
Si alguien tiene la mala fortuna de escuchar el discurso del Gobernador de la Provincia en las fiestas patronales de Isla de Cañas, de leer la noticia de que el presidente Macri apuesta por Jujuy como un centro de generación de energía y de atracción de turismo, y de repasar las cifras que hablan de un descenso apreciable del consumo de energía eléctrica en Salta y la caída de la facturación de los supermercados, y de enterarse de todo ello en un mismo día, lo más probable es que ese alguien tenga que tomarse un Valium ®.
Si a eso le sumamos la silenciosa pero implacable escalada del dólar, que amenaza con hacer saltar por los aires los precios de ciertos bienes y devolvernos al inframundo de las devaluaciones, la cosa pasa ya de castaño a oscuro y más de uno se decantaría por sustituir el Valium ® por algo un poco más fuerte.
Ayer, el gobernador Juan Manuel Urtubey ha demostrado en una de las localidades más alejadas e inaccesibles del territorio provincial que se le ha agotado la pólvora; que su imaginación ya no es la misma de antes y que su discurso -si es que alguna vez fue chispeante- ahora es mucho más vulgar, confuso e impreciso.
Da la impresión de que Urtubey está fatigado (por no hablar del rictus sepulcral de la señora Macedo) y que lo que le pide el cuerpo es manejar un Lamborghini por las calles de París con su consorte a bordo y no tener que visitar los pueblos más pequeños en donde se ve obligado -como se ha podido comprobar- a decir incoherencias para salir del apuro.
Pero el estado de forma del Gobernador no es lo más preocupante de todo, pues desde hace un tiempo ya venía dando señales de agotamiento político e intelectual, así como de una cierta propensión al misticismo. El problema es que su gobierno no funciona y que la situación de la Provincia de Salta en el contexto nacional no hace sino retroceder un día sí y otro también, como lo demuestran los otros sucesos enumerados en los párrafos anteriores.
Aún no se puede decir que Salta ha entrado en barrena, pero sí que la crisis se nota más aquí que en otras partes del país; especialmente, en la confianza decreciente de los agentes económicos y sociales, ese barómetro invisible que ausculta la salud de nuestra economía.
Solo la campaña electoral, con sus «sordos ruidos de corceles y de acero» contribuye a disimular un poco esa sensación abrumadora de desierto que se proyecta desde los principales indicadores económicos.
Todavía es dudoso que el endeudamiento (a tasas «castigo») que Urtubey propició el año pasado, con la imperdonable complicidad de la Legislatura y el silencio de la mayoría de las fuerzas políticas, sea suficiente para pagar los sueldos públicos en lo que resta de su tercer mandato. Macri está poniendo los garbanzos en otro sitio (por ejemplo, en la laboriosa administración de Gustavo Sáenz y en el gobierno del titubeante Gerardo Morales) y todo indica que los pocos recursos con que cuenta actualmente la Provincia de Salta están reservados por alguna mano negra para hacer el último intento de colocar a Urtubey en la apetecida pole position para 2019. Lo que incluye, por supuesto, algunas inauguraciones fantasma de obras inútiles, de ínfima calidad o realizadas con dinero de otro.
Casi todo el mundo -menos el empeñoso y cándido ministro Rodríguez Messina- se da cuenta de que Urtubey es rechazado tanto por el peronismo al que traicionó, como por el kirchnerismo, al que también traicionó, y ahora olvidado por el macrismo, al que no ha terminado de traicionar del todo, pero solo por cuestiones «de agenda».
Mientras tanto, los salteños sufren como pocas veces antes la incertidumbre del porvenir. Ya no confían en Urtubey, al que ven cada vez más frívolo e inconsistente, pero tampoco albergan esperanzas de que los políticos que se ofrecen para sustituirlo tengan las cualidades que se necesitan para llevar la nave a buen puerto.
Se avecinan tiempos oscuros y los salteños tienen a un Gobernador en retirada, que no sabe cómo organizar su tiempo y tampoco cómo hacer para que su gobierno funcione. Las cosas más importantes que ha hecho el gobierno en los últimos quince días son, por ese orden, la inauguración de un torneo de fútbol y la graduación de 60 cocineros aficionados en Apolinario Saravia. Nos están ganando la batalla y nadie parece ver la que se viene.
Menos aún los políticos, que lo que quieren en su mayoría es buscar un hueco en el presupuesto. Las elecciones de octubre no servirán para enderezar el rumbo, a menos que unos 700.000 salteños sufran súbita y simultáneamente un soberano ataque de sensatez.