
El Vicegobernador de la Provincia de Salta es uno de esos políticos de raza a los que les gusta tomar decisiones, entrar en la refriega, hacerse notar, besuquear a las bases. Así lo ha demostrado todo el tiempo en que estuvo al frente de la Municipalidad de Salta. Un tiempo -que hay que reconocer- sirvió para cambiarle la cara a la administración de los asuntos urbanos.
Suena impactante eso de hacerse con el «mando gubernativo», como dicen los pomposos decretos que firma Urtubey y refrenda su equipo de aduladores. Pero de allí a que esta potestad se ejerza efectivamente por el sujeto investido hay una apreciable diferencia.
Cada vez que Urtubey levanta vuelo -algo que ya alcanza el rango de «política de Estado»- Isa asume un mando teórico, que no ejerce. Es decir, que justo cuando el Vicegobernador podría aprovechar para aparecer, lo que hace es imitar a su jefe y desaparecer de la escena. No gobierna, no toma decisiones, no le llaman los ministros (cosa grave) y, a lo más, se reúne con militantes peronistas. Eso no es ejercer el mando gubernativo. Digamos que está condenado a hacer una especie de «guardia pasiva», como ciertos médicos, bomberos y enfermeros.
Pero el problema no es Isa sino los que no lo dejan a Isa hacer lo que le corresponde hacer. Porque preparado, lo que se dice preparado, está para hacerlo. Incluso para hacerlo bien. Es solo que el hombre ni siquiera lo intenta porque parece que junto al decreto que le transfiere un «mando gubernativo» fantasma hay por debajo otro papel firmado por el Gobernador (una especie de contradocumento) que dice algo así como «el que se mueva no sale en la foto».
En virtud de orden tan tajante, Isa no puede mover ni una silla. No digamos ya cesar a un ministro, nombrar a un director general o enviar a la Legislatura un proyecto de ley. Para lo que alcanza actualmente el «mando gubernativo» de Miguel Isa es para pedir -con éxito, eso sí- un café al siempre servicial mozo del Grand Bourg.
En términos domésticos, parece que el Vicegobernador está para regarle las plantas y cuidar de las mascotas cuando el Gobernador se va («¿Miguel?, cuando Isabel y yo no estemos, no te olvides de limpiarle el upiti a la canaria»). Y no sabemos si el señor Isa lo hace, puesto que tal y como están las cosas, aún siendo él, es probable que le pidan los documentos cada vez que se acerca a los despachos del poder.
El problema -insistimos- no es Isa sino el sistema instaurado por el Gobernador que no deja que nadie haga nada cuando él emprende rumbo a doradas playas y a ciudades de ensueño. Una especie de perro del hortelano, en versión burocrática.