
Pongamos un ejemplo: cincuenta alumnos de la Escuela Normal experimentan al unísono síntomas de una intoxicación probablemente producida por el gas tóxico con que el que días atrás fue fumigado el establecimiento. ¿Qué hace el Ministerio de Educación? Pues salir a decir que está «acompañando» a los alumnos, como si con este acompañamiento se agotara todo lo que la autoridad educativa estatal pudiera hacer para ayudarles a superar la intoxicación.
Tres cuartos de lo mismo sucede con las escurridizas e inasibles «políticas» del Ministerio de Derechos Humanos y Justicia, que suele llenarse la boca hablando de que un día sí y otro también «acompaña» a las víctimas de graves delitos, cuando estas víctimas, o sus familiares, lo que esperan no es que la ministra se encargue del «acompañamiento» sino de que «cante».
La ministra debería saber que no basta con decirle a una madre desfigurada por el dolor: «No sabe usted señora cuánto siento que hayan cosido a puñaladas a su hija». Que no avanza nada al prometerle que marchará con ella todos los viernes para reclamar justicia. Es como si El Zorro dejara la justicia en manos del Sargento García.
Si el gobierno de Urtubey solo está para «acompañar», muchos de sus ministros -con independencia de su apariencia personal y de su sexo- deberían ser considerados «escorts».
Bien haría el gobierno en revisar dos cosas: 1) la efectividad y utilidad de sus «acompañamientos», y 2) la conveniencia de seguir utilizando esta palabra en su comunicación oficial, por cuanto los ciudadanos han comenzado a darse cuenta de que se habla con insistencia de «acompañamientos» cuando el gobierno es incapaz de solucionar un problema; es decir, en la mayoría de los casos.
Muchas personas que enfrentan dificultades serias en la vida (enfermedades graves y otras desgracias) prefieren atravesar su desdicha solas que mal acompañadas. Porque si el gobierno al menos fuera un buen acompañante, muchos de sus funcionarios y ministros que dejaron de serlo, podrían ganarse la vida en los velorios que se celebran en La Piedad, en Pieve o en Caruso, «acompañando» a los deudos en el sentimiento. Sin embargo, este rol de consolador profesional aún no se ha impuesto en nuestras prácticas velatorias.
Lo curioso es que el gobierno practica un «acompañamiento» selectivo; es decir, elige a sus deudos con una amplia discrecionalidad, a pesar de que en los papeles se ofrece para acompañar a cualquiera. Pero esto no funciona así. No son las personas necesitadas o caídas en desgracia las que deben rellenar un formulario para solicitar el acompañamiento: es el gobierno el que debe ir al encuentro de ellas, sin hacer distinciones de ninguna naturaleza. O aquí hay acompañamiento para todos o no lo hay para nadie.
Y lo mejor es que no lo haya para nadie. Las personas en problemas no necesitan a un funcionario para que les dé el pésame sino para que les ayude a resolver rápidamente los problemas que las afligen. De nada sirve poner a tres maestras para que le digan a una alumna intoxicada: «Tranquila hijita. Tres vómitos más y ya te vas a sentir como nueva». Es mejor gastar ese dinero en comprar tizas.
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