
Prácticamente nadie en Salta ignora que Urtubey utilizó al máximo su matrimonio con Isabel Macedo -incluido su posible embarazo- con una finalidad electoralista. Pero no para las elecciones de ayer sino para aquellas que -solo hasta hace unas pocas horas- se suponía que iban a catapultar al personaje a unas alturas políticas inalcanzables.
Pero ayer tocaba ganar y no se ganó. El embrujo de la Primera Dama no funcionó al final como se había previsto y, de golpe, quienes habían apostado por su encanto personal y por su innegable tirón popular se quedaron con las manos vacías.
Urtubey llegó a decir que estaba «midiendo» a su mujer, anuncio que preocupó sobremanera al Arzobispo, que suspiró aliviado cuando supo que lo que el avieso marido le estaba midiendo a su compañera era la imagen.
Durante este tiempo, Isabel Macedo toleró con bastante dignidad que los partidarios acérrimos de su marido la utilizaran como a una muñeca, despreciando de algún modo su talento y su inteligencia. Hay que reconocer que ella colaboró con la causa al declararse enamorada del Gobernador hasta los límites del enceguecimiento, algo que no entusiasmó a las mujeres, principalmente.
Probablemente, la segunda esposa del Gobernador de la Provincia pensó que su marido iba a barrer en las urnas y no ser barrido, como efectivamente ocurrió. Y por eso no le dio demasiada importancia a la instrumentalización de su imagen y de su persona para unos fines que poco tienen que ver con el amor o con la cohesión de la familia.
Pudo, efectivamente, Macedo haber empezado su carrera como Primera Dama con mejores perspectivas, pero las urnas -esas veleidosas cajas de cartón prensado- le fueron esquivas, a su marido y a ella, que se le pegó como una lapa, aun cuando el Gobernador intentó in extremis despegarla.
Ahora se abre un nuevo tiempo en el que muchos de los que apostaron sinceramente por ella esperan que no se produzca una «rabolinización» postelectoral, como la que hace un par de años desgraciadamente desbarató unas de las parejas más glamourosas del firmamento mediático nacional.
Los salteños consideran a su estrellita como propia y no tolerarían que la gaviota buscara, como los cóndores andinos de alas quebradas, otros aires para remontar el vuelo. «Isabel es más salteña que los bombones de dulce de cayote con nuez», es la frase favorita de quienes hoy temen que los perros vagabundos que Sáenz castra por docenas se queden sin quien les teja un pulóver.
Pero ¿se acostumbrará Macedo a ser la consorte de un líder en declive? Es ese el gran interrogante que debe responder la política salteña en los próximos días. Quien sea ministro o deje de serlo es solo un detalle sin importancia frente a la enorme importancia de este asunto, que ahora mismo tiene a mucha gente sin dormir.