La violencia como método... y como no método

Las buenas intenciones del Presidente de la Nación suelen naufragar en un pequeño charco de palabras equivocadas. Ha sucedido ayer, cuando, al «repudiar» violencia ejercida por manifestantes contra la residencia de la Gobernadora de Santa Cruz, el presidente hizo objeto de su repudio a la «violencia como método».

La reacción presidencial es sumamente cuestionable. Para empezar, porque de un Presidente se espera una «condena» (una reprobación expresa) y no un «repudio», que no es nada más que un simple rechazo.
Preocupa más, sin dudas, que el suave repudio presidencial tenga por objeto la «violencia como método»; es decir, aquel ejercicio de la violencia que se hace costumbre como forma de obrar o de proceder.

El Presidente debió haber repudiado (o, mejor aún, condenado) toda forma de violencia, no solo la que se emplea «métódicamente».

La razón es obvia: la «violencia ocasional» es tanto o más dañina que la «metódica».

Pero hay además otra razón, llamémosle, política: la violencia como método es, por definición, la que ejerce el Estado en forma legítima. El presidente no puede lanzar repudios generales a los métodos violentos; es decir, que la violencia como método es repudiable «siempre» (lo que debe entenderse «en todos los casos»).

El Presidente está obligado a aclarar que deja fuera de su censura a los «métodos» que emplea el único sujeto que es capaz de emplear la violencia, con derecho para ello: El Estado.