
A finales de los años setenta del pasado siglo, cuando apenas si había libertades en Salta y en el resto del país, un grupo de peronistas un poco díscolos, decididos a resistir las amenazas de la dictadura militar, hablaba a cara descubierta en lugares públicos.
Un día de aquellos, el tema de conversación era el ingenio que un prominente dirigente de la extrema derecha peronista de entonces poseía en propiedad a pocos kilómetros de la capital y que algún trato un poco oscuro había hecho con los militares. Mientras algunos de los que analizaban el tema se posicionaron claramente en contra de tal acuerdo, hablando -cómo no- de maniobras y de traiciones imperdonables, uno de los presentes -el más escéptico de todos- dijo en un tono entre indulgente y desdeñoso: «Hay que comprenderlo: son sus intereses, son sus tierras».
La misma frase, con ligerísimas matizaciones, se podría aplicar hoy al gobernador Juan Manuel Urtubey, por motivos diversos, aunque no directamente relacionados con la propiedad de un ingenio azucarero.
Muchos salteños ven una felonía en el hecho de que Urtubey haya dejado la campaña electoral en «modo automático» y que sean sus entusiastas seguidores los que intenten vender a los salteños menos informados la absurda idea de que el 22 de octubre próximo se deberá decidir en las urnas si Urtubey es o no Presidente en 2019.
Es una pena verlo a Zottos colgado de la wi-fi de Urtubey, y sintiendo al mismo tiempo la seguridad divina de quien ha conseguido sujetar con ambas manos el manto de la Virgen del Milagro.
A eso se le suma el reproche de que el Gobernador sigue desapareciendo de la escena pública a intervalos rítmicos, sin dar explicaciones a nadie.
Pero, qué se le va a hacer. Dondequiera que el Gobernador esté y sea lo que sea lo que esté haciendo, al fin y al cabo «hay que comprenderlo: son sus intereses, son sus tierras».
Claro que entre 1978 y 2017 ha corrido mucha agua debajo del puente. Si bien entre estos dos años es muy difícil encontrar diferencias en materia de libertades y de calidad democrática (Urtubey gobierna con el mismo desparpajo y el mismo apetito liberticida de los militares), ya la cosa no pasa porque tres o cuatro políticos de mala uva se junten a escudriñar la realidad en una plaza pública. Hoy la gente es mucho más suspicaz, desconfiada y crítica. La aldea se ha hecho mucho más grande y la conversación también.
Y tanto, que mientras en 1978 a nadie se le hubiera ocurrido pedir explicaciones por los entretelones de la producción ancestral del azúcar (por mucho menos de eso, los militares fletaban un Falcon verde a domicilio y no de Cabify, precisamente), en 2017 hasta el más nimio de los actos del Gobernador es objeto de crítica pública.
Al Gobernador actual le da exactamente igual que la gente lo ponga a caer de un burro, por supuesto. Hasta las críticas más feroces le resbalan. En este sentido eran más susceptibles y recatados los militares del año 78 que al menos tenían la gallardía de reaccionar mandándote un Falcon verde a la puerta de tu casa si alguien osaba poner entredicho su exquisito respeto por la dignidad de las personas.
Pero no por ser un perfecto imitador del pasado se le puede negar a Juan Manuel Urtubey la posibilidad de que sea comprendido por el gran público. ¡Claro que se le comprende! Y mucho más de lo que él cree o espera.
La gente común comprende tanto sus «intereses» como «sus tierras». De eso no hay ninguna duda. Otra cosa es que la misma gente se lo vaya a perdonar.
El problema estriba en que demasiada comprensión puede traducirse en algún momento en una avalancha de votos negativos. Esa gente «comprensiva» que se mete a un cuarto oscuro (y solo el demonio sabe lo que hace ahí adentro) puede reaccionar de una forma impredecible.
Habría que avisarle a Zottos.