
Por tanto, sería noticia que un gobierno no celebrara reuniones, que sus integrantes no se comunicaran y que cada uno fuera por su lado. En estas condiciones, la tarea de gobierno sería probablemente imposible.
Un gobierno -como el provincial de Salta- que comunica con frecuencia que se reúne, por los motivos más banales, es un gobierno con mala conciencia que lo que quiere es instalar en la ciudadanía la idea de que sus miembros trabajan, se mueven, discuten y no se están rascando detrás de un escritorio.
Y un gobierno que tiene esta necesidad no se la inventa porque le da la gana sino que lo que hace es enfrentar las murmuraciones ciudadanas que señalan a sus integrantes como poco productivos o escasamente afectos al trabajo.
Que las reuniones se realicen fuera de la sede del gobierno, tampoco es noticia. Si el gobierno manda sobre un territorio amplio, lo normal es que las reuniones se puedan celebrar en cualquier lugar. Una cosa es reunirse en un lugar determinado para, supuestamente, mirar mejor la realidad de ese lugar en concreto, y otra bien diferente es llevar el circo hasta un lugar con intenciones meramente proselitistas, como hace al gobierno de Salta.
Los desplazamientos del Gobernador -aun los demagógicos y los que buscan votos- son estrictamente noticiables. De ello no hay dudas. Pero no lo son las reuniones de sus subordinados en los diferentes lugares de la Provincia. La profusión de detalles de estas reuniones «deslocalizadas» solo puede tener una explicación: el peso que sobre la conciencia de los funcionarios tienen las etiquetas de «vagos» e «ineficiente» que les ha colgado el ciudadano medio.
Pero es que, además de reunirse y de anunciar a bombo y platillo que se reúnen, estos señores firman convenios entre sí, como si fueran sujetos distintos. Según la ley, solo lo son -y parcialmente- en materia de administración de personal. Pero en materia de políticas sustantivas, forman parte de una misma y única persona jurídica. Los «convenios», en tal caso, son simples autocontratos, jurídicamente inútiles, la mayor parte de las veces.
La estrategia de solemnizar lo obvio y de hacer de la normalidad noticia es característica de los gobiernos débiles, con liderazgos pobres e ideas difusas.