Imaginemos el caso de un equipo de eminentes neurólogos y traumatólogos salteños que tras dieciséis horas de complicada operación quirúrgica consigue que una niña de doce años, impedida de andar desde su nacimiento, consiga por fin ponerse de pie y dar sus primeros pasos.
Imaginemos también que, una vez recibida el alta médica, el Gobernador de Salta, en vez de organizar un merecido homenaje a los científicos que consiguieron la proeza en el quirófano, encarga a un cura que celebre una misa y, tras ella, una «ceremonia ancestral» en honor a la Pachamama orquestada por un cacique de los «pueblos originarios».
O pongamos por caso, mejor, que el Gobernador invita a los observadores electorales internacionales a comprobar lo maravillosamente bien que funciona el voto electrónico, y en vez de exhibirles línea por línea a sus invitados el código fuente del sistema o los algoritmos de encriptación de su juguete favorito, los convoca a una ceremonia religiosa «pluripartidaria» en la que un cura bendice las máquinas humeantes, un cacique vomita su acullico sobre las pantallas táctiles y un curandero esparce las plumas de su lechuza sobre las tarjetas con chip.
Cualquiera de estas dos exageraciones -que no expresan mejor cosa que el desprecio de la ciencia en beneficio de la magia- son exactamente iguales a la liberación de un cóndor -que fue salvado de las pestañas de morir envenenado por un equipo de expertos en fauna silvestre- con una «ceremonia ancestral» realizada en las montañas.
Cualquiera -que no sea Urtubey, por supuesto- imagina la liberación de un cóndor en su hábitat natural como una operación de alto nivel científico en la que se le toma la tensión arterial al gran pájaro, se le mide la glucemia, se le hace un electrocardiograma de esfuerzo y, por fin, antes de soltarlo, se le implanta un chip bajo sus alas para que los científicos puedan seguir sus andanzas por medio del GPS.
Pero no. En Salta no sucede así. O puede que suceda, pero el gobierno, antes de detallar cómo será el procedimiento científico (se ve que pocas veces ha visto Daktari), le organiza al cóndor una especie de «fiestita infantil» (no olvidar que el animal es «subadulto»), en la que, en vez de payasos, hay chamanes que realizan pases mágicos, caciques que rezan en quechua y brujos que le echan al pájaro confeti originario en el cogote.
La pregunta que hay que formularse es la de si es el Estado el que debe propiciar la magia y organizar por sí estas «ceremonias», o si, por el contrario, su deber es el de promover una recompensa racional a los esfuerzos de la ciencia, dejando lo sobrenatural en manos de otros.
Que un cóndor sea liberado en medio de ritos andinos no tiene nada de malo, por supuesto, excepto cuando estos ritos son patrocinados y organizados por el gobierno, que es una institución formal y sustancialmente alejada de la magia, según se desprende de la Constitución provincial, que es un instrumento racional por donde se lo quiera mirar.
No se puede ser más brujos que los brujos y hacer lo que una vez hizo el Intendente de Orán, que mientras el Obispo buscaba afanosamente una solución científica para conjurar la epidemia de dengue en el otoño de 2016, resolvió por las suyas sacar a San Ramón Nonato en procesión por las calles de la ciudad para hacer que el santo hiciera el milagro de bajarle la fiebre a los enfermos.
Si esto funciona así en Salta, lo mejor será cerrar de una vez las escuelas y las universidades y dejar de alardear tanto de la excelencia de nuestras «currículas».
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