
De la mano de Urtubey, la Provincia de Salta avanza tan rápido que pronto se dará el lujo de derogar las normas de conjugación de algunos verbos, como por ejemplo, el verbo «vivir».
El Gobernador, gélido como de costumbre y ajeno a lo que sucede en la Provincia que lo ha elegido, circula por los canales de televisión porteños con gran desparpajo, dibujando frente a las cámaras una realidad que solo existe en su imaginación. Poca gente como él logra confundir con tanta convicción la realidad con sus propios deseos.
Y lo cierto es que, después de diez años de gobierno monocorde, Urtubey ha conseguido que la calidad de vida de los salteños -no de todos, lógicamente- se deteriore de un modo vertiginoso. Solo se salva un círculo muy reducido de amigos y favorecedores del poder, que podría haber presumido de bienestar con los últimos veinte gobiernos habidos en Salta, incluidos los ilegítimos.
Pero lo que niega con más rotundidad el Gobernador es que en su «amada Salta» se produzcan crímenes horrendos contra las mujeres. Eso puede pasar quizá en las clases más bajas de la sociedad, en las franjas más incultas de la población (que en realidad no son Salta, ¿vio?), pero no en el cogollo, ese círculo de bendecidos en el que habitan la luz, el esplendor y las buenas costumbres, religiosamente tuteladas desde las más altas instancias eclesiásticas.
¿Cuál es la Salta que Urtubey quiere vender en Buenos Aires? ¿La de la prosperidad de sus amigos que se cimenta en la desigualdad social más escandalosa que haya conocido esta tierra en su bicentenaria historia? ¿O la de la sórdida realidad de los bajos fondos en donde un día sí y otro también se encuentran mujeres violadas, apuñaladas o estranguladas?
Según su tesis -expresada con precisión cartesiana durante su última visita a Madrid- el asesinato salvaje de mujeres es un problema cultural que afecta a una gran zona del centro oeste sudamericano. A pesar de tener las cifras más elevadas del país, Salta y su cruel presente no son -para el Gobernador- sino epifenómenos de una realidad a la que, según Urtubey, no se puede combatir más que con esos estupendos cursos que la ministra Calletti organiza junto al grupo de entusiastas del presupuesto que la acompaña a todos lados.
Urtubey no se ha puesto a pensar en que aunque él no mate directamente a las mujeres, aunque no empuñe el arma asesina, las mujeres mueren en Salta porque él no acierta a impedirlo. Porque con sus políticas de «viva la joda» y de excitación de los sentidos está produciendo en la población un embrutecimiento que coloca a los impulsos más primitivos al alcance de la mano. De aquellos polvos festivaleros vienen estos lodos homicidas.
El Gobernador no es cómplice directo de los asesinatos porque no los organiza ni los planifica, pero su responsabilidad está cada vez más fuera de cualquier duda. Su apuesta electoralista por la fidelización de la pobreza se encuentra en la base de todos los males que padece hoy la sociedad salteña.
En diez años de gobierno, Urtubey ha puesto a Salta a sus pies, pero no para hacer de este territorio un lugar importante en el mundo que destaque por su justicia, por su solidaridad, por su transparencia y por su libertad, sino simplemente para que Salta lo impulse hacia el estrellato nacional. Desde este punto de vista, sus tres periodos de gobierno han sido meramente instrumentales, una burla a los ciudadanos.
Ha sido él quien ha elegido libremente gobernar los asuntos públicos con aficionados a la política, con personas que carecen de la capacidad y la experiencia necesaria para enfrentar los problemas más graves de la sociedad. Es natural que siga defendiendo la ineptitud de sus colaboradores, pero es al mismo tiempo cada vez más peligroso que lo haga.
Ni el Gobernador ni su Ministra de Derechos Humanos (y responsable de las políticas sustantivas dedicadas a la mujer) han sido capaces en todos estos años de detectar de forma precoz las situaciones de posible violencia criminal contra las mujeres. No saben ni tienen cómo o con qué hacerlo. Han fracasado en casi todo lo que se han propuesto, si es que alguna vez han tenido la intención de hacer algo por interrumpir la degradante espiral de violencia asesina que hoy -gracias a personajes como Urtubey y como Calletti- constituyen la seña de identidad más visible de Salta en el mundo.