Otra vez Gervasio

  • El regreso de Gervasio a los primeros planos de la política salteña es un acontecimiento a destacar por todo lo alto. El autor de este breve relato solo espera que esta vez no lo feliciten a él por algo que no hizo.
  • Curiosidades de la política de Salta
Hace casi diez años, un despistado ciudadano que estrenaba vínculos con el poder se dirigió amablemente a mí diciéndome «Te felicito por Gervasio», como si me acabara de nacer un hijo con tal nombre.

Mi gentil contertulio se refería a un pariente mío, que, en aquella vorágine de cambios anunciados y deficientemente concretados, había sido designado para ocupar un alto cargo en el gobierno.

Desde luego, el pariente en cuestión no se llama Gervasio ni de casualidad. Aun así, acepté aquella felicitación con una amplia sonrisa, que más que el halago -si es que en esa confusión de nombres hubo alguno- estaba destinada a corresponder la alegría desbordante de mi interlocutor ante lo que él calculaba sería el amanecer de una nueva era política en Salta.

Con el tiempo me di cuenta de un pequeño detalle: había yo aceptado un cumplido por los méritos de otros, no los míos. Como la famosa big salad de Seinfeld. La verdad es que no moví un solo dedo para que el mentado «Gervasio» llegara a ocupar ese cargo, y más que alegría u «orgullo», como experimenta alguna gente, mi sensación fue de pavor, conociendo las serpientes con las que tendría que lidiar el pariente desde esa posición tan prominente.

En silencio, me encomendé al Señor del Milagro, con la esperanza de que su bienhechora intercesión hiciera que el trabajo de «Gervasio» se desarrollara en la mayor calma posible. Parece que el Señor me escuchó y no permitió que el pariente se eternizara en un cargo que, algunos meses después, debió dejar para retornar al llano, su hábitat natural.

Más tarde comprendí que la cortesía tenía un trasfondo llamémosle «corporativo»; es decir, que se me felicitaba «por Gervasio», pero pensando en la cuota de poder o influencia que me tocaría a mí, que me encuentro a más de diez mil kilómetros del lugar de los hechos. Nadie que bien se precie puede desperdiciar, aunque se encuentre en otro planeta, la posibilidad de influir en Salta. Pero en mi caso las cosas funcionan de forma diferente. Ni con «Gervasio» ni con cualquier otro pariente, sea cercano o lejano, tengo la menor de las influencias, para tranquilidad del pariente y, fundamentalmente, mía.

Hoy, gracias a unos periodistas que no son ninguno de los nueve que se candidatean para las próximas elecciones, me he podido enterar de que «Gervasio» es uno de ellos. No solo es candidato, sino que es uno de los nueve fantásticos.

Si el Señor del Milagro no me ha bloqueado, oirá mis ruegos y Gervasio podrá disfrutar del descanso que merecidamente se ha ganado después de una existencia más bien azarosa. Pero hay gente que se empecina en servir al prójimo, y este podría ser el caso.

Lo que no comprendo es por qué razón habiendo tantas almas descarriadas en esas listas electorales alguien pueda fijarse en una persona decente. ¿O será que Gervasio no lo es y es otro de los cientos de fariseos que intentan manotear trapos en la mesa de saldos del poder?

Esa es la pregunta del millón, cuya respuesta tendré solo cuando tenga ocasión de vérmelas cara a cara con el mentado Señor del Milagro, que permanece sentado a la derecha de su Padre, esperándome a mí y probablemente también a Gervasio. Esto aún no lo sé con certeza.