La cara de Zuckerberg, el cerebro de Juana Azurduy

  • Las operaciones de imagen no van más allá de las caras, los gestos y las vestimentas. El cerebro, las ideas y el pensamiento siguen anclados en el siglo pasado, una época en la que los desafíos que enfrentamos en el mundo actual eran inimaginables.
  • Detrás de la sonrisa
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2017 pasará a la historia como el año en que algunos de los países más importantes del mundo comenzaron a ser gobernados como start-ups.

Para muchos, este año que promedia señala el inicio de una nueva era en la relación entre los ciudadanos y sus gobernantes y entre estos y los mecanismos del poder.

Esta nueva etapa se caracteriza, sin embargo, por una pacífica y provechosa coexistencia entre los «startuppers» y los «dinosaurios» (hombres y mujeres con una larga experiencia en la gestión de los asuntos públicos que conviven con jóvenes entusiastas de entre 25 y 30 años), en lo que se podría llamar «trasvasamiento generacional», si esta decadente expresión no estuviera tan emparentada con los recurrentes fracasos argentinos.

La filosofía de trabajo que inspira a los gobiernos emergentes se nutre por tanto de un acervo común, acumulado a lo largo de la historia (el que representan los «dinosaurios» y su know how) y el que se abre paso por la fuerza incontenible del talento de los jóvenes gestores, formados en nuevas disciplinas, alrededor de nuevos valores y con un renovado compromiso democrático.

El nuevo enfoque no debe ser confundido con algunos experimentos -como el ensayado en Salta desde el año 2007- consistente en el forzado pase a retiro de la clase política tradicional y en la promoción a los primeros planos de la política de unos desconocidos sin talento. Aunque hay que reconocer que no ha sido tanto la apuesta por una juventud sin credenciales como el desprecio por los «dinosaurios» lo que ha herido de muerte este penúltimo proyecto de «trasvasamiento generacional», en el que, a falta de ideas, lo que se ha transmitido son las taras y los vicios.

Después de gobernar diez años de una forma desusadamente omnímoda, a contracorriente de la realidad política mundial, y sin aprovechar ni un ápice de los progresos de muchas de las disciplinas relacionadas con la política de gestión, el gobierno provincial de Salta no tiene ni tiempo, ni espacio, ni legitimidad para reinventarse a sí mismo, dar un golpe de timón e intentar subirse a la ola de las start-ups orientadas por «dinosaurios».

Por más que se hayan puesto en marcha ambiciosas y carísimas operaciones de maquillaje, con objeto de hacer aparecer como talentosos a quienes carecen de talento alguno, o como comprometidos con la democracia a aquellos a los que solo les interesa su salvación personal, el gobernante salteño podrá aparentar siempre tener la cara de Mark Zuckerberg pero su cerebro seguirá siendo parecido al de Juana Azurduy.

Salta seguirá sumida en el atraso, la pobreza cultural y la debilidad política, al menos mientras que las soluciones que precisa para ponerse a tono con el mundo sigan prisioneras del localismo y del pensamiento monovalente. El desafío para los jóvenes que aspiran a desempeñar responsabilidades públicas es el de demostrar que sus esfuerzos están orientados a forjar un futuro que responda a los retos que ahora mismo afronta el mundo y que sus respuestas son capaces de romper con doscientos años de tradiciones inútiles o malentendidas que nos han empujado inconscientemente a añorar los laureles de un pasado que jamás fue tan glorioso como nos lo han pintado.

Una de las verdades que tiene que internalizar y propagar el elector salteño es que el actual gobierno de Salta ha envejecido, y mucho en los últimos tiempos. Que sus soluciones ya eran disfuncionales antes de que fuesen puestas en práctica y que el fracaso de sus políticas estaba escrito de antemano en el pobre currículum de quienes asumieron las más altas responsabilidades del Estado sin tener capacidad para ello y sin otro estímulo que sus apetitos de figuración. Renovarles el crédito supondría no solamente prolongar innecesariamente la agonía de una clase política que ha agotado ya sus recursos y su crédito frente a los ciudadanos, sino también condenar a los salteños a treinta años más de atraso, de pobreza y de monotonía.

El diagnóstico se debe hacer extensivo a la oposición política, que, como viene sucediendo desde hace más de medio siglo, tiene al gobierno como faro y solo aspira a llegar al poder para reproducir los vicios de quienes los precedieron, solo que bajo un paraguas partidario diferente. O la oposición se renueva y entra de lleno en la era de las start-ups, o los salteños entraremos en una sexta edad del hielo, de la que no se salvarán -como ya sucedió en el período cretácico- ni los dinosaurios.