El combate contra la tiranía en Salta: Sin precipitarnos, apresurándonos despacio

  • El autor sostiene que los cambios demográficos que afectan a nuestra sociedad obligarán al grupo que detenta el poder en Salta a utilizar herramientas cada vez más peligrosas para las libertades públicas, con tal de mantener el poder. En tales condiciones, silenciosamente se formará una mayoría social de progreso capaz de tomar el relevo y de rescatar a la democracia de su encierro.
  • Se atisba un cambio en el horizonte
Lentamente, pero de un modo ya irreversible, los salteños han comenzado a darse cuenta de que la democracia, que tanto sacrificio en libertades y vidas humanas ha costado a toda una generación, vive hoy prisionera de un grupo de poder, de una pequeña oligarquía, que, con otras herramientas pero con los mismos objetivos, amenaza también la libertad, la vida y el bienestar de los ciudadanos.

Los mecanismos democráticos que normalmente nos sirven a los ciudadanos para controlar los excesos del poder son en Salta insuficientes o inexistentes.

El sufragio universal, aunque periódico, es débil y manipulable por los grupos con mayor poder económico o mediático. Así lo demuestra la monotonía de nuestra práctica electoral desde 1983 en adelante.

El control por la opinión pública no existe, desde que el gobierno gasta enorme cantidades de dinero en el alquiler de pequeños operadores que, muchas veces de un modo muy burdo, se encargan todos los días de neutralizar la opinión crítica libre, que es la que contribuye a formar a la ciudadanía.

El resto de los mecanismos de control ciudadano, mediados por el gobierno de una u otra forma, no funcionan adecuadamente. El caso más sangrante es el de los tribunales de justicia provinciales.

Este panorama puede desalentar a cualquiera. Los bloqueos se retroalimentan continuamente en una espiral en apariencia inacabable.

En las últimas tres décadas, los poderosos de Salta han conseguido encontrar la forma de reproducirse sin apenas variar su relación con el poder. Pero los recursos de los que se han valido hasta hoy para sobrevivir ya no son tan abundantes como antes.

Hoy, por ejemplo, las presuntas elites que nos gobiernan carecen de ideas y de inteligencia para acometer una nueva operación de renovación de sus cuadros. La vulgaridad ha tomado el relevo de cierta vanguardia intelectual que influyó en los asuntos públicos de Salta hasta el gran colapso nacional de finales de 2001.

Parece normal, por tanto, que, transcurridos más de tres lustros desde aquella debacle, la vida política de Salta presente signos claros de estancamiento, por no hablar de un «recalentamiento democrático».

Pero todo lo que afecta a los círculos más cercanos al poder no impide -lo estamos comprobando- el surgimiento de fuerzas y de líderes políticos vivamente interesados en rescatar a la democracia de su cautiverio y de devolverle a la política local un dinamismo y una utilidad que parece haber perdido.

Se trata de un proceso por ahora lento; quizá exasperantemente lento para aquellos amantes de los transformaciones profundas e instantáneas.

Pero los cambios que se atisban en el horizonte no vienen de la mano del gobierno y mucho menos de la oposición política, negada en muchos casos para constituirse en una alternativa creíble a los grupos que actualmente detentan el poder en Salta.

Al contrario, los cambios a que me refiero, en su mayoría encuentran explicación en la evolución de nuestra demografía.

Los datos más importantes de la evolución demográfica de Salta son, sin dudas, dos: el primero, el descenso continuado de la tasa de natalidad; el segundo, el significativo aumento cuantitativo de las clases excluidas de los mecanismos de decisión política.

Mantener el poder en estas condiciones exige enormes sacrificios democráticos. Por ejemplo, la posesión de un sistema que favorezca la manipulación del sufragio popular (el voto electrónico desempeña ese papel), y el empleo de la fuerza directa (el número de policías se ha multiplicado por tres desde 2007), y la indirecta (los tribunales operan cada vez más como apéndices del gobierno).

Pero mientras más se sacrifique a la democracia (con engaños o con fuerza bruta) para evitar desprenderse del poder, mientras más se acentúen los rasgos autoritarios del gobierno de turno, mayores probabilidades hay de que la «mano invisible» de la política vaya formando en nuestra Provincia, de un modo silencioso pero implacable, una mayoría social de progreso capaz de reconquistar la democracia y devolver el control del poder a sus legítimos dueños.

Parece inevitable que así suceda. Y que este fenómeno se produzca como una reacción a la debilidad estructural del peronismo y de otras fuerzas políticas pretendidamente populares que no han sabido (no han podido o no han querido) evitar prestar sus estructuras y sus cuadros a los poderosos (millonarios, demagogos, niños bien) para que tiranicen a los salteños a su antojo.

Aparecerán entonces nuevos líderes, con nuevos discursos y nuevas propuestas de futuro. No habrá forma de impedirlo.

¿Cuánto pueda durar este proceso? Es imposible saberlo.

Lo que por el momento interesa saber es que la máquina ya ha echado a rodar y que, sin precipitarnos, apresurándonos despacio, en un tiempo razonable los salteños podrán hallar la forma de liberar a la democracia de su encierro y, al mismo tiempo de acabar con los tiranos que han abusado del poder en su propio beneficio.

Aunque a algunos no les guste, esto es lo que «se viene».