
Hace algunos años, desde el Palacio Episcopal de Salta el señor arzobispo dijo con mucha claridad que los curas, en general, tienen «más sentido común» que los políticos. «Aun en los pueblos más humildes uno encuentra gente de sentido común que puede ser un buen gobernante y no necesitan a un sacerdote», dijo el prelado, dejando caer que cuando los electores buscan a un cura para que los representen es porque estos han nacido ya bajo el signo del «sentido común».
Algo parecido, pero no idéntico, ha dicho recientemente el sacerdote don Sergio Colque ante los micrófonos de una radio de Salta.
Durante una entrevista, el señor Colque se ha mostrado abiertamente partidario de lo que podríamos llamar una «política profesional» o una «política de expertos».
Para el sacerdote, solo debe dedicarse a la política quien se ha preparado para ello. Quien ha estudiado ciencia política.
«La política es para los que saben hacer política. El que canta que cante, el que zapatea que zapatee, el que es periodista que sea periodista, el cura que sea cura, y el que se prepara que sea político», ha dicho con toda soltura el señor Colque, a quien solo le faltó mostrarse partidario de voto cualificado.
Lamentablemente para un cierto sector de la Iglesia que estaría encantada si el avispero político estuviese excusivamente conformado por egresados de la universidad confesional local, la política es probablemente la única actividad humana para la que no se requieren conocimientos especiales y para cuyo ejercicio basta con ser ciudadano.
Pretender que la política sea para «los que se han preparado para ella» comporta un peligroso recorte de la idea de ciudadanía, por un lado, y una negación de los valores de la república, por el otro. Nuestra forma de Estado permite -porque así lo dice la Constitución- que hasta el más humilde de los ciudadanos de este país pueda desempeñar la más alta magistratura del Estado. La «idoneidad» a la que se refiere el artículo 16 de la Constitucional es un requisito, por otra parte mínima, para el desempeño de un empleo público, algo que es bastante diferente a un cargo público electivo.
Solo la existencia de conflictos en el seno de la sociedad proporciona a quienes la integran la idoneidad necesaria para dedicarse a la política. No hay ni puede haber entre nosotros una política de sabios y otra de ignorantes. Sería injusto, inconstitucional y antidemocrático.
Tanto, como que los curas se líen a opinar sobre cuestiones que atañen a la civilidad desde unas alturas inalcanzables. Porque un cura puede opinar sobre política y cuestiones como ciudadano todo lo que quiera -y pueda-, pero jamás hacerlo como cura; es decir, desde un lugar completamente ajeno a aquel en donde se producen y resuelven las disputas políticas.
Mal que le pese al padre Colque, él también -como ciudadano- está perfectamente preparado para ejercer la política. Pero quizá es que lo sabe y no quiere decirlo; no vaya a ser cosa de que lo jaleen en la puerta de su parroquia y lo lleven en volandas hasta la Legislatura.
Una vez electo diputado provincial, no por ser cura, el señor Colque (o cualquiera que vista sotana) lo va a hacer mejor que cualquier ciudadano que no haya accedido al orden sagrado. Vivimos en una república de iguales, todos. Los curas y los demás, incluidos los sabios, los ignorantes y los que han pasado por el Seminario Conciliar.