
Es sabido que las categorías políticas en Salta no guardan lo que se diga una gran relación con las que describió Aristóteles. Pero de allí a que algunas instituciones se conviertan en un chicle, hay una distancia un tanto apreciable.
El gabinete de un gobierno de corte republicano y presidencialista, como el de Salta, solo debería estar integrado por los ministros que asisten al Gobernador de la Provincia y, si acaso, por los secretarios de Estado que el primer mandatario considere necesario citar.
Se trata de una reunión de personas que deben ayudar al Gobernador a adoptar decisiones en las áreas de su competencia, porque así está previsto en la ley que organiza estas cosas. Suerte tiene el mandatario que la ley no le imponga el secreto de las deliberaciones, como sí lo hace la ley española respecto del Consejo de Ministros. Un secreto de esta naturaleza sería incompatible con esta política de reuniones de gabinetes «abiertas» que alegremente promueve Urtubey, en desmedro de la coherencia gubernamental y de la seriedad de las instituciones.
Si ya es extravagante que a reuniones de este tipo asistan el Vicegobernador de la Provincia (que ningún poder de decisión tiene en el ámbito del Poder Ejecutivo), más todavía lo es que ocupen un asiento el vicepresidente del Senado y el presidente de la Cámara de Diputados, que por muchas ideas brillantes que tengan y pudieran aportar al Gobernador de la Provincia, no tienen el deber legal de asistirlo en la toma de decisiones.
Pero pongamos por caso que esta «costumbre», aunque visiblemente desviada, goce de una amplia tolerancia. Cabría preguntarse por qué a una reunión de este tipo asiste un diputado raso, como el señor Matías Posadas, que además no pertenece al partido que gobierna sino que -dependiendo de qué lado le dé el sol- ejerce la oposición al gobierno o se muestra como su aliado.
Posadas no tiene ninguna responsabilidad en el gobierno y no tiene por qué estar sentado allí. Aunque asistiera como «oyente», debería tomar la precaución elemental de no dejarse fotografiar. Pero esto es un poco difícil en el seno de la sororidad del poder, que ha hecho de la figuración y de los flashes una de sus señas de identidad más poderosas.
No sería nada que Posadas -argumentando que vio luz por allí y decidió entrar- se sentara en la sala. Lo peligroso sería que cuando el Gobernador requiriera la opinión de sus ministros sobre un determinado asunto, opinara el señor Posadas. Y lo que es peor: que su opinión sea tenida en cuenta con preferencia a la de los ministros. ¿Como se sentirían estos?
Posadas, opositor oficialista, radical peronista, izquierdista que juró por todos sus antepasados que Romero no volvería a la mesa chica del poder y que ahora aplaude las piruetas del senador, puede ser un gran asesor del Gobernador. Si este le hiciera el caso que se supone que le hace, en pocas semanas Urtubey podría presentar su candidatura en la Universidad de Praga para ser examinado por un pool de expertos como el primer caso de hermafroditismo político documentado en el mundo. ¿O el segundo?