
Como cualquier ser humano, el Gobernador de Salta tiene unas cualidades políticas, intelectuales y morales limitadas, que algunos, sin embargo, intentan vender como extraordinarias y superabundantes, valiéndose para ello de la credulidad, la mansedumbre, la ingenuidad y, en algunos casos, la falta de información de los salteños.
La base de la operación, sin la cual esta no podría tener ningún éxito, consiste en instalar en el imaginario colectivo la imagen de que los salteños son alocadamente felices, que viven echados en las praderas bebiendo del cuerno de la abundancia y que todo ello se lo deben al ser providencial que los gobierna. La felicidad de los salteños de hoy será la de los argentinos del mañana.
Como salteños debemos resistirnos a que se nos use para una operación política tan marcadamente personalista como esta.
Ni Salta es un paraíso ni Urtubey un líder plebiscitado por los salteños para tomar por asalto los cielos.
El Gobernador de Salta es un político normalito, de corte clásico, con aspiraciones personales superiores a la media, que exceden con creces sus propias cualidades. Se equivocan quienes piensan que es un ser infalible y exitoso que tiene tras de sí y embobada a toda una sociedad compuesta por un millón de personas que piensan, que sufren y que votan. No todos los salteños ven telenovelas ni consideran que es un héroe aquel que consigue conquistar a la protagonista de los culebrones.
Con su ancestral picardía, disimulada en su carácter reservado, los salteños han sido los primeros en descubrir las flaquezas de su Gobernador. Que no las denuncien abiertamente no quiere decir que no las conozcan, y que lo hagan a la perfección. Es solo que una parte insignificante pero muy ruidosa del electorado piensa que tener un presidente salteño sería una conquista de localismo, mientras que otra parte un poco menos ruidosa pero abrumadoramente mayoritaria piensa que no se debe usar a Salta como trampolín para la ambición personal de nadie.
Los salteños que se sienten dueños y responsables de su futuro están convocados a resistir esta operación que los instrumentaliza y los degrada como seres humanos, que se burla de sus necesidades más acuciantes y que en buena medida busca sacar partido del carácter sumiso y obediente de muchos de los que habitan estos valles. En este contexto se debe ubicar y valorar «el sueño» de Urtubey (absurdo, por otra parte) de organizar el Mundial de Fútbol en Salta, cuando él sea Presidente. La FIFA vetaría a Salta por las mismas razones que impidieron a Colombia organizar el Mundial de 1986.
El Gobernador utiliza a Salta, a sus instituciones y a sus habitantes para apuntalar un proyecto personal, bajo la promesa de que beneficiará a los salteños. Nadie sabe cómo, pues ni él ni quienes lo apoyan lo dicen.
Lo que es cierto es que si los salteños no recuperan pronto la sensatez, el único beneficiado por esta operación frankensteiniana será el Gobernador, que si no reaccionamos a tiempo puede obtener un premio mayor por su continuada ineficiencia; y solo porque al orgullo localista del poncho rojo le gustaría ver alguna vez a un Presidente disfrazado de gaucho en los actos oficiales.
El único camino para recuperar la dignidad, y evitar que se siga usando a los salteños como instrumento para una aventura política de final incierto, pasa por las urnas. Es allí donde los salteños tienen que expresarse con rotundidad y dejar bien claro que el futuro está en sus propias manos y no en las de los seres providenciales que se empeñan en inventar los nuevos gurúes del marketing político.