrás de la tupida cortina de palabras, un proyecto para el país y para su futuro.

Urtubey, que solo habla vaguedades y que suele hacer gala de un discurso confuso y permanentemente cambiante, tiene aspiraciones presidenciales, sí, pero no un proyecto en sentido estricto.

Quiere esto decir que el proyecto es él mismo. «Vóteme a mí, y después veremos». Esto no es un proyecto serio, ni en la Argentina ni en ningún otro lugar del mundo. Es más bien la traducción al plano del discurso de una ambición incontrolable, cuando no la certificación de que para ser Presidente de la Argentina no se requiere forjar un modelo de país, objetivo y sujeto a la deliberación pública, sino simplemente construir una imagen vacía.

Si en los años que lleva siendo la «esperanza blanca» del peronismo periférico y del federalismo eternamente postergado, Urtubey no ha sido capaz de elaborar un proyecto en serio, es porque lo que pretende es gobernar -si la suerte lo favorece- con las manos tanto o más libres como ahora las tiene en Salta, en donde hace y deshace a voluntad, mientras -como él dice- «los boludos aplauden».

Pero al Gobernador de Salta le falta rigor; no severidad, que sí la tiene, sino el rigor entendido como propiedad y precisión. Él sabe -quizá no tanto sus merchandisers- que sus cualidades personales, morales e intelectuales son llamativamente limitadas, lo que en cierto modo obliga a admitir que el haberle sacado tanto provecho durante los últimos 25 años no es un mérito que se deba desdeñar.

Por el momento, el único «proyecto» medianamente coherente que acuna Urtubey es el de convertir a la Argentina en un territorio atrasado y marginal como Salta. Sus continuas críticas a «los porteños» y la cantinela de que «Buenos Aires no nos comprende» o «nosotros somos distintos», le acerca más a líderes insolidarios y micropolíticos como Carles Puigdemont que a los verdaderos demócratas del planeta.

Conviene no engañarse. Ni las derrotas electorales conseguirán que Urtubey modere su ego y que renuncie a un destino que él cree que está escrito en los astros. Hará todo lo posible, y más, para encaramarse a la parra e intentar tomar por asalto el poder que sistemáticamente se le niega. Pero para eso necesita de los salteños. Sus comprovincianos le son imprescindibles. No sus votos, sino su dinero. Mientras Urtubey siga controlando la caja del Estado (la que se forma con el esfuerzo contributivo de los agentes económicos salteños) su ambición presidencial seguirá en pie.

Lo que es casi seguro es que esta ambición jamás estará acompañada de una idea clara del país y de su inserción en el mundo. Su discurso no alumbrará nunca las claves del bienestar y de la prosperidad de los ciudadanos que habitan esta tierra y sus decisiones no tendrán otro norte que el de la conquista del poder, por el poder mismo, como lo viene demostrando en Salta desde hace diez años.

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