
El Gobernador de Salta ha reprochado al intendente Gustavo Sáenz el haber sido «parte» de lo que hoy critica con singular dureza.
En palabras un poco más claras, lo que Juan Manuel Urtubey ha querido expresar (un poco a los ponchazos, como es su costumbre) es que Sáenz no tiene ningún derecho a criticar a su gobierno, pues ha formado parte de él. Y si Sáenz -cuando fue parte del establishment- sabía que algo funcionaba mal, debió decirlo en su momento, y no ahora para ganar votos.
Pero el reproche de Urtubey tiene algunos defectos bastante visibles: no es para nada original y mucho menos legítimo. Al contrario, demuestra una gran deslealtad y una muy pobre memoria.
Porque también Urtubey fue «parte» del gobierno de Juan Carlos Romero (una parte muy importante, no hay que olvidarlo), y pese a haberlo sido, el actual Gobernador no dudó un solo instante en criticar con inusual ferocidad a su predecesor y mentor político, curiosamente con los mismos argumentos que hoy utiliza Sáenz en su contra: que se robó todo.
Tal parece que, llegado un momento, algunas «partes» se avergüenzan del «todo»; pero lo hacen solo cuando les conviene a sus propios intereses denunciar las irregularidades o las inmoralidades pasadas, y no cuando las tropelías se cometen. Es decir, su ética no funciona «a tiempo real»
Es posible por supuesto que Sáenz haya callado lo que en su momento debió decir del gobierno de Urtubey (los latrocionios). Pero que lo diga ahora no le resta ni un ápice de veracidad a sus afirmaciones.
Y también es posible que lo que que Urtubey dijo en su momento de Romero y de su gobierno sea la más pura verdad, pues nadie mejor que él, que vio todo aquello de cerca y que estuvo metido hasta el cuello en casi todas las operaciones de poder, puede decir lo que realmente pasó en aquel oscuro periodo histórico.
Pero entre Urtubey y Sáenz hay una diferencia importante en este aspecto: Urtubey se empeñó en superar a Romero hasta batir sus propias marcas de inmoralidad cívica (imitó los comportamientos más abyectos y profundizó hasta límites increíbles los rasgos autocráticos y mayestáticos de antecesor). Sáenz, por el contrario, no pretende imitar a nadie y busca -con algunos tropiezos, es cierto- reconciliar la moral con la política y demostrar que el peronismo no solo sirve para llenar la panza de los jerifaltes del partido.
En resumen, que Urtubey no puede hoy afear a Sáenz por haber callado cuando debió hablar, pues él hizo exactamente lo mismo durante el gobierno de Romero. E incluso hizo más: porque no solo calló sino que fue cómplice -por acción y no por omisión- de una serie de comportamientos políticos que condujeron a la democracia salteña por los caminos de su perdición, olvidada de su Dios y Redentor, como dice la Novena del Milagro.